El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

martes, 26 de diciembre de 2006

LA MALDICIÓN DE UN ETERNO DESPERTAR


Imagen: "Presence of mind" de Magritte

He aprendido que hay dos estados básicos de la existencia para los que hemos sido malditos con el “don” de la cordura: el estado de vigilia y el del sueño. También he aprendido que “la vida es sueño y los sueños, sueños son”, y he aprendido que hay algo que nos impide el soñar.

Sueño y me despierta el hambre que tengo de tu cuerpo y de tu sangre, de tus besos y tu alma, de tu esencia y tu presencia. Despierto y sé que no puedo pedirte lo que no podés darme, pero el saber o no saber no es capaz de frenar el dolor ante el vacío que dejás cuando estoy sin vos.

Sueño y te tengo en cada fisura de mis labios, en cada grieta de mi piel, en el aroma que emana de mis poros incendiados con tus besos. Te tengo en la cárcel de la memoria que no deja de invocarte, te tengo en los párpados que te muestran ante mis ojos desnudos cada vez que se cierran deseando no abrirse más para contemplarte por siempre. Tengo presa tu imagen en mis ojos y tu imagen me tiene preso en tu recuerdo cada vez que estoy despierto.

Que mejor manera de concebir esto que tenemos cómo si fuera el alternar constante entre esos dos estados en los que transcurre la vida. Todo esto es como si fuera un sueño en donde nada tiene sentido, ni explicación, en dónde no hay que entender nada, en dónde no hay que pensar, sólo sentir y dejarse llevar por una cascada de deseos. Pero también todo esto es un despertar constante, un estrellarse contra la crudeza de lo posible.

Intento dormir todo el tiempo para traerte nuevamente aquí y deleitarme una vez más, con tu lengua dibujándome tus deseos en esta piel que da frutos nuevos con cada uno de tus besos.

Pero, todo se termina; y aunque mi cama sea la misma en la que volamos, y aunque la música que escuche sea la misma que fue leña alimentando el incendio, y aunque tu olor esté en mi piel y esté en mi ropa, y aunque te sienta respirar sobre mí, y aunque pueda volver a ver mil veces más como tus ojos avasallan a los míos; hay algo inevitable, y es que no estás y no puedo pedirte que estés.

En la primaria me enseñaron el ciclo de la vida: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Pero hay algo no aprendido; me revelo ante la muerte, me revelo ante el final, me revelo a pensar que todo tiene que terminar, por que esta pasión crece y se reproduce, y por que el amor me es inmortal. Pero llega un momento, un fatídico momento en el que todo termina, en el que me das el último beso y en el que me dejas ir y en el que te tengo que ver partir una vez más, sin saber cuándo volveremos a soñar.

Tengo que hacer de cuenta que todo esto es sólo un sueño, que tu boca abriéndose ante la tenacidad de la mía no existió; que tus manos, no me exploraron y no me marcaron; que tu saliva no me ha bañado y alimentado, que tus olores no me embriagaron; que tus gemidos no me extasiaron. Por que la vida es esto, un transcurrir entre esos dos estados, sueño y vigilia, entre el deseo y la realidad. Tengo que hacer como si nada hubiera pasado, como si todo esto fuera un hermoso sueño interrumpido al que no puedo regresar. Tengo que aceptar que mi vida está signada por la maldición de un eterno despertar.

sábado, 28 de octubre de 2006

ESAS CUATRO LETRAS (Presente)


Esas cuatro letras siguen siendo carceleras, aunque hoy permuten sus lugares y den origen a la nueva palabra que me segrega. Esas cuatro letras siguen enfrentándome con lo que es la soledad. Esas cuatro letras hicieron que aún siga parado detrás de la ventana, mirando como se me pasa la vida, mientras otros la disfrutan.

Ya no soy el que no puede respirar. Sin embargo, soy el que camina solo y sin sentido por intrincados pasillos, buscando una salida a todo esto.

La esperanza sigue cubierta por el invierno, sigo detrás de paredes que me encierran y me separan, sigo sin poder salir, sin empezar a vivir.

Mi pecho sigue fragmentándose, necesitando algo más vital que el aire y que sigo sin encontrar.

Sigo recostado en mi cama, aunque todos los días me despierte e intente vivir como viven los demás. Soy un autómata que sigue envuelto tras una máscara de humo que me separa y que me resulta difícil franquear.

Las palabras me siguen signando, el doctor me sigue diciendo que no puedo salir a disfrutar. La soledad, envejecida, sigue a mi lado escuchando mi pesar.

El mundo se extiende lejos de mí, hay un laberinto de cuatro letras que me separan, hay rumbos a los que no puedo arribar.

El pasado no está pisado, el presente es mera repetición, esas cuatro palabras me siguen separando, y me interpelan preguntándome “¿a quién Amas?”

ESAS CUATRO LETRAS (Pasado)


Una vez más, como tantas veces había sucedido y volvería a suceder, no podía respirar. El poco aire que buscaba llegar a mis pulmones, avanzaba pesadamente por mi pecho y parecía destrozarlo todo. Era fácil escuchar ese sonido agudo, ese llanto constante que surgía de mi pecho y que el doctor decía que era el típico sonido que acompañaba el Asma.

Estaba recostado en ese lecho que los demás llamaban “cama”, vencido por la tristeza de mi niñez postrada, de mi dificultad para ser alguien “normal”, y de mi imposibilidad de escalar los árboles, de correr sin sentido, o de galopar arriba de una bicicleta.

Afuera había hecho calor, adentro yo me sentía frío. De repente, el cielo se cubrió de nubes, las nubes se hicieron grises, el gris cubrió mi vida. El cielo se vistió de negro, como si llevara el luto por mi muerte como niño normal.

Tras la extenuación en la que me había dejado una nueva crisis, me dormí tras la máscara verde del aparato que construía alrededor mío una pared de humo con sabor a sal. Me desperté un par de horas después, sintiendo ruido en las tejas.

Me levanté de la cama, todavía algo mareado y debilitado y, al mirar tras la ventana, vi un manto blanco que cubría el verde esperanza del césped. Ese día granizó tanto que parecía como si hubiese nevado. Ese día empecé a vivir lo que era el invierno.

