El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

domingo, 6 de junio de 2010

EL MURO


(...)
And I forgot to call
This is just how I work
I stand there still like a photo on your hands
That you cant try to explain yourself.
("Just like a wall" by Russian Red)


Despierto. Trece horas de dormir me acercan a la satisfacción de no estar vivo. Me siento en la cama y recuerdo ese instante en el que intenté acercarme a tu piel de la misma manera en que lo hace un cachorro que, una vez agredido, se aproxima con las orejas bajas esperando recibir el nuevo golpe.

Te pienso y recuerdo tus dedos largos que se esparcen como si fueran témperas de diversos colores sobre mi piel devenida en lienzo. Debajo de tus manos, mi cuerpo se eriza con tu roce. Los besos tienen sabor a ausencia pero no me importa, pues engañan a mis labios con lo que ellos piden.

Te veo, nítidamente, dibujarte en mi memoria. Estás allí fumando y, ahora que lo pienso, el humo me parece tan volátil como tus palabras. Creo que te parecés a esas aves que, ante el menor de mis pasos, levantan vuelo hacia los cielos. Y es que ¿cómo no ibas a hacerlo si lo que yo tenía para darte coincidía exactamente con lo que vos no podés recibir?

Y me es inevitable, aunque lo critiques, sentirme como el agua que elegiste no beber y que cae de tus manos. Soy ese resto que se estanca en tu cama agigantada en la que, además, soy sólo un punto inhóspito.

Siento que el silencio se erige como un muro tan alto e infranqueable que nos vomita en infiernos diferentes. De este lado, palabras; del tuyo, silencio. Acá reina la confusión, de ese otro lado estás vos con las cosas tan claras que terminan no significando nada. Y el muro nunca se rompe y quedamos tan lejos pudiendo haber estado tan cerca.

Te pienso en el lugar de las preguntas que callé por temor a las respuestas. Sí, soy cobarde pero vos también lo fuiste. Yo no me animé a escuchar el “no”, pero vos tampoco te animaste a decirlo. Temí que al hablar se rompiera lo que no existía antes de que surgiera el deseo de que nazca. Y, sin embargo, los actos corrieron el velo y precipitaron las verdades.

Y, en esta pequeña ciudad cruel, nunca supiste qué tan sensible podía llegar a ser yo y como una sola de tus palabras podía acercarme a la utopía del creer, o a la certeza del pesimista. Me tiré hacia atrás y vos no estabas para evitar el golpe de la caída.

Y ahora sólo me queda levantar el muro que me separe del mundo. Tendrá un gran espesor, pues sólo así estaré a salvo del dolor y dejaré de sufrir más de la cuenta. Detrás del muro quedarán tus ojos mirándome esa noche. Ya no los veré más. Quiero parar de hacerme daño. Ya choqué demasiadas veces contra el muro.

domingo, 18 de abril de 2010

VACÍO

Imagen de Joel - Peter Witkins


No hay nada, ni nadie alrededor. El silencio recubre el cielo y el aire. A lo lejos se escuchan perros ladrando a fantasmas. El silencio me envuelve y me aplasta, sin saberlo, con su exceso.

No sé dónde estoy. Sólo siento algo extraño en mis piernas que me impulsa a correr. No entiendo porqué, pero sé que es algo que no controlo.

Corro, pero nada alrededor cambia. Sigo estando en el mismo lugar. Las piernas duelen. Sobre mi cara se descargan las bofetadas, furiosas, que da el viento.

Intento entender todo esto, pero no puedo. No sé a dónde se fueron todos ni sé porqué sólo veo tierra verde y cielo gris. Las piernas se esfuerzan más. Siento que los músculos, huesos, articulaciones y tendones se retuercen, como babosas ante la sal, adentro de mi cuerpo. Y, sin embargo, no puedo parar de correr aunque quisiera.

Duele, cada vez más y sigo estando en el mismo lugar sin entender porqué no avanzo. Miro mi reloj en la mano izquierda: 1:15pm. El segundero está muerto, los minutos se rigidizan, pero mis piernas hierven, furiosas, arriba del mismo suelo.

Pasos en el mismo lugar. Es todo lo que soy. Piernas que se esfuerzan hasta fundirse, paisajes que permanecen inmutables, tiempo que no avanza. Miro una vez más y todo esta tan negro que arde.

