El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

lunes, 1 de diciembre de 2008

FRIALDAD

Imagen: "Elena's training" by Igor Amelkovich

La ciudad transpira y se rinde ante el calor sofocante de verano. Es una tarde húmeda, pesada, de esas que adhieren la ropa al cuerpo. No corre ni una leve brisa y el fuego quema las carnes. Las bocas piden la frialdad de alguna bebida helada que apague los incendios gestados en las gargantas. Pero los médicos dicen que hay que tener cuidado, pues tanta frialdad puede llegar a enfermar.
El amor a veces se olvida del clima. Aldana está abrazando fuertemente a Germán, como si quisiera sujetarlo a la vida. Ella tampoco encuentra sustento, pero uno siempre piensa que el otro está peor que uno. Aldana sabe que no puede darle nada, pero también sabe que daría todo para que él se sintiera amado. Hace calor, pero ella necesita sentirlo pegado a su cuerpo, pues siempre se tiene miedo de perder aquello que no se tiene.

Están sentados en la cama de él. Germán descansa de espaldas a Aldana, mientras ella tiene el torso de él, rodeado entre sus brazos. Él, pese a que es mucho más alto que ella, parece un niño que apoya su cabeza en el pecho de una mujer que le brinda protección. Germán, mientras habla, toma la mano pequeña de Aldana entre las suyas. Le cuenta que se quedó nuevamente sin trabajo y que le va a costar pagar el alquiler del departamento, pero que no volverá a la casa de sus padres. Le dice que tiene miedo, que a veces se asusta de sí mismo y que desearía que las cosas fueran más fáciles. ¿Es que hay alguien que no desee eso? Y sin embargo, siempre nos empeñamos en complicarnos.
Le describe sus pesadillas, esas que le traen los recuerdos de los maltratos de su padre en la infancia. Le cuenta la frialdad de aquel hombre y del silencio, igualmente frío, de la madre. Germán, un hombre que sale a pelear a la vida, se transforma de repente en un niño indefenso paralizado ante el terror al padre. Aldana, una mujer con sus problemas, pero siempre débil, se vuelve la mujer que cobija al niño de sus miedos.
Germán, teniendo siete años, ya sentía ese terror ante el padre. Fue ese terror el que, una vez, lo hizo temblar y derramar el té de la taza, durante el desayuno. Su padre le arrancó bruscamente la taza de la mano, le grita, lo humilla y el niño sólo puede pedir perdón, mientras llora. La taza vuela y se estrella contra la pared. La confianza del niño también. Germán siente las manos gigantes de su padre que le tiran del pelo hasta derribarlo. El niño siente el dolor del primer puñetazo en su inocente espalda. El niño experimenta la traición y empieza a sentirse la peor basura. El miedo explota luego del tercer puñetazo. Los gritos de la madre son tímidos y se muestra incapaz de frenar la frialdad de su marido. Germán le cuenta a Aldana de esa patada en el estómago, de su falta de aire, y su orina mojando sus piernas de niño. Le cuenta de su vergüenza, le cuenta de su miedo, le cuenta de su impotencia. También le habla de la ducha fría, de la humillación de estar tan desnudo, tan frágil y tan niño, ante su padre. Le cuenta de estar tiritando de frío, y de llorar por ser tan niño y sentirse tan poco querido.
Aldana lo escucha en silencio. Ahora es ella su madre. Ella es quien repara la omisión de la otra mujer. Siente a ese niño temeroso entre sus brazos. Sus ojos se llenan de lágrimas, y una de ellas cae sobre la mejilla de Germán, que le dice que quiere llorar pero no puede. El joven habla de sí mismo como si hablara de otro. No puede asociar a ese niño consigo mismo. No siente autocompasión, pero sí odio, aunque uno distinto, uno que se ha enfriado en sus venas y que no emerge en la voz cuando narra su pasado.

La joven vuelve a abrazarlo fuerte, buscándole infundir ternura, protección, amor y seguridad, pero él no puede corresponder a ese abrazo. Aldana se atreve a hablar y le pregunta qué siente. Él es sincero y contesta que ya no siente nada. Es que los golpes duelen, pero también anestesian. Germán piensa unos minutos y vuelve a hablar, pero esta vez con un volumen de voz más bajo. Vuelve a decir que a veces tiene miedo de sí mismo, pues él podría ser como su padre. El joven comete un primer error, pero no puede saberlo. Aldana no entiende, se perturba, se inquieta, y pregunta un tímido por qué. Germán, manteniendo su tono monocorde, le cuenta que a veces siente la necesidad de golpear y maltratar a seres más débiles e inferiores a él. La joven escucha estupefacta, mientras él continúa hablando, contándole con frialdad que su gato se escapó cansado de recibir golpes.

