El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

domingo, 18 de abril de 2010

VACÍO

Imagen de Joel - Peter Witkins


No hay nada, ni nadie alrededor. El silencio recubre el cielo y el aire. A lo lejos se escuchan perros ladrando a fantasmas. El silencio me envuelve y me aplasta, sin saberlo, con su exceso.

No sé dónde estoy. Sólo siento algo extraño en mis piernas que me impulsa a correr. No entiendo porqué, pero sé que es algo que no controlo.

Corro, pero nada alrededor cambia. Sigo estando en el mismo lugar. Las piernas duelen. Sobre mi cara se descargan las bofetadas, furiosas, que da el viento.

Intento entender todo esto, pero no puedo. No sé a dónde se fueron todos ni sé porqué sólo veo tierra verde y cielo gris. Las piernas se esfuerzan más. Siento que los músculos, huesos, articulaciones y tendones se retuercen, como babosas ante la sal, adentro de mi cuerpo. Y, sin embargo, no puedo parar de correr aunque quisiera.

Duele, cada vez más y sigo estando en el mismo lugar sin entender porqué no avanzo. Miro mi reloj en la mano izquierda: 1:15pm. El segundero está muerto, los minutos se rigidizan, pero mis piernas hierven, furiosas, arriba del mismo suelo.

Pasos en el mismo lugar. Es todo lo que soy. Piernas que se esfuerzan hasta fundirse, paisajes que permanecen inmutables, tiempo que no avanza. Miro una vez más y todo esta tan negro que arde.

Pestañeo. Abro los ojos nuevamente y me veo a mí mismo corriendo inmovilizado, sin poder ver. Mis ojos están ahí afuera mirando con anticipación todos mis fracasos. De las cuencas oculares vacías brotan, enérgicas tempestades de lágrimas devenidas en sangre. Las risas explotan colonizando los oídos. No sé de dónde vienen. Sólo sé que duele.

Me despierto sobresaltado, feliz de constatar que sólo ha sido un sueño. Y sin embargo siento la mirada, las risas, toco mi cara y mis manos se cubren de sangre.

miércoles, 7 de abril de 2010

GANITAS (o de cómo pienso estupideces)

Imagen: de Rene Magritte


Caminando por mi mente y pensando en el paso del tiempo, me topé con tu omnipresente ausencia.

Pensé que el tiempo es todo y a la vez es nada. Sé que es paradojal creer que en el futuro se dará ese encuentro, sabiendo que en realidad el futuro no existe, que sólo es real este instante en el que yo escribo esta última letra que vos, ahora, lees en la pantalla. Y ahora que también lo pienso, vaya uno a saber si es real este instante, y también vaya uno a saber quién sos vos y también quién soy yo.

Entonces me pregunté, (como si ya no tuviera una superpoblación de preguntas y un desierto de respuestas), ¿cuánto tiempo falta? Y usé el verbo “faltar” en el sentido de “hasta-cuándo-tengo-que-esperar-para-que-llegues”. Y así saber por dónde andás, si es que andás. Y quise decirte que te apures, que te quiero en esta tarde de otoño, para que con palabras seas capaz de hacerme levitar desde la profundidad de mis pozos. Y fue allí cuando me percaté de qué no sé quién sos ni dónde estás. Y también ahí fue cuando pensé en el otro sentido de “faltar”, pues justamente lo que falta, al no existir, es el tiempo. Entonces quise que alguien invente el tiempo, que me persuadan sobre la existencia del futuro, así como en algún momento me convencieron de la existencia de Papá Noel, los Reyes Magos y el ratón Pérez. Y es que cuando te das cuenta que el futuro es en realidad una expresión de deseo y no algo que existe en concreto, viene la ansiedad de saber que el único tiempo que existe es el hoy y que, en ese hoy, estás solo.

Y seguí pensando entonces en eso del amor. Y me acordé que sé que tiene mucho de trampa, de imaginario, de ilusiones, metonimias, metáforas y semblantes. Recordé que escribí que un encuentro es del orden del milagro. Y pensé que es cierto que nunca puede ser plenamente satisfactorio, porque no existe eso de la otra mitad perdida, de la media naranja, de las almas gemelas. Entonces me dije que ojalá fuera tan fácil como lo planteaba Aristófanes, pero que en realidad su explicación sobre el origen del amor es sólo un lindo mito.

Sin embargo, pese a todo lo que pienso y sé, todavía creo que cuando alguien te ama y vos te dejás amar algo, extraño, te une a esa persona. Y esa unión se vuelve como un lazo que te liga a la vida. Y pensé en mí y me acordé que soy un árbol inestable, de tronco débil y de raíces poco desarrolladas, que necesita aferrarse a la profundidad de la tierra para no caerse. Y entonces me di cuenta que, aunque todo sea una trampa imaginaria, prefiero alimentarme de ese queso-señuelo a morir solo, de hambre.

Y después me dio miedo. Porque pensé qué pasaría si vos sos como un pajarito que se asienta sobre mis ramas para hacerme compañía, construís tu nido sobre mi cuerpo y un día decidís volar y te vas lejos. Y yo, siendo un árbol, no te podría alcanzar por mas que intentara hacer crecer mis ramas. Y entonces ya no sería otoño, y llegaría el invierno y mis hojas se caerían sin parar y, tal vez, se quebrarían mis ramas.

Pero igualmente supe que tengo ganas de llenar de colores las tardes con tus roces. De memorizar con la punta de mi lengua los relieves de tus labios. Tengo ganas de leer el paso de los días en la profundidad de tus miradas. Tengo ganas de saber cómo se despega mi piel bajo tus manos tibias, mientras compartimos el delirio de creer en un futuro, juntos.

Y ahí me di cuenta de que quiero saber cuántas cucharadas de azúcar ponerle a tu café en las mañanas. De saber si preferís acompañarlo con agua (gasificada o no), un jugo de naranja, o tal vez de pomelo. Y supe que, además, quiero saber el sabor exacto que tendrá tu lengua cuando acaricie la mía. Y también me percaté de que tengo ganas de explorar el camino de tu cuerpo que me conduzca a ese punto estratégico en donde te derrumbes con cosquillas.

Y sí, tengo ganas de compartir el café, el mate o el té. Tengo ganas de ver a través del humito que sale de la taza cómo se dibujan tus sonrisas, en el aire que respiro. Tengo ganas de que una sola de tus palabas sea capaz de expulsar de mi vida a los silencios. Tengo ganas de que siempre que sonrías para mí, sea como un amanecer luego de noches muy oscuras.

Y finalmente tuve ganas de abrazarte fuerte, fuerte si es que tal vez el día de hoy te hizo sentir débil. Y tuve ganas de intuir tu presencia unos segundos antes de que llegues. Y también quise espantar tus miedos con mis palabras. Es que sí, me di cuenta de que tengo ganas de que estés y por eso,

te llamo sin parar
te llamo sin parar
te llamo sin parar

y me pregunto donde estás, si es que estás y cuándo aparecerás.

Letra intercalada y Música: "Fecundación (te llamo sin parar)" de Lisandro Aristimuño