Pestañeo. Abro los ojos nuevamente y me veo a mí mismo corriendo inmovilizado, sin poder ver. Mis ojos están ahí afuera mirando con anticipación todos mis fracasos. De las cuencas oculares vacías brotan, enérgicas tempestades de lágrimas devenidas en sangre. Las risas explotan colonizando los oídos. No sé de dónde vienen. Sólo sé que duele.

Me despierto sobresaltado, feliz de constatar que sólo ha sido un sueño. Y sin embargo siento la mirada, las risas, toco mi cara y mis manos se cubren de sangre.

miércoles, 7 de abril de 2010

GANITAS (o de cómo pienso estupideces)

Imagen: de Rene Magritte


Caminando por mi mente y pensando en el paso del tiempo, me topé con tu omnipresente ausencia.

Pensé que el tiempo es todo y a la vez es nada. Sé que es paradojal creer que en el futuro se dará ese encuentro, sabiendo que en realidad el futuro no existe, que sólo es real este instante en el que yo escribo esta última letra que vos, ahora, lees en la pantalla. Y ahora que también lo pienso, vaya uno a saber si es real este instante, y también vaya uno a saber quién sos vos y también quién soy yo.

Entonces me pregunté, (como si ya no tuviera una superpoblación de preguntas y un desierto de respuestas), ¿cuánto tiempo falta? Y usé el verbo “faltar” en el sentido de “hasta-cuándo-tengo-que-esperar-para-que-llegues”. Y así saber por dónde andás, si es que andás. Y quise decirte que te apures, que te quiero en esta tarde de otoño, para que con palabras seas capaz de hacerme levitar desde la profundidad de mis pozos. Y fue allí cuando me percaté de qué no sé quién sos ni dónde estás. Y también ahí fue cuando pensé en el otro sentido de “faltar”, pues justamente lo que falta, al no existir, es el tiempo. Entonces quise que alguien invente el tiempo, que me persuadan sobre la existencia del futuro, así como en algún momento me convencieron de la existencia de Papá Noel, los Reyes Magos y el ratón Pérez. Y es que cuando te das cuenta que el futuro es en realidad una expresión de deseo y no algo que existe en concreto, viene la ansiedad de saber que el único tiempo que existe es el hoy y que, en ese hoy, estás solo.

Y seguí pensando entonces en eso del amor. Y me acordé que sé que tiene mucho de trampa, de imaginario, de ilusiones, metonimias, metáforas y semblantes. Recordé que escribí que un encuentro es del orden del milagro. Y pensé que es cierto que nunca puede ser plenamente satisfactorio, porque no existe eso de la otra mitad perdida, de la media naranja, de las almas gemelas. Entonces me dije que ojalá fuera tan fácil como lo planteaba Aristófanes, pero que en realidad su explicación sobre el origen del amor es sólo un lindo mito.

Sin embargo, pese a todo lo que pienso y sé, todavía creo que cuando alguien te ama y vos te dejás amar algo, extraño, te une a esa persona. Y esa unión se vuelve como un lazo que te liga a la vida. Y pensé en mí y me acordé que soy un árbol inestable, de tronco débil y de raíces poco desarrolladas, que necesita aferrarse a la profundidad de la tierra para no caerse. Y entonces me di cuenta que, aunque todo sea una trampa imaginaria, prefiero alimentarme de ese queso-señuelo a morir solo, de hambre.

Y después me dio miedo. Porque pensé qué pasaría si vos sos como un pajarito que se asienta sobre mis ramas para hacerme compañía, construís tu nido sobre mi cuerpo y un día decidís volar y te vas lejos. Y yo, siendo un árbol, no te podría alcanzar por mas que intentara hacer crecer mis ramas. Y entonces ya no sería otoño, y llegaría el invierno y mis hojas se caerían sin parar y, tal vez, se quebrarían mis ramas.

Pero igualmente supe que tengo ganas de llenar de colores las tardes con tus roces. De memorizar con la punta de mi lengua los relieves de tus labios. Tengo ganas de leer el paso de los días en la profundidad de tus miradas. Tengo ganas de saber cómo se despega mi piel bajo tus manos tibias, mientras compartimos el delirio de creer en un futuro, juntos.

Y ahí me di cuenta de que quiero saber cuántas cucharadas de azúcar ponerle a tu café en las mañanas. De saber si preferís acompañarlo con agua (gasificada o no), un jugo de naranja, o tal vez de pomelo. Y supe que, además, quiero saber el sabor exacto que tendrá tu lengua cuando acaricie la mía. Y también me percaté de que tengo ganas de explorar el camino de tu cuerpo que me conduzca a ese punto estratégico en donde te derrumbes con cosquillas.

