El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

sábado, 28 de octubre de 2006

ESAS CUATRO LETRAS (Pasado)


Una vez más, como tantas veces había sucedido y volvería a suceder, no podía respirar. El poco aire que buscaba llegar a mis pulmones, avanzaba pesadamente por mi pecho y parecía destrozarlo todo. Era fácil escuchar ese sonido agudo, ese llanto constante que surgía de mi pecho y que el doctor decía que era el típico sonido que acompañaba el Asma.

Estaba recostado en ese lecho que los demás llamaban “cama”, vencido por la tristeza de mi niñez postrada, de mi dificultad para ser alguien “normal”, y de mi imposibilidad de escalar los árboles, de correr sin sentido, o de galopar arriba de una bicicleta.

Afuera había hecho calor, adentro yo me sentía frío. De repente, el cielo se cubrió de nubes, las nubes se hicieron grises, el gris cubrió mi vida. El cielo se vistió de negro, como si llevara el luto por mi muerte como niño normal.

Tras la extenuación en la que me había dejado una nueva crisis, me dormí tras la máscara verde del aparato que construía alrededor mío una pared de humo con sabor a sal. Me desperté un par de horas después, sintiendo ruido en las tejas.

Me levanté de la cama, todavía algo mareado y debilitado y, al mirar tras la ventana, vi un manto blanco que cubría el verde esperanza del césped. Ese día granizó tanto que parecía como si hubiese nevado. Ese día empecé a vivir lo que era el invierno.

Yo miraba tras la ventana, deseando salir a la calle como lo hacían todos mis amigos, y jugar con