El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

martes, 29 de mayo de 2007

DÍA OTOÑAL


El viento frío me arranca de las entrañas esta nueva hoja que se marchita. El paso del tiempo se muestra en ese peso que la hace caer sobre el asfalto tapizado de aguanieve. Las hojas anaranjadas, algunas con tintes verdes y otras devoradas por gusanos, se me acumulan con los años. Y todo, y todos, pesan tanto que impiden mirar el cielo.
Tantos recuerdos putrefactos como las hojas de los árboles en otoño. Tanto frío apropiándose de todo, como tristezas circundantes. Tanto deambular en el viento como reflejo de mis incertidumbres constantes.
Y yo, yo quedo enterrado entre todos mis años. Veo los gusanos impiadosos devorando las hojas de éste árbol. Y el frío y la tristeza, que lo recorrieron todo, se adueñan de mis raíces y congela la savia en mis ojos. Y el viento con sus látigos, abre llagas que arden en mi piel, cansada y sedienta de los frutos que germinaban con los besos perdidos en el tiempo.
No es casualidad que este árbol esté plantado en el sur. No es casualidad que se haya animado a brotar y crecer en medio de los otoños. No es casualidad que se alimente del tiempo, de las nostalgias y los silencios. Desearía creer que todo pasó por algo, desearía creer que tuvo sentido, creer que existe el destino.
Este árbol que pierde por vigésima segunda vez una de sus hojas, sabe de la existencia de los inviernos, pero cree en las primaveras. Y aquella hoja que me arrancó el viento, nacerá de nuevo del abono de los recuerdos.
Sé bien que hay que pasar el invierno y soportar sus gélidos infiernos. Sólo se trata de esperar. Hoy tengo ganas de hacerlo. Hoy seré como Oliveira y escucharé en Heráclito que hay que enterrarse en la mierda hasta el cogote. Hoy esperaré para encontrar lo inesperado, aunque me lo traiga nuevamente el viento cuando se vista de brisa en el verano.

martes, 15 de mayo de 2007

ALIENACIÓN


“Uno, dos, Freeddy viene por ti
tres, cuatro, cierra la puerta
cinco, seis, toma el crucifijo
siete, ocho, mantente despierto
nueve, diez, nunca mas dormirás”…

Se sentó sobre aquel lugar al que allí también llamaban cama. Se había sacado toda la ropa. Con el cuerpo desnudo y la mirada perdida, se balanceaba, mientras volvía a cantar esa vieja canción e imaginaba sus próximos pasos…
De vez en cuando recordaba la niñez. A veces pensaba en su familia. Cada tanto, su madre también recordaba su existencia; aunque hubiese deseado poder olvidar. Después de ese último episodio, había podido entender todo, pero ya era tarde.

Anabel y Efraín eran hermanos. Ella era dos años más grande que él. Muchos años después, su madre recordaría que desde el día en que supo de la existencia incipiente de su hermano, ella lo odió tan intensamente como sólo pueden hacerlo los niños. Luego de anunciada la noticia, Anabel empezó a orinarse en la cama.

Como era de esperarse, meses después su padre la llevó al hospital para que conociera a su hermano. Ella hubiese querido regalarlo, pero sus padres le explicaron que su hermano no era una mascota de la cuál podían deshacerse a su antojo. Además, ellos parecían estar muy contentos y el contraste con su bronca se acrecentaba al ritmo de sus celos. Anabel supo tempranamente lo que era odiar.

Los años pasaron, como suelen hacerlo, sólo para empeorar. Los juegos que ella proponía a su hermano nunca satisfacían sus verdaderos planes. Es que hasta los mejores planes suelen fallar.
A Efraín, su hermana lo divertía. Ella ingeniaba las aventuras más exóticas que uno pudiera imaginarse. Sus padres no calificaban de esa manera los juegos ya que, constantemente la reprendían por ser demasiado riesgosos. Él reía a carcajadas cuando salía airoso de los desafíos planteados por su hermana. Ella siempre terminaba terriblemente enojada, y él empezaba a entender por qué.
Una vez se quedaron solos. Ella tenía trece años, él tenía once. Anabel tenía miedo y quería que él también lo tuviera. Ella se temía así misma, por que sabía bien lo que era capaz de hacer. La crueldad crecía en ella sin obstáculos. El dique se desbordaría pronto y arrasaría con todo.

A veces uno desea algo, lo planea detalladamente y no resulta. Otras veces las cosas se dan espontáneamente, sin que uno se las proponga. Esta vez, las casualidades estaban de su lado. Encendió el televisor y vio que pasarían una de las pesadillas de Freddy Krueger. Ya sabía qué era lo que tenía que hacer. Obligó a su hermano a ver la película con ella, imponiendo la condición de no taparse los ojos en las partes más terroríficas. Anabel lo amenazó y lo condenó al silencio. Esa había sido la primera condena, luego vendrían muchas más. Ella le dijo que los secretos entre hermanos morían entre hermanos, pacto de sangre remarcó, y él le creyó. Lo de “sangre” pareció interesarle demasiado.