Y sí, tengo ganas de compartir el café, el mate o el té. Tengo ganas de ver a través del humito que sale de la taza cómo se dibujan tus sonrisas, en el aire que respiro. Tengo ganas de que una sola de tus palabas sea capaz de expulsar de mi vida a los silencios. Tengo ganas de que siempre que sonrías para mí, sea como un amanecer luego de noches muy oscuras.

Y finalmente tuve ganas de abrazarte fuerte, fuerte si es que tal vez el día de hoy te hizo sentir débil. Y tuve ganas de intuir tu presencia unos segundos antes de que llegues. Y también quise espantar tus miedos con mis palabras. Es que sí, me di cuenta de que tengo ganas de que estés y por eso,

te llamo sin parar
te llamo sin parar
te llamo sin parar

y me pregunto donde estás, si es que estás y cuándo aparecerás.

Letra intercalada y Música: "Fecundación (te llamo sin parar)" de Lisandro Aristimuño

domingo, 21 de marzo de 2010

AUTÓMATA




Cuando era chico escuché que el alma estaba unida al cuerpo por un lazo de plata. Nunca entendí bien por qué ese lazo podría romperse alguna vez y cómo se separaban las dos sustancias. Sólo pude saber que, con el paso del tiempo, la plata se desgasta y a veces se vuelve un hilo putrefacto, teñido por un verde moho, que despide un fétido olor. El deterioro llega al punto de extinguirlo con la misma facilidad con la que la dureza del hielo se vuelve agua. El tiempo que transcurre entre la dureza de la plata y la volatilidad del polvo es siempre un interrogante variable en cada ser humano. A veces dura un día, otras ocho años, a veces veintiséis, y otras llega hasta los cien.

La luz se enciende. Se escucha la voz, inconfundible, de mister Yorke. El celular, además de despertarlo con esa canción, vibra sobre la mesa de luz. La mano de él se extiende y lo apaga. Su momento de paz ha terminado.

Dormir es como estar muerto por unas horas. Me acuerdo que cuando era chico pensaba que la mejor manera de morir era esa, llegar al fin mientras uno estaba anestesiado por el sueño. Siempre me asustó el sufrimiento, yo no quería pasar por esa experiencia. Sin embargo, como todos, terminaría por comprobar que no se puede escapar, que la angustia es una gran catástrofe natural, con epicentro en la garganta, capaz de fragmentar el cuerpo entero con uno solo de sus rugidos.

Afuera, la noche no se inmuta en partir. El frío tampoco. Con el correr de las horas, el sol saldrá, sólo para ocultarse tras el cielo. El día será gris claro y frío, muy frío, parecido al de ayer y al de antes de ayer. Era así, todos los días usaban el mismo vestuario.

Siempre tuve miedo a la rutina. La paralización del tiempo es la muerte misma, porque la vida se trata de eso, ¿no?, de un constante fluir. Entonces la rutina era un castigo terrible, era una muerte en vida. Era desarrollar esa terrible condición llamada “síndrome de cautiverio”, que consiste en la conservación de la conciencia, la visión, audición y respiración, pero habiendo perdido el movimiento del cuerpo y la posibilidad de emitir palabras. ¿De qué sirve estar vivo cuando ya se está muerto? Desde hace años esa pregunta está anclada en mi mente, será que todavía no le encuentro respuesta.

El café que está tomando, también es idéntico al que toma todos los días. Tres cucharadas de café y dos de azúcar. Revuelve todo eso para obtener el mismo resultado de siempre: amargo y bien negro. Está tibio y tiene ese gusto a artificial que tanto detesta pero que, sistemáticamente, cada vez que va a comprar café se olvida de reemplazar por uno menos peor. No lo termina, deja la taza en la mesa que tiene el plato de comida que almorzó el día anterior. Se pone la ropa que usó hace tres días. No tiene tanto olor y es de las que está menos arrugada.

There was nothing to fear and nothing to doubt

Agarra el celular y las llaves del auto. Prende el estéreo y escucha las noticias. Según dicen los medios, este día es diferente al de ayer. Las cosas están mucho peor. Hay más inseguridad (matan a ancianos y roban en iglesias, fíjese usted), más inflación (los precios por las nubes, ahora es imposible viajar a Miami), más corrupción (son todos chorros, que se vayan todos), más deserción (los chicos de hoy ya no estudian), más crispación (con los milicos estábamos mejor). No aguanta más: apaga el estéreo y llega al trabajo.