Yo miraba tras la ventana, deseando salir a la calle como lo hacían todos mis amigos, y jugar con ese manto blanco creyendo que era nieve. Pero ya sabemos como es esto, el enfermo no se podía enfriar, el doctor había dicho que no podía salir a disfrutar. El niño quedó encarcelado tras cuatro paredes, tras cuatro letras que lo separaban del mundo y lo enfrentaban a su soledad. Ese día supe del poder de las palabras, ese día supe que la soledad era mirar a mi lado y ver que nadie está.

domingo, 22 de octubre de 2006

CERTEZAS DE AMOR Y DE LOCURA, (que son lo mismo)


Ya no estoy tan vacío, ahora tengo tus besos. Tengo el olor de tu piel impregnado en la mía. Tengo tus ojos reflejando los míos y siento tu calor incendiándome de nuevo. Tengo el recuerdo de tus manos erizando mi piel en un roce, tengo tus ojos cerrados mientras besabas los míos.

Ya no estoy tan vacío, ahora tengo recuerdos. Tengo en mi memoria el olor de tu pelo, la suavidad de tu piel y el gusto de tu cuerpo. Ahora tengo motivos para volver al pasado, antes volvía para encontrarme con el vacío del pasado que era tal vez menor que el del presente. Ahora en mi pasado hay una noche y una tarde que me han dejado marcado. Esos momentos fugaces que hacen que toda mi vida haya valido la pena.

Quisiera besarte de nuevo y llevarme tu dolor, sé que lloras sin lágrimas y que no sabés pedir amor. Si pudiera llenarme de tu dolor, endulzaría la sal de cada una de tus lágrimas con todo el amor que te tengo y que ya ni si quiera pido que me tengas.

Solo quiero mirarte, pasar horas mirándote, solo quiero bucear en tu mirada, lamer tu sonrisa, sentir tu respiración agitada agitando la mía. Como si fuéramos viento y mar, quiero que me lleves a creer que existe la paz.

Sé que no te tengo ni te tendré, y sin embargo insisto en esta inútil empresa. Sos como esa utopía de la que alguna vez me hablaste, como ese horizonte lejano que resulta inalcanzable. Sé que ya te perdí aunque ni si quiera te haya encontrado. Sé que hay un vacío en mí que no llenarás, sé que entre nosotros hay un abismo de palabras que ni si quiera el más profundo de nuestros besos puede tapar. Sé que te tengo y no, sé que te espero y no, sé que con vos no sé nada, que me pierdo en tu mirada sin saber que esperar. Sé que me querés pero no sé si sabés cómo quererme. Sé que te molesta cuán cursi me vuelvo al escribirte, pero también sé que no puedo no escribirte. Yo solo sé que ya no sé nada, sé que busco lo inesperado, que espero lo imposible, sé que ya no creo en lo imposible.

Sé que me conocés demasiado como para amarme, sé que te conozco demasiado poco y que por eso te amo como si te conociera demasiado. Sé que te me vas, se que te pierdo, sé que una vez más quedaré encerrado entre las paredes de mi soledad, pero quiero intentarlo. Quiero correr hacia el vacío y arrojarme para volar, volar sabiendo que voy a caer, que voy a estrellarme con la cruda realidad, pero volar…El amor tal vez sea eso, un mero salto al vacío, ese instante en el que uno cree que va a volar, pero sabiendo que inevitablemente se estrellará.

jueves, 12 de octubre de 2006

LA ÚLTIMA BUENA NOCHE


En ese instante preciso y efímero que cabalga entre los límites de la vigilia y del secuestro onírico, en ese instante la vi. Su sensualidad era desgarradora, su misterio era abrumador, su mirada era paralizante. De su boca inmortal, aquella que besó a la humanidad, escuché la melodía fúnebre de sus palabras:

- Buenas noches, supe de su obsesión por mí y he venido a visitarlo para suplicarle que deje de implorarme. .

- Buenas noches. Tiene usted razón, no sé por qué, pero siempre hablo de usted. Está presente en todo lo que pienso, en todo lo que anhelo, es todo lo que creo, usted es cada una de mis irracionalidades, está en cada texto que escribo, pero más está en todo lo que callo.

- ¿Por qué? Usted es joven y yo demasiado vieja y caprichosa.

- ¿Acaso usted, que secuestra ilusiones desde el vientre, cree que soy demasiado joven para compartir su lecho?

- Es cierto, yo no establezco diferencias. No me importan edades, ni sexos, ni religiones, ni razas, ni ideologías, yo puedo besar a cualquiera.

- ¿Y por qué no me besa a mí?, ¿por qué no me lleva con usted?

- ¿Porqué cree que debería haber un porqué?

- No se confunda, yo no creo en nada, sólo en usted, y tengo la certeza de que aquí no puedo estar.

- Yo no soy cómplice de fugitivos.

- ¿Y quién le dijo que me quiero escapar?

- Usted, que me busca constantemente sabiendo que desde hace años me encuentra…

sábado, 29 de julio de 2006

SIN PALABRAS


Caminaba sin rumbo por las calles de este pueblo con sabor a nada. El rumbo lo perdí cuando te perdí, y no sólo me quedé sin rumbo.

Me acuerdo el día en el que me dejaste solo, mirándote ir entre los sauces de esa plaza, que presagiaron mis lágrimas eternas, como si fueran gitanos. Ese día sentí lo que era morirse, y no me equivocaba.

Siempre creí que se podía morir por amor, y vos me contradecías. Tanto dolor sentí al perderte que mi garganta perdió sus sonidos, cada parte de mi cuerpo empezó a marchitarse cuando me trajiste siete inviernos.

Caminaba sin rumbo por las calles de este pueblo. Caminaba hasta que ya no pude avanzar más…

Quedé paralizado, aterrado al verte. Fue como ver un fantasma, el de uno más vivo que yo mismo, que estoy muerto hace mucho tiempo. Siempre creí que te podría volver a encontrar, te buscaba confiado en que había magia en el universo y que ella nos iba a acercar. Hay magia en el universo y la magia nos acercó, la magia negra, la magia negra…

Vi tu cara de horror cuando me acercaba. Vi como cada músculo de tu cara se tensaba al recordarme. Vi en tus pupilas que me veías como me ven los demás, como el loco de este pueblo, que se cree racional. Vi que me ves como aquel que perdió interés en la higiene, en el cortarse el pelo como hubiese querido tu padre militar, o en el cambiarse la ropa como decía tu madre anestesiada de pastillas para dormir.

No me reconociste hasta que me miraste a los ojos y te reconociste en ellos al ver que te mostraban nuestro pasado. Viste en mis ojos la tristeza acumulada tras siete años de dolor.