La noche llegó y, como era previsible, él no podía dormir. Las horas pasaban y en su mente las escenas de la película no paraban de aflorar. Su padre era policía pero, según había visto en la película, contra Freddy ningún padre podría.
Escuchó a su hermana abriendo lentamente la puerta. Vio su figura deslizándose sigilosamente hacia su cama. La escuchó: “uno, dos, freddy viene por ti…”. Ella le cantaba con una voz extraña, que no era de ella pero que no era de nadie. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Efraín. Los labios temblaban y agitaban las lágrimas que empezaban a acumularse en sus ojos. Sus oídos le dolían, no soportaba escuchar esa música tétrica que le escupía su hermana. Ella saltó sobre él, le tapó la boca con una mano, mientras la otra apretaba su cuello. Vio en el rostro de su hermana los ojos de una serpiente, escuchó en su risa cruel a las hienas, sintió en sus manos las arañas. Todo era demasiado real, tanto que su hermana parecía poseída, transformada en un ser que no era ella. Anabel no supo que él también jugaba, que él sabía de sus intenciones y eso alimentaba las suyas; ella no sabía que seguirle la corriente era parte de sus planes. Las escenas se sucedieron una tras otra como si se tratara de un cortometraje. Efraín clavó el crucifijo en uno de los ojos de víbora de su hermana. Anabel lanzó un alarido tan fuerte, que lastimó su garganta. El padre corrió a la habitación del hijo intuyendo lo peor, creía que Efraín era atacado. Apenas entró, vio un bulto sobre su hijo, y no dudó. El ruido de la pistola fue un grito en la noche oscura. Había disparado dos veces sobre ese bulto que un segundo después supo que era su hija.
Lo que sucedió después era predecible. El padre no tuvo otra opción más que el suicidio. Los dos familiares muertos estaban tendidos frente a Efraín que reía como un loco.
La justicia ordenó que fuera recluido en el manicomio. “Peligro para sí mismo o para terceros” dijeron las pericias psiquiátricas.

Efraín vivió ahí durante años, que es lo mismo que morir. Su madre no se olvidó de él, pero su recuerdo era una blasfemia. Su hermana y su padre se pudrían en el cementerio y alimentaban los gusanos.

Pero ese día, Efraín sentía que todo cambiaría. Mientras cantaba la canción, se le ocurrió que el tiempo era una construcción falaz. Tenía la certeza de que ese día todo empezaría. Se vistió de una manera completamente diferente, como lo hubiese hecho Anabel, peinó su cabellera hasta parecerse demasiado a su hermana y se escapó del manicomio para buscar un nuevo hermano.

miércoles, 9 de mayo de 2007

EL RECUERDO, O ESA PRESENCIA QUE DUELE


“Entre mí y el recuerdo de pasadas alegrías hay un abismo no menos profundo que entre mí y posibles alegrías actuales.”
(Oscar Wilde, en De Profundis)

I remember it well
The first time that I saw
Your head around the door
'Cause mine stopped working

Domingo frío en la tarde omnipresente. Tu ausencia se acrecienta más que el silencio que lo cubre todo pero que no tapa nada del vacío que hay en mi pecho. La música te trae y yo la uso para invocarte como se invoca a los espíritus. Enciendo velas en tu nombre para que me traigas la luz que lastime mis ojos oscuros. Es que esta necesidad apremiante de encontrarte ya me resulta intolerable. Te ofrezco hasta lo que no tengo sólo por que regreses y puedas darme lo que no tienes.

I remember it well
There was wet in your hair
I was stood in stare
And time stopped moving

Es que los días parecen todos iguales y pasan muy lentamente. Es que la rutina es un cáncer que oxida mis células en forma constante. Es que ya no hay espacio en mi cuerpo que soporte tu recuerdo, por que estás en cada parte de mí y, al mismo tiempo, me excedes. Es que te quiero tanto que me duele.

I want you here tonight
I want you here
'Cause I can't believe what I found
I want you here tonight want you here
Nothing is taking me down, down, down...

Me arrancaría los ojos para dejar de verte en todos lados. Los aplastaría con mis manos para vaciarme de las lágrimas que sudan la saliva con la que bañaste mi cuerpo. Me arrancaría cada uno de mis cabellos que se sienten abandonados sin tu respiración agitándolos, e invitándolos a volar.

I remember it well
Taxied out of a storm
To watch you perform
And my ships were sailing

Me quitaría la piel. Clavaría mis uñas para desgarrar la carne que se pudre. Escarbaría entre mi sangre sólo para encontrarte. Haría jirones de este manto de células que me recubre. Perdería cada parte de mi ser para no tener que escuchar el silencio de tus besos ausentes, de tus caricias errantes, de tu lengua fugitiva y fetichista.

I remember it well
I was stood in your line
And your mouth, your mouth, your mouth...

Me sumergiría y bucearía en los músculos de mi pecho para detener ese constante tic – tac que marca los días ausentes, que transcurren sin tenerte. Incendiaría mi cuerpo para hacer cenizas tus recuerdos. No quiero que me toques desde el pasado truncado, quiero que me arrulles con tus bucles añorados. Pero no estás y yo lo sé aunque no quiera.