There was nothing to fear and nothing to doubt

Se percata que olvidó lavarse los dientes y piensa “qué importa, total no besaré a nadie”. Allí está ella, mirándolo con su cara de vas-a-hacer-todo-mal-como-todos-los-días. Se saludan hipócritamente, pues ninguno se soporta. Ingresa a su oficina y cierra la puerta tras de él. Ése será su búnker por las siguientes doce horas. Cada minuto será igual al anterior, tendrá que revisar los papeles, aplicar las mismas fórmulas, llenar las mismas tablas y escribir las mismas cosas. Una y otra vez, hasta el hartazgo.

There was nothing to fear and nothing to doubt

Durante todo el día, escuchará esa voz chillona de la jefa una y otra vez recriminándole que se apure con el informe X, que ya es hora de entregar el análisis Y, y que prepare de una vez el proyecto Z. No lo pedirá de buena manera porque él es su empleado, una máquina más de todas las que tiene la organización que ella preside. Una máquina que puede reemplazarse por cualquier otra con facilidad. Un recurso en un mundo artificial, donde todo y todos somos descartables.

There was nothing to fear and nothing to doubt

Le duele la cabeza. No duerme bien desde hace meses. No aguanta más. Pero una alegría momentánea lo invade: son las ocho de la noche, ya es hora de irse. Pero, como toda alegría, ésta es más fugaz que las sorpresas. Y así, la alegría se acaba. Piensa y, al hacerlo, llama a la tristeza, pues la razón es condición sine qua non de la fugacidad que caracteriza la alegría. “Irse”, repite en su mente… pero ¿a dónde? Su departamento minúsculo y sucio hace tiempo dejó de ser su hogar para transformarse en una cueva habitada por ratas, cucarachas y hormigas que, en este mismo momento, en el que él está ausente, devoran felices los restos de todo lo que encuentran en la mugre.

There was nothing to fear and nothing to doubt

Fuera de la oficina, intenta arrancar el auto y no puede. La temperatura bajó a dos grados bajo cero, el viento es fuerte y lo inquieta. Está diez minutos intentando que arranque. Las maquinarias, en ocasiones, no funcionan. Algo salta, de imprevisto, pues la imperfección acecha siempre, desde la esencia de todas las cosas. Pisa el acelerador y siente el rugir del auto como si fuera una carcajada que le estalla en la cara.

There was nothing to fear and nothing to doubt

No quiere saber mas nada de nada. No pondrá ningún noticiero en la radio. Encuentra la música que le gusta y sube el volumen al máximo. No escucha nada, ni siquiera sus propios pensamientos. Quiere que lo aturda la voz de Yorke. Pisa el acelerador nuevamente y pone tercera. Quiere que la música penetre en sus oídos y empuje todos los pensamientos que, como si fuera agua estancada, despide un pestilente olor y va dejando huellas en donde se posan. Hunde aún más su pie en el acelerador y pone cuarta. Quiere escaparse del café artificial, del día gris y frío, de las noticias negativas, de la jefa hipócrita y voz chillona, de las hojas, tablas e informes. No saca el pie del acelerador y pone quinta. Llega al puente que atraviesa el río, deseando volar. No hay muchos autos y eso hace que la sensación de despegar se vea favorecida. Piensa en los gusanos que se alimentan de su alma. Piensa en el olor a podrido que sale de sus poros. Piensa en todas las personas que dejó atrás. Piensa que ya está e, imprevistamente, gira el volante del auto a la izquierda y la inercia hace que de tumbos y que vuele al río desde el puente.

There was nothing to fear and nothing to doubt

Se escucha una gran explosión. El fuego, imponente, se levanta dándole algo de color y calor al día gris invernal. Hacía falta tanto fuego para evaporar tanta agua... La maquinaria saltó. Se fundió el engranaje. Él ya no es más un autómata.

I jumped in the river and what did I see?
Black-eyed angels swam with me,
a moon full of stars and astral cards
and all the figures I used to see,
all my lovers were there with me
all my past and futures
and we all went to heaven in a little row boat
there was nothing to fear and nothing to doubt

(extracto de Pyramid Song, de Radiohead)