“Hola”, me dijiste y, como desde hace siete años, yo no pude decir nada. Mi garganta fue la primera flor en morir en tu recuerdo. La angustia insoportable que sentí me destrozó las cuerdas vocales que, desde entonces, me aturden con un grito mudo de dolor en las noches en las que no duermo.

Mi mano se escabulló en el bolsillo de las prendas que me cubren desde aquel día. Allí encontró la nota teñida de pasado, que escribí sabiendo que mis sonidos te los llevaste con vos. Te extendí mi mano, dándote lo último que me quedaba.

Recuerdo exactamente cada una de las palabras que escribí y mientras tus ojos se deslizaban por la tinta seca mezclada con lágrimas, en mi memoria brotaba el recuerdo a borbotones.

“Me siento derrotado en el campo de tus palabras. Siempre soy demasiado poco para vos, aunque seas demasiado poco para mí. Soy tu carga de tristeza, el reflejo de tu vacío y tu soledad, ese espejo roto que te trajo la maldición de los siete años. Sos mi herida constante, el sabor del dolor que impregna mis labios vacíos de palabras. Si supieras cómo duele no ser nunca bueno para vos, por que nada de lo que te doy te alcanza, porque te pierdo entre mis manos.

Si supieras cómo me duele, si supieras que aún vomito tus palabras. Nada tiene sentido para mí y yo nunca tuve sentido para vos. Tus silencios se resbalan por mi cuerpo llenando mi boca de vacío. Me siento desnudo de deseos, y ¿qué es la vida sin deseos, más que un silencio eterno al que llamamos muerte?

Lo único que me colma, es esta angustia que me fragmenta. Me dejaste solo, enfrentándome con tu ausencia y con que siempre te vas más allá de mí. Desde hace siete años, yo ya estoy más allá de todo y de todos.”

Al finalizar la carta, me miraste con la compasión insultante que hay en tus ojos, con odio e indiferencia, con amor y con lástima, con vida y con muerte. Me miraste una vez más y supe que era la última vez que tus ojos se posarían en mí de esa manera. Te diste media vuelta para, otra vez, irte. Pero, esta vez me dejaste sólo con mi cuchillo clavado en tu espalda, con mis manos rojas de tu sangre. Esta vez, me dejaste sin palabras.

jueves, 15 de junio de 2006

SOS - (para mí)


Si te quiero es porque sos, mi amor mi cómplice y todo; y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos…

Te apareces por las noches en mi cama, cuando cierro los ojos y no duermo. Como un fantasma me susurras tus melodías, lastimando mis oídos de recuerdos imposibles e irreales. Siento tus frases envolviéndome en el frío interior, que escala cada vértebra de éste cuerpo vacío de tu esencia. Veo tus ojos que son espejos de los míos y tu sonrisa irónica dibujándose cuando inclinas tu cabeza…

Lloro… No puedo evitarlo ni negar que sea por tristeza. La tristeza te preexistía en mí. La tristeza es ese lazo de plata que nos une pese a los desiertos de palabras.

Tus ojos son mi conjuro, contra la mala jornada, te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro…

Sos la niñez que juega a ser grande, sos la adultez que juega a la niñez, sos quien vive en el país de Nunca Jamás y quien juega rayuelas. Sos la magia, sos la sumisión y la rebeldía, sos la fortaleza aparente y el caos en el interior. Sos quien tiene miedo aunque intente ser valiente. Sos quien busca modelos y no sabe que es la obra de arte. Sos mi imagen completada, el cuadro que la artista retrató, sos los labios con sabor a uvas, la nueva fruta prohibida.

Tu boca que es tuya y mía, tu boca no se equivoca, te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía…

Sos la nostalgia, el retrato en sepia, sos la melancolía, la utopía, y la desilusión. Sos las contradicciones, sos las certezas, sos los grandes discursos, sos las grandes críticas, sos la sospecha.

Y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu llanto por el mundo porque sos pueblo te quiero…

Sos quien tiene recuerdos felices, sos quien tiene recuerdos infelices. Sos a quien la vida rescató de la muerte, para salvarme de la mía. Sos quien me hace creer y quien destruye toda esperanza. Sos quien lleva la condena de las palabras de tu padre. Sos a quién redimieron las palabras de tu hermano. Sos a quién protege tu madre y quién protege a los débiles.

Te quiero en mi paraíso, es decir que en mi país, la gente vive feliz, aunque no tenga permiso…

Sos pelea y rendición, sos quien llora sin lágrimas. Sos quien mira al recuerdo, por rebeldía contra el calendario. Sos la amistad para mí, sos el amor para mí, sos el pasado y el presente, y el futuro truncado. Sos mi esperanza, sos mi apuesta, sos quien me falta, sos quien no me completa, sos quien denuncia mi falta permanente, mis imperfecciones cotidianas. Sos mi deseo de ser, sos a quien amo, contradiciendo tus deseos.

Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos, te quiero porque tus manos trabajan por la justicia…

Sos quien se pierde en el humo del cigarrillo, sos quien duerme para pensar, y quien despierta para soñar. Sos quien se mira en el lago y se ahoga en su imagen. Sos mi riesgo y mi peligro, sos mi perdición y mi brújula. Sos la luz al final del túnel, la curiosidad que se atreve a entrar al laberinto y que cree conocer todos sus pasadizos. Sos el viento y la calma, la simplicidad cotidiana, la paradojal complejidad de los pequeños detalles. Sos quien no me entiende, y sin embargo quien más me comprende, sos mi repetición.

Sos mi sueño de palabras, sos mi sueño de miradas, sos mi sueño de plazas invernales, sos la música, sos la estructura y la flexibilidad, el dique y el mar. Sos todos los bares infernales, melancólicos, nostálgicos y bohemios. Sos quien camina con inseguridad por el mundo, quien mira y no actúa, la soledad que se queja de las ausencias, sos el misterio, sos mi SOS. Soy para vos. SOS, para mí.

Letra intercalada: "Te quiero" de Mario Benedetti


viernes, 26 de mayo de 2006

LA EDAD DE LA LOCURA


Vengo a tu tumba, por la magnética atracción que siento hacia vos y por la furia de los mares. Siento tu voz llamándome por las noches y susurrándome dulzuras en los oídos. He venido desde lejos para ver donde yace mi asesino.