Aldana, sintiéndose más débil e inferior que Germán, no puede dar crédito a lo que escucha. No entiende como aquel hombre que la besó con tanta dulzura, puede ser capaz de algo semejante. La joven siente miedo, mucho miedo, y la sensación de abrazar a un desconocido que se transforma en peligroso. Hay algo en ella que le dice que ese hombre es oscuro; algo le dice que tendrá que cuidarse. Algo empieza a despertarse en ella.
Sin embargo, ve en Germán una lágrima, y luego otra, y otra. Y ahora el joven dice que no quiere ser así, que es infeliz, que desea olvidar todo pero que no puede, que necesita algo del amor que no tuvo en su infancia. Y es ahora él quién abraza fuertemente a Aldana, mientras ella vuelve a sentir deseos de cuidarlo, de ayudarlo, de amarlo. Y se abrazan fuerte, muy fuerte, hasta sentir que sus huesos se rompen en los brazos. La joven acaricia al hombre herido, besa suavemente sus lágrimas, sus ojos, su frente y él se deja besar.
Aldana, que parece ser tan pequeña, se vuelve grande. Se quita la remera, desprende su sostén y lleva a Germán hasta sus senos. Él los lame, los besa, los muerde suavemente, los acaricia, los aprieta y los vuelve a lamer. Su boca se llena de gusto a mujer y el sabor amargo de su vida se endulza. Germán recorre los pezones con su lengua hasta que están erectos. Ella se quita la falda y se desnuda por completo para entregarse totalmente al hombre. Él acaricia sus caderas, mientras besa su ombligo. Ella abre sus piernas y siente la lengua de Germán buscando su clítoris. Él se desnuda rápidamente y guía la boca de ella hasta su miembro. La pasión los desborda. Las manos se gastan en la piel ajena. Las lenguas crean pasadizos y recovecos. Los sexos se dilatan, se humedecen, se invocan. Los cuerpos pierden sus límites, mientras se muerden, se chupan, se tocan y se aprietan. Germán se siente poseído, es un demonio deseando pecar, y necesita con vehemencia internarse en el cuerpo de Aldana. Le abre las piernas, sujeta sus manos entre las suyas, muerde sus pechos y rápidamente está en ella moviéndose aceleradamente. Aldana le dice que pare, que está siendo muy brusco y la lastima. Pero Germán sigue aunque su rostro evidencia enfado y desprecio. Aldana vuelve a escuchar, en su interior, que Germán es peligroso, pero lo observa nuevamente y comprueba que se detuvo. Empieza a acariciarla muy suave y tiernamente, y acaricia con sus labios los de ella. Ahora lo hace suave y lentamente al principio, acomodándose entre las paredes aterciopeladas de Aldana. Ella, ahora, disfruta, y él también. El ritmo empieza a crecer según los deseos de ambos y, lo que era suave y lento se va transformando en fuerte y rápido, mientras ambos se acercan más y más al orgasmo. Los gemidos tapizan los oídos. Ella se contornea, gime, se humedece más y él acelera hasta sentir que explota e inunda todo en ella. La respiración y las pulsaciones decrecen. Se abrazan y besan suavemente. Germán cierra los ojos y le dice a Aldana que está cansado y que desea dormir aunque sea media hora.

Aldana se siente extraña. Experimenta un pequeño dolor en su vagina. Se levanta, va al baño, se mira al espejo y nota magullones en sus senos. Se higieniza y descubre que tiene una pequeña lastimadura. Recuerda la expresión sádica en el rostro de Germán, mientras la penetraba violentamente. Escucha nuevamente lo que le dijo sobre el gato. Y Aldana vuelve a sentir mucho miedo. Aldana es Germán a los siete años y Germán es su padre, en ese instante. Algo habla en Aldana y le dice que no debe volver a compartir la cama con él. Se empieza a sentir estúpida al no haberse ido apenas pudo. Teme que todo pueda empeorar y dicen que uno siempre condiciona lo que teme.
Hace calor, y más aún luego de tener sexo. La joven tiene sed y va a la cocina. Abre la alacena y saca un vaso. Busca en la heladera la botella de gaseosa pero no la encuentra. Se acuerda que Germán tiene la costumbre de guardar la bebida en el freezer. Lo abre sin saber que está abriendo la caja de Pandora. Lo abre sin saber que todo se desencadenará en un instante. El horror se apodera de ella, la penetra más violentamente que Germán. El miedo la golpea más fuerte que el padre del joven. La crueldad se materializa y ella siente que se vuelve un nuevo gato de Germán. Aldana se exaspera, y quiere gritar pero hacerlo despertaría a su novio. La joven llora mientras ve al gato muerto que la mira congelado, al lado de la botella de gaseosa. Ella no quiere estar en el freezer, ella no quiere llenarse de frialdad. Las voces empiezan a aturdir. Ellas nunca se equivocan, aunque los médicos digan lo contrario. Ellas son dueñas de certezas y esta vez, Aldana cree ciegamente en ellas.
Germán duerme profundamente. Está cansado, pues no tuvo un día fácil. Lo despidieron del trabajo y se puso a invocar a los fantasmas del pasado. Recordó y los recuerdos le siguen doliendo, pues pegan fuerte como lo hacía su padre. El sexo fue un oasis en medio de ese día de vida desierta. Pero las aguas que tomamos para enfriar nuestras gargantas, a veces tienen veneno. Ahora el joven escucha un ruido. Se despierta, abre los ojos y observa a Aldana mirándolo desencajada. Germán no entiende nada, pero ya no importa, pues está sintiendo la frialdad de un cuchillo que se clava una y otra vez sobre su espalda.