El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

sábado, 29 de julio de 2006

SIN PALABRAS


Caminaba sin rumbo por las calles de este pueblo con sabor a nada. El rumbo lo perdí cuando te perdí, y no sólo me quedé sin rumbo.

Me acuerdo el día en el que me dejaste solo, mirándote ir entre los sauces de esa plaza, que presagiaron mis lágrimas eternas, como si fueran gitanos. Ese día sentí lo que era morirse, y no me equivocaba.

Siempre creí que se podía morir por amor, y vos me contradecías. Tanto dolor sentí al perderte que mi garganta perdió sus sonidos, cada parte de mi cuerpo empezó a marchitarse cuando me trajiste siete inviernos.

Caminaba sin rumbo por las calles de este pueblo. Caminaba hasta que ya no pude avanzar más…

Quedé paralizado, aterrado al verte. Fue como ver un fantasma, el de uno más vivo que yo mismo, que estoy muerto hace mucho tiempo. Siempre creí que te podría volver a encontrar, te buscaba confiado en que había magia en el universo y que ella nos iba a acercar. Hay magia en el universo y la magia nos acercó, la magia negra, la magia negra…

Vi tu cara de horror cuando me acercaba. Vi como cada músculo de tu cara se tensaba al recordarme. Vi en tus pupilas que me veías como me ven los demás, como el loco de este pueblo, que se cree racional. Vi que me ves como aquel que perdió interés en la higiene, en el cortarse el pelo como hubiese querido tu padre militar, o en el cambiarse la ropa como decía tu madre anestesiada de pastillas para dormir.

No me reconociste hasta que me miraste a los ojos y te reconociste en ellos al ver que te mostraban nuestro pasado. Viste en mis ojos la tristeza acumulada tras siete años de dolor.

“Hola”, me dijiste y, como desde hace siete años, yo no pude decir nada. Mi garganta fue la primera flor en morir en tu recuerdo. La angustia insoportable que sentí me destrozó las cuerdas vocales que, desde entonces, me aturden con un grito mudo de dolor en las noches en las que no duermo.

Mi mano se escabulló en el bolsillo de las prendas que me cubren desde aquel día. Allí encontró la nota teñida de pasado, que escribí sabiendo que mis sonidos te los llevaste con vos. Te extendí mi mano, dándote lo último que me quedaba.

Recuerdo exactamente cada una de las palabras que escribí y mientras tus ojos se deslizaban por la tinta seca mezclada con lágrimas, en mi memoria brotaba el recuerdo a borbotones.

“Me siento derrotado en el campo de tus palabras. Siempre soy demasiado poco para vos, aunque seas demasiado poco para mí. Soy tu carga de tristeza, el reflejo de tu vacío y tu soledad, ese espejo roto que te trajo la maldición de los siete años. Sos mi herida constante, el sabor del dolor que impregna mis labios vacíos de palabras. Si supieras cómo duele no ser nunca bueno para vos, por que nada de lo que te doy te alcanza, porque te pierdo entre mis manos.

Si supieras cómo me duele, si supieras que aún vomito tus palabras. Nada tiene sentido para mí y yo nunca tuve sentido para vos. Tus silencios se resbalan por mi cuerpo llenando mi boca de vacío. Me siento desnudo de deseos, y ¿qué es la vida sin deseos, más que un silencio eterno al que llamamos muerte?

Lo único que me colma, es esta angustia que me fragmenta. Me dejaste solo, enfrentándome con tu ausencia y con que siempre te vas más allá de mí. Desde hace siete años, yo ya estoy más allá de todo y de todos.”

Al finalizar la carta, me miraste con la compasión insultante que hay en tus ojos, con odio e indiferencia, con amor y con lástima, con vida y con muerte. Me miraste una vez más y supe que era la última vez que tus ojos se posarían en mí de esa manera. Te diste media vuelta para, otra vez, irte. Pero, esta vez me dejaste sólo con mi cuchillo clavado en tu espalda, con mis manos rojas de tu sangre. Esta vez, me dejaste sin palabras.