Derramo tormentas desperadas, fríos e iras en tu lápida. Mis ojos, hechos con fragmentos de cielo, te buscan en ese silencio de flores marchitas, pero no te encuentran. No entiendo porqué te fuiste, porque no me dejaste envolverte entre mis alas y protegerte de vos mismo. Yo era tu ángel y vos tu demonio.

Me duele el ni si quiera poder odiarte por irte sin avisarme y sin decirme a dónde fuiste. Me duele porque te necesito, me duele porque te sigo amando y sigo soñando con un futuro, juntos. No te bastaron mis ojos azules, ni mis cabellos de oro. No te bastaron mis palabras en esta lengua que es tuya. Me abandonaste y, de este mundo insípido, me desterraste.

Ése día te llamé buscando encontrarte, pero al escuchar tu nombre del otro lado del teléfono, desaté las lágrimas. No me imaginaba que habías lavado las penas de tu cuerpo ahogándote en tu océano de lágrimas. Tenías tanta vida y te la llevaste. Yo también tenía vida y también te la llevaste. Es increíble pensar que en un cuerpo sin respiración, ni latidos, ni palabras, en realidad hay ocultas dos muertes: la tuya y la mía.

Sigo deshaciéndome frente a tu tumba sin entender porqué elegiste ése día. ¿Te habrás asustado por seguir con vida?, ¿no habrás soportado estar otro año más en este mundo?, ¿te diste cuenta ése día que todavía no habías nacido y que no valía la pena hacerlo?..., ¡¿qué te pasó?!... Necesito tus respuestas aunque tenga que buscarlas en las profundidades del infierno.

Siento fuego en mi cabeza. Siento vaciarse mis pensamientos. Siento sangre derramándose en mis oídos. Siento el fin de mis palabras.

Minutos después, y algo turbado por el estruendo, llegó Gabriel, el cuidador del cementerio. Se horrorizó al ver el cuerpo ensangrentado yaciendo sin vida sobre una tumba. Al leer en la lápida, justo arriba de una gran mancha de sangre, Gabriel se estremeció y dijo: murió el mismo día que nació, el día en que cumpliría la edad de la locura.

jueves, 11 de mayo de 2006

FRÍO EN LA CIUDAD EN DONDE YA NO ESTÁS



Día nublado, como todos. El otoño se hace sentir hasta en la médula, anunciando la mortandad del invierno. Las hojas anaranjadas de los árboles deambulan llevadas por la brisa, para estrellarse finalmente en la frialdad, la dureza y el gris de la calle.

Hoy hace frío y, aunque me guste esa sensación en mi piel, no todos los “fríos” son iguales. Hay fríos que invitaban a mirar tras el ventanal empañado, a dejarse embriagar por el olor de una taza de café caliente. Hoy es uno de esos días.

Hoy hace otro tipo de frío. Es ése frío que te llega hasta el alma, es el que congela las lágrimas en el borde de los ojos de vidrio. Es ese frío que paraliza los latidos. Es el que siento calar hondo en mis viejos y jóvenes huesos. Es el que siento cuando ya no te siento. Es la eternidad hecha mortal, es el futuro que se equivocó y se anticipó en el presente. Es un presente que se arrastra herido hacia el pasado. Es un pasado que todavía no está pisado. Es un pasado que, espectral como el invierno, siempre vuelve.

Y el pasado, como todo lo que hay en mi vida, se parece a vos, es un fantasma que vuelve por las noches para descargar la pesadez del mundo en el pecho en el que todavía estás, incendiar mi garganta, desbordar mis ojos y dejarme vacío de mis mares de sal.

Te maté, te velé, te enterré, te resucité, te amé, te volví a matar, pero yo sé que sos inmortal. Todavía estás. La presencia de tu ausencia siempre está. Tu existencia siempre llega para colmar el vacío que hay en esta ciudad.

Camino por la ciudad en la que ya no estás. Las venas abiertas y llenas de hojas anaranjadas, me transportan sin sentido hacia las plazas que te invocan. Por la perversidad del destino, llego hacia aquel bar de la primera vez. Me asomé a la ventana y busqué esa mesa inmortal, pero ya no está más. Sin embargo yo, más que nadie, sé que el estar o no estar no dice nada. Se puede no estar y estar más presente que nunca. Esa es tu definición: no estás pero estás, estás pero no estás.

El bar ya no tiene mesas, está en ruinas, cayéndose a pedazos y transformándose en espejo de mí penuria. El bar está vacío, pero vos estás en mi interior, tomando esa taza de café. Desearía desterrarte, pero sos parte de quién soy, ya no hay manera de exiliarte.

Soy el viudo que sigue amando pese a que pasen los años. Soy el que se aferra y no te deja ir. Soy el que intenta seguir adelante, pero que intuye que no hay adelante, sino mera repetición. Soy el que siempre vuelve atrás, soy el que no quiere dejarte ir, pese a que ya te fuiste.

viernes, 31 de marzo de 2006

EROS Y NIRVANA


Tu boca me dijo esas mágicas palabras, “te amo” y eso nos cambió la vida. Por fin estábamos juntos, yo lo había deseado desde hacía años. No podía creer como tu cuerpo se iba desnudando debajo del mío, era como un otoño primaveral, perdías las hojas pero nos llenábamos de vida. Nos explorábamos, nos aventurábamos, nos arriesgábamos, nos matábamos, nos revivíamos, nos sentíamos.

Tu pelo se perdía en mi pecho, acariciándolo todo. Mis manos buscaban tus límites, deseando lo imposible. Quería abrazarte fuerte, muy fuerte, hasta deshacerme en tus brazos, hasta que los cuerpos se evaporaran. Éramos agua hirviendo, recorriéndolo todo, sin represas; éramos agua desbordada, éramos tormentas que lo llevaban todo...

Tus labios apresaban los míos, tus manos oprimían mi rostro, tu lengua en mi boca era un huracán. Te sonreías de felicidad y me mirabas desafiándome a domarte. Parecíamos endemoniados cuyos cuerpos se retorcían el uno con el otro ante el menor y el mayor de los contactos. Éramos lucha y éramos paz, éramos conquistadores y conquistados, éramos dos errantes en el mar buscando el mundo nuevo.

Ya no sabía quién eras vos, ni quién era yo. No sabía si vos eras aire y yo era fuego o viceversa, pero éramos esa mezcla de elementos constituyendo algo nuevo e indescriptible.

Era un vértigo permanente, era una montaña rusa, era un subir sin límites y la sensación de caer rendidos en cualquier momento. Éramos dos ejércitos avanzando por territorio extranjero, conquistándolo todo, saqueándolo todo, arrasando con identidades, perdiendo nuestro cuerpo pero apropiándonos de uno nuevo.