I want you here tonight
I want you here
'Cause I can't believe what I found
I want you here tonight want you here
Nothing is taking me down, down, down...

La resignación, esta vieja compañera, sólo me deja soñarte, pensarte, recordarte, imaginarte, fantasearte, añorarte, implorarte, amarte hasta extrañarte y extrañarte hasta odiarte por marcharte. Es que sólo eso puedo, recordarte.

Except you my love.
Except you my love...

Te doy mis ojos que se derriten con tu ausencia. Te doy mi piel que languidece, y que se agrieta sin las caricias que me dieron tus labios. Te doy mi corazón marchito para que no quede más cuerpo que de cabida al dolor de no tenerte y de necesitarte tanto como a la muerte. Te doy todo de mí y no te doy nada, para que dejes de estar ausente y para que tu recuerdo no se apropie de mi cuerpo doliente, que se derrite como velas encendidas en la oscuridad de las ausencias.

I wanna hear what you have to say about me
Hear if you're gonna live without me
I wanna hear what you want
I remember December…

Letra intercalada: "I remember" de Damien Rice

martes, 1 de mayo de 2007

INERCIA DE NOCHES Y NOSTALGIAS


Nyx, la hija del caos, ya envuelve los cielos. Hace frío y, luego de la larga jornada, estoy llegando a casa. Ese hogar castigado por el tiempo, se vació de sonrisas y se tapizó de silencios. Los que allí habitamos, ya ni si quiera nos miramos, nos hemos vuelto absolutamente extraños.
La cama se ofrece ante mis ojos como una gran promesa, como un bálsamo capaz de aliviar cansancio, frío y esa fatídica suma de realidades cotidianamente adversas.
Me envuelvo entre las sábanas, como cuando era niño, tenía miedo y pensaba que debajo de ellas nada sucedería. Apago la luz. Escucho el silencio. El frío en mis pies escala hasta el alma. Los ojos se cierran. La mirada se desliza sobre ásperos recuerdos. Hoy, los dioses no me quieren en su lecho.
El celular que, por capricho del azar quedó encendido, empieza a vibrar junto a mi cama. Su luz tenue se cubre de las tinieblas nostálgicas con las que me visto. Leo el mensaje y me sorprende que sea tuyo. Tus palabras me llegan como piedras arrojadas para romper en pedazos mi cuerpo de cristal que se derrumba en mil fragmentos. Es que no sólo estás en mis recuerdos, sino también en los sueños, o en mis intentos.
No contesto tu mensaje, ya te lo dije todo y no escuché nada. Tu silencio, tu ausencia, tu indiferencia son gritos más sinceros que cualquier otra respuesta.
Mis pies siguen fríos, deambulando entre las sábanas. Buscan inútilmente los tuyos, dibujan en el colchón el hueco en donde ya no estás. La cama me queda grande y sólo puedo perderme en ella sin alcanzar el descanso prometido. Ese vacío a mi lado me aturde con sus gritos que denuncian que no estás. Esa capacidad, tan mortalmente mía, de adelantarme hacia el futuro, me asegura que tampoco estarás, que te fuiste y que no volverás.
Escucho los perros que ladran afuera, el viento los ha despertado. Los árboles se mueven y abanican los silencios noctámbulos que llueven del cielo. La noche se me pasa como se me escapa la vida, lentamente y sin darme cuenta. No puedo dormir, ni tampoco soñar. Es que ese hueco invernal que está a mi lado, me envuelve, me atrae, me toma de los pies y con su fuerza centrífuga, me arrastra hasta su centro. Allí no hay nada, sólo este pecho abierto y vacío que se llena de recuerdos.
Respiro, ese es mi castigo. La soledad se cuela en mi nariz y me ahoga al llegar a mis pulmones. Se fuga una lágrima, cae como si fuera una hoja de otoño que, junto con las que vendrán, forman un manto anaranjado en mi rostro por el que ya no caminan tus manos. Los ojos se incendian. Las lágrimas explotan por la combustión de los recuerdos. Los ríos de lava siguen los cauces que escarbaron tus manos en mi piel. Me estoy desangrando, y cada gota que se fuga de esta cárcel de nostalgias me transporta hacia el pasado. Mi boca se llena de sal y del recuerdo del sabor de tu piel. Puedo ver tu mirada triste inundándose con mis palabras. Puedo oler tu perfume escapándose de mis poros. Puedo sentir la tibieza de tu cuerpo contrastando con la frialdad de mis infiernos. Estás aunque no estás. Tu recuerdo fantasmagórico circula por mis venas que se abren con la ausencia.
La noche se escapa. Ha dejado en mi cama sus hijas bastardas, las penas, la angustia y la muerte. Una luz entra por la ventana. No he dormido nada. El día se me va, ante de empezar. Hoy, como nunca y como siempre, te volveré a extrañar, pero todo será igual. Hoy me volveré a matar, y nada va a cambiar...