Ya no veía nada, los sentidos eran inútiles para captar esa escena. Mis ojos no te veían, se cerraban solos por más que quisiera abrirlos. Veía todo anaranjado, como si estuviera frente a una amanecer de verano que me enceguecía. En mi boca había gusto a piel, a fuego, a cenizas, a victoria, a derrota, a éxtasis, a agonía, a dulce, a salado..., a vos. No había más sonidos que el de los gemidos que nos aturdían, que el de corazones que latían acelerados y el de respiraciones que iban y venían. Sentíamos el olor de nuestra piel quemándose, sentía el olor a campo que salía de tu piel. El tacto era fricción, era tan intenso que atraía toda la atención. Nuestras manos eran enredaderas, nuestros dedos estaban entrelazados y se confundían. Nuestras pieles eran más sensibles, se deshacían como nieve bajo el sol. Nuestras pieles eran los pocos límites que quedaban entre nosotros, lo que nos salvaba de confundirnos totalmente. Nuestras pieles eran completamente erógenas, no había ningún punto que no estallara al ser estimulado.

Perdíamos las categorías, no sabíamos que era el tiempo ni que era el espacio. No había tiempo, no había pasado ni futuro, sólo un presente que lo abarcaba todo. El tiempo pasaba como nos pasa la vida, sin darnos cuenta.

El espacio no existía, éramos una masa imprecisa, éramos un solo cuerpo. El mundo no existía, no importaba el afuera, no importaba el clima, la hora del día, no nos importaba ni la muerte ni la vida.

Ya no éramos humanos, éramos dos salvajes. Ya no había lenguaje, era imposible articular aunque sea una palabra. Éramos puro instinto, éramos exploradores, éramos arqueólogos de nuestros cuerpos. Me transformé en un alpinista que escalaba tu cuerpo, que subía por tu cuello buscando alcanzar la cumbre en tu boca. Continuábamos juntos, caminando por la cornisa de la locura.

Lo que sucedió fue un desastre natural. Era la tormenta que lo arrasaba todo. Era el huracán que desprendía hasta los cimientos. Era un terremoto que destruía el mundo a nuestro alrededor. Era un volcán en plena erupción, éramos lava hirviendo que avanzaba sin contención, sin contemplación. En el pico más alto de locura, de indistinción entre cuerpos, de fragmentación interior, llegué a la cumbre. Sí..., besé tu boca, me adueñé de tus labios, me embriagué bebiendo tu vino, te inundé de vida y, justo en ese momento, en el que caía rendido en tu pecho, me percaté que respiré tu último aliento. Y en ese momento de horror recordé tus palabras, “antes de rendirme, prefiero la muerte”.

domingo, 19 de marzo de 2006

LO MEJOR ES SIEMPRE ENEMIGO DE LO BUENO (Carta para Miriam)


Por supuesto que recuerdo esa charla y también aquel día; no te equivocaste al caracterizar mi memoria (iba a escribir “elogiar”, pero a veces creo que tener buena memoria no es una virtud). Y tan buena memoria tengo, que aún hoy, experimento esos nervios cuando los recuerdos me trasladan a aquellos asépticos pasillos. Todavía siento esa expectativa, esa ansiedad, esa adrenalina llevando fuego por mis venas, y una mezcla extraña, pero familiar, de miedo y deseo. Me acuerdo del sonido del silencio paralizándolo todo (hasta mi habitual locuacidad). También recuerdo mi respiración limitada por el barbijo y mis manos cubiertas de un desagradable látex. Recuerdo las miradas cargadas de dolor y resignación que volaban... sí, pese a que pesaban una tonelada, y, como mariposas negras, se posaban en mi pecho oprimiéndolo todo, hasta el límite de lo tolerable.

Pero también me acuerdo de vos y de esa incomodidad compartida ante las presentaciones inútiles, ya que para ellos no les importaba nuestra existencia porque temían demasiado por la propia.

Esa fue una gran experiencia, una que no me olvidaré. Te agradezco por esa huella en mi memoria porque sé de tu responsabilidad en convertir una remota posibilidad en un espejo de nuestra propia soledad.

También recuerdo ese encuentro casual en el mundo virtual, no sé si vos te acordarás, y esa charla de palabras escritas en la que me hiciste sentir orgulloso. No seré aquel que se anima a robar un libro de la librería, pero puedo llegar a ser tan encantadoramente ridículo de sentarme en la mitad de la calle sin temor a la locura. Hacía mucho tiempo que no sentía orgullo por ser yo mismo, y esa vez me regodeé en mi propio narcisismo. Y lo hiciste de nuevo escribiéndome esa carta que muestro a quienes creen conocerme y que se sorprenden al leer que me conocés más que ellos.

Gracias por ver más allá que los demás, gracias por adelantarte en descubrir en mí lo que para otros no fue ni es evidente. Gracias por mirarme, por permitirte ver en mí esa “carita de tristeza, ese corazón de herida constante, esos pasos en el mismo lugar” y mi llamado a mi capacidad de resistencia. Gracias por no haberte quedado con eso, gracias por ver más allá y por descubrir que ya no soy el mismo.

También te agradezco por haberme permitido ingresar al mercado y deslumbrarme ante lo peor que hay en él. Freud decía que “Lo mejor es siempre enemigo de lo bueno”, y yo agregaría que lo peor siempre resulta ser lo más seductor. Gracias por instalar ese mercado en los intrincados pasillos de este laberinto; pasillos que seguramente también están lejos de ser lo mejor, puesto que nadie se atreve a visitarlos, excepto pocas personas y, entre ellas, estás vos, la maga o hechicera, la hija única o la generosa, la que tiene debilidad por los miserables.

Ya pasó algo de tiempo, conseguí ser profesor, ahora resta que me esfuerce por ser un profesor como vos. Eso significa dejar algo más que contenidos, eso significa poder mostrar libertad, independencia, crítica y el misterio que despierte la curiosidad, necesaria en todo aprendizaje. Espero que tu mirada no se detenga y que, algún día, puedas descubrir en mí tu autonomía y tu valor, porque cuando lo descubras te vas a complacer en saber que en eso, sin lugar a dudas, tuviste algo que ver.

sábado, 18 de marzo de 2006

LA VENGANZA


Según el dicho popular, la venganza es el placer de los dioses y es un plato que se sirve frío. Hace años él se convirtió en uno de esos dioses, hace años me sirvió ese plato que todavía estoy vomitando. Yo no fui el único que lo hizo sufrir, éramos varios, pero por alguna razón en especial él me eligió a mí.

Yo tampoco sé porqué lo elegí a él, había tantos para atacar, todos teníamos defectos que resaltar, todos teníamos heridas en las cuáles se podía hurguetear. Todos somos Aquiles, todos tenemos ése maldito talón. Yo también lo tenía, aunque los demás daban por entendido que mi talón eran mis anteojos, mi poca estatura, o mis grandes ojos que le daban un aspecto ridículo a mi cara. Sólo él sabía cuál era mi verdadero talón y, como buen vengador, allí atacó.

Todo había empezado el año anterior a ese día que cambió mi vida para siempre. Me acuerdo que me gustaba humillarlo, me gustaba insultarlo públicamente sin que él pudiera defenderse, sentía placer cada vez que veía su rostro empalidecerse cuando abría su carpeta y encontraba el peor de los insultos escritos de manera imborrable en lo que era su tesoro.

Necesitaba atacar en él algo que era mío. Era él o yo, o me atacaba a mí mismo o lo atacaba a él y, encima, él se dejaba. Nunca sospeché que era algo tan grave, pensé que para él era un problema pasajero al igual que para mí. Sin embargo, aparentemente no era así, para él era algo importante, él llevaba a cabo su propia pelea.

Entre él y yo pudimos, fuimos los dos los que lo empujamos al borde del abismo. Él me responsabilizó sólo a mí, pero yo sé que fuimos los dos. A él también le convenía, él obtenía un beneficio.

Nadie lo vio así, sólo lo hice yo, que me ataco todo el tiempo por pensar de esa manera. La herida está abierta para siempre, no hay manera de cerrarla. Todo lo que hago o digo me termina llevando a mí mismo y a esos días. Siento que su fantasma me atormenta por las noches, siento su presencia erizándome la piel. Veo su mirada entristecida, veo su labio temblar, veo su rostro emblanquecerse, siento sus latidos agitándose en mis oídos, siento su respiración entrecortada quitándome la mía.

Sus ojos fueron los ojos de todos los que me miraban de manera acusadora, ¿cómo no acusarme si él así lo decía?, ¿cómo no acusarme si todos los que antes estaban conmigo ahora decían que yo lo había empujado?, ¿cómo no acusarme si todos empezaban a “recordar” ahora, cuánto lo martirizaba? Nadie se acordó de su complicidad para conmigo, nadie se acordó cuánto disfrutaban mi acecho continuo, nadie se acordó que no lo defendieron de mí. Pero a partir de ese día, todas las miradas se posaron en mí.

Todo había sucedido después de la clase de Educación Física de ese Martes. La clase había terminado a las 7:30 de la tarde y todos habíamos abandonado el colegio, o por lo menos eso pensábamos. Todos nos fuimos menos él, él ese Martes se quedó. Aparentemente, cinco minutos antes de que la clase terminara él dijo que iría al baño y sólo salió de allí cuando los inmensos patios del colegio le pertenecían.

El Miércoles, cuando llegamos al colegio en la mañana, nos dijeron que no podíamos entrar. Había policías y una ambulancia, y tanto ruido de sirenas me habían despertado. Yo estaba contento, ese día no tendría clases y podría dormir toda la mañana.

Entonces la ví a ella llorar, se acercó corriendo y me dijo que lo habían encontrado ahorcado en el primer piso del colegio. Había usado su cinto y se había colgado desde la baranda del balcón.

Me quedé shockeado, el día anterior lo había visto, el día anterior lo había humillado. Sentí veneno corriendo por mis venas, sentí el amargo gusto de la muerte en mi boca y vomité apenas llegué a casa. El plato ya había sido servido...

Llegué a mi casa todavía algo confundido, algo shockeado, algo incrédulo. Sólo se cree en lo que es asimilable, lo que no puede ser soportado no debería existir, pero existió.

Los días siguientes fueron tormentosos, decretaron duelo en el colegio y se hizo una misa por su alma en pena. Todos me miraban mal, todos susurraban cuando me veían, todos insinuaban, todos sospechaban, todos sentenciaban.

La presencia de su ausencia me era insoportable, su ausencia me era más intolerable que su presencia. Pero todo se agravó, todo se empeoró el martes siguiente cuando ví en el folio de mi carpeta de Inglés ese sobre. No tenía ninguna anotación..., lo abrí. Reconocí su letra, mi piel se erizó y las lágrimas estallaron en mis ojos. Me decía que era un hijo de puta, que me odiaba, que su vida era un martirio por mi culpa, que le había arruinado su futuro. Y también estaba la condena, recuerdo con exactitud esas palabras “la culpa que vas a sentir por el resto de tu vida te va a martirizar tanto como vos me martirizaste a mí”. Así fue durante estos años, y por eso estoy escribiendo esta carta explicándoles porqué lo hice. Aunque él ya esté muerto, mi suicidio también es venganza.

viernes, 17 de febrero de 2006

SOS UNIVERSAL (Collage de Autores y de un mismo Dolor)


Imagen: "El grito" de Edvard Munch

Estoy tan cansado de estar aquí, sorprendido por todos mis miedos infantiles. Estas heridas parecen no sanar, el dolor es demasiado real, hay tanto que el tiempo no puede curar...

Soy sólo fragmentos del hombre que solía ser, demasiadas lágrimas se deslizan sobre mí. Estoy lejos de casa y estuve enfrentando esto solo por mucho tiempo. Siento que nunca nadie me dijo la verdad acerca de crecer y sobre la lucha que sería. En mi enmarañado estado mental, estuve mirando atrás buscando a dónde me equivoqué.

Soy sólo las sombras del hombre que solía ser y pareciera ser que de esto no hay salida para mí. Antes te traía la luz del sol, ahora todo lo que hago es entristecerte ¿Cómo sería si estuvieras en mis zapatos?, ¿no entendés que es imposible elegir? No hay ningún sentido en esto, a todos lados a dónde voy tengo que perder.

Una vaga desilusión fue debilitando y esfumando mis sentimientos y mis alegrías habituales; el jardín no tenía perfume, el bosque no me atraía, el mundo se extendía alrededor de mí como un saldo de trastos viejos, insípido y desencantado; los libros eran papel; la música, ruido. No de otro modo pierde sus hojas el árbol otoñal en torno de sí. No lo siente, y la lluvia, la escarcha y el sol resbalaban por su tronco, mientras su vida se retira a lo más íntimo y recóndito. No muere. Espera.

Pienso que cada uno tiene que conocer en la vida muchas tristezas. Lo notable es que cada tristeza es distinta de la otra, porque cada una de ellas se refiere a una alegría que no podemos tener. Usted me hablaba de catástrofes presentes, y yo me acuerdo de sufrimientos pasados; tengo la sensación de que me arrancaron el alma con una tenaza, la pusieron sobre un yunque y descargaron tantos martillazos, hasta dejármela aplastada por completo.

En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío.

Estoy muerto y quiero vivir, esa es la verdad. Mi mayor deseo era vivir, por fin, un poco, dar algo de mí al mundo exterior, entrar en contacto y en lucha con él.

Pero siempre es difícil nacer. El pájaro tiene que penar para salir del cascarón. El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo.

Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí ¿Porqué había de serme tan difícil? No debemos temer ni creer ilícito nada de lo que nuestra alma desea en nosotros. Decir la verdad es muy doloroso, pero lo es aún más tener que mentir. La verdad es una cosa muy dolorosa de oír y de manifestar. Pero había otra cosa que me hacía sufrir: ¡Yo soy uno, mientras ellos, son todos! Ocultaba mis verdaderos sentimientos tras el tono burlón; recurso en el que se escudan los corazones tímidos y solitarios a los que se pretende llegar directamente y que hasta el último segundo se niegan a entregarse y temen manifestar sus verdaderos sentimientos.

Lo que extingue la fuerza es la terrible impotencia de estar solo, de no tener junto a uno un alma que recoja un desesperado SOS. Yo necesito amar a alguien, darme forzosamente a alguien. Entonces, el amor llegaba siempre al tiempo de la lluvia. Así vino otra vez: agua llovida recogida en las manos, agua clara sobre la sed oscura. Y las gotas caían, resbalando sobre la piel nublada, verdecida, sobre el alma lavada. Y yo quedaba en medio de la tarde, vestido de lluvia.

He de llorarme tanto...y aquel amor que vino con la lluvia se me irá de la vida, con el llanto.

Salvame.., salvame..., salvame, que no puedo enfrentar todo esto solo. Salvame..., salvame.., que estoy desnudo y lejos de casa. Adentro mi corazón se está quebrando, mi máscara tal vez se esté descascarando, pero mi sonrisa sigue en pie: the show must go on.

lunes, 13 de febrero de 2006

AÚN HOY


Imagen: Sleepwalkers de Dariusz Klimckzak

Aún hoy recuerdo esa vieja charla. Yo estaba triste, o tal vez ese nombre no describa exactamente lo que sentía, como toda palabra. ¿Te acordás?, siempre me decías eso: “las palabras son limitadas, no llevan en sí el sentimiento”, y aprendí que tenés razón. Te conté de mí y vos me escuchaste... callado, como siempre. Cuando terminé de hablarte de ese vacío que lo abarcaba todo en mi pecho, te miré y me dijiste que me entendías. Vos siempre buscabas entenderme y decir algo que calmara mi inquietante quietud, aún hoy intentás hacerlo.

Ese día no lo hiciste, esa vez, en vez de hablar de mí, hablaste de vos. Me dijiste que nunca antes lo habías hecho, que ya no sabías cómo sonaba tu voz entristecida por recuerdos pasados que siempre son actuales. Ese día te escuchaste, y yo también te escuché. Me contaste de tu soledad, de tus vacíos y tus máscaras. Hablaste de tus armaduras, de tus encierros, de tu desesperación, de tu angustia y de tus culpas. Me contaste de tu debilidad y, al hacerlo, yo descubrí tu fortaleza. Me contaste de aquel día, el día en que besaste la muerte. Era tu primer beso, fue con ella, y casi fue el último.

A vos no te costaba escribir, creo que nunca te costó y, prueba de ello, son las extensas cartas que conservo y que llevan tu nombre o tu seudónimo. En esa ocasión también habías escrito una carta. Ya habías pedido las disculpas, no habías dado explicaciones, era imposible hacerlo porque no las tenías. La hoja estaba llena de tinta y de lágrimas, como tantas veces las llenaste. Siempre fuiste muy sensible y ese día, te desangraste en tu propia sal. Tenías mucho miedo, como siempre, pero esa vez estabas demasiado cansado de soportar tu presente y el peso de tu futuro, que te aterraba cada vez más. Ahora entendías un poco más que antes, ahora temías más que ayer.

Me acuerdo que me hacías preguntas que no dejabas que te responda, respondías vos solo, parecía que hablabas con vos mismo y no conmigo, que era ese chico desesperado de ayer que le hablaba al joven desesperanzado de hoy. Preguntaste: “¿Alguna vez sentiste que el mundo se te derrumbaba encima?” y contestaste “yo sí”; “¿sentiste que te morís por dentro?, yo sí; ¿sentiste que tu cuerpo es un fantasma que camina errante por la vida?, yo sí; ¿quisiste acabar con tu mundo?, yo sí...”

Tenías todo pensado, lo habías hecho desde hacía años; creo que siempre te atrajo pensar en tu último día; eso lo descubrí tiempo después, mientras leía tus cartas. Incluso en esa charla me dijiste una frase que dejó una huella en mi memoria, dijiste que el fantasma de la muerte aparece para recordarnos que estamos vivos...; y vos necesitabas tanto vivir..., y aún hoy lo necesitás, aún hoy.

Al contarme, me dijiste que ya entonces sabías que el alcohol y las pastillas iban a abrirte una puerta y vos necesitabas huir. Cual el Erdosain de Arlt, te preguntabas “¿porque no habrá en la noche un camino abierto por el cual se pueda correr una eternidad alejándose de la tierra?”. Tenías lo necesario, estabas solo, con mucha tristeza y todavía no comprendías lo que te pasaba. Las culpas que sentías eran demasiadas..., vos siempre tan burgués, tan lleno de ideales imposibles que te resultaban angustiantes. Siempre queriendo responder al ideal, sabiendo que en tu caso es imposible. Eras tu propio inquisidor y buscabas condenarte..., aún hoy.

Llorabas mucho, tu cara estaba signada por las caudalosas cuencas del dolor. Estabas vacío, no tenías sueños, y ya no te quedaban amigos puesto que te habías encargado de que se te alejaran. Te estabas pudriendo por dentro y ellos temían contagiarse. Eras un leproso que llevaba la peste en su interior. Fuiste como un animal que sabe que debe apartarse de la manada, porque la vida que los unía ya no los unirá. Te fuiste solo, a morir.

Las mariposas, que para otros comenzaban a alborotarse en el estómago; en tu caso eran negras, anunciando un destino sombrío, la humedad eterna de tus ojos y tu corazón apagándose mientras perdían aire tus pulmones.

La adolescencia, que recién empezabas a vivir, y que para otros era una promesa, para vos había traído la peor de las noticias, y vos eras su único destinatario. Estabas tan solo; solo frente a tanto dolor, frente a tanta incomprensión, y frente a tanto temor. Querías escaparte pero era imposible hacerlo. Querías irte lejos pero sabías que el dolor estaba enraizado en tu pecho. El dolor parasitaba tu alma, que se pudría cada vez más en tu cuerpo sin sentido. De vos no había escapatoria..., te acercaste demasiado al fuego y te quemaste, como si fueras Ícaro cuando intentó volar. De ahí te quedó el miedo a volar con libertad, y tus alas de cera se volvieron de piedra, aún hoy...

No había soluciones, no había escapatorias. La máscara sonriente e hipócrita que usabas, ya no te protegía. Ya no eras vos, eras otro y eso te atormentaba. La metamorfosis se estaba manifestando y te estabas convirtiendo en el peor de tus temores. Pensabas en todo eso mientras sacabas cada pastilla de su envoltorio. Eran blancas y redondas, te parecían un collar de perlas aplastadas y querías ahorcarte con ellas. El whisky estaba a tu acceso porque alguien lo había regalado y en tu casa a nadie le interesaba tomarlo. Te serviste un vaso y, de tu mano humedecida, brotaron esas perlas. Te deshacías de ellas esperando así deshacerte de tu dolor. Tus lágrimas, aquellas que tantas veces quisieron asomarse en nuestras charlas, caían en ese vaso salando tu pócima mortal... Esa combinación te iba a matar: lágrimas, whisky y pastillas. De eso te ibas a morir, de tanto llorar por las noches en tu insoportable soledad.

Mirabas como se disolvían en el vaso tus verdugos y llorabas más; como siempre, te costaba respirar. Te llevaste el vaso a tu boca, besaste a la muerte y sentiste el whisky quemándote la lengua, incendiando tu boca, llenando tu vida de cenizas.

En ese fugaz y lento instante... pensaste, (algo habitual en vos, siempre el pensamiento te coarta), y en vez de tragar tu veneno, lo escupiste. Te sentías vacío, vencido, sin fuerzas, ni sueños.

Después, tan insoportablemente previsor como siempre, te encargaste de borrar las evidencias: quemaste la carta, lavaste el vaso y te bañaste esperando que el agua se llevara tu dolor y tus lágrimas, y tu cuerpo con sabor a nada. A partir de ese día te acostumbraste al dolor. El sufrimiento pasado te anestesió de los que vendrían después, parecías tan insensible... Me dijiste que te convertiste en la última víctima de Medusa, la habías mirado de cerca y habías pagado el precio. El vacío se hizo carne de tu carne y la cicatriz marcó tu rostro. Aún hoy llevás la herida, aún hoy...

Tu adolescencia no fue fácil, para mí tampoco lo fue, ¿para alguien lo será?; pero vos te protegiste tras una armadura gélida de cinismo, ironía y un supuesto sentido del humor, que te hacía inaccesible. Nadie pudo acceder a vos, creo que sólo lo hice yo, aunque a vos te moleste seguir demostrándome cuán importante soy para vos, aún hoy...

En momentos de dolor te costaba respirar, perdías la conciencia, querías cerrar los ojos, pero nadie sabía interpretarlo. Te recluiste en tus paredes que se volvieron tu refugio y luego tu prisión. Eras carcelero y presidiario, eras tu amo y eras tu esclavo. Querías protegerte, preservarte del mundo y, en cierta medida lo lograste, pero el costo fue muy alto. En tu refugio sólo había espacio para vos, y así te quedaste aún más solo. Allí adentro te asfixiaste y luego buscaste en mí algo del aire.

Me contaste que por mucho tiempo no pensaste en ese día, fue como si estuviese borrado de tu memoria aunque sabías de su existencia; no lo hablaste con nadie, yo fui una de las pocas personas a las que se lo contaste, aunque lo hiciste siete años después. Fuiste fuerte pese a que siempre fuiste un cobarde. Fuiste cobarde hasta para ser cobarde. Me dijiste que tuviste miedo de no morirte, por eso no te mataste. Pero a partir de ese momento se instaló esa duda que aún hoy se te presenta: todo este tiempo, ¿estuviste vivo o estuviste muerto?

Después de ese día te tocó sufrir más, pero siempre aguantaste. En el fondo estabas destrozado, pero nadie miró a tus grandes ojos, si no lo hubiesen descubierto. Tus ojos eran las ventanas de tu cárcel, y nadie miró a través de ellas al chico que lloraba acurrucado en un rincón. Tu mirada siempre estuvo envuelta de misterio, siempre mostró tristeza, pero nadie se animaba a mirarte; aún hoy, ni si quiera yo puedo hacerlo..., temo tanto encontrarte.

Si ellos te miraban, les ibas a mostrar tu dolor y para ellos eso era intolerable. Siempre me decías que no hay peor ciego que el que no quiere ver y tenías razón. “La verdad es una cosa muy dolorosa de oír y de manifestar” me dijiste citando a Wilde. Aunque para él y para vos, “lo es aún más tener que mentir”, aún hoy...

Te gusta pensar que hubiera pasado si lo hubieras hecho. Te gusta fantasear con tu propia muerte, te gusta pensar que alguien pudiera llegar a extrañarte.

Nunca pensé en vos, siempre me lo reprochás aunque no me digas nada. Seguro que soñás con que lo haga y usás la prosa para dar lugar a tus fantasías. Hoy soñás con que te escribo esta carta, pese a que sabés que jamás lo haría. Si esta carta fuera real, vos sabés lo que te aconsejaría, yo te diría que sigas soñando, porque eso significa que estás vivo. “Cogito ergo sum”, decía Descartes,“soñá, luego existí”, te digo yo. Aún hoy, te es más fácil soñar, soñar que estás vivo aunque, desde hace años, yo sepa que estás muerto..., aún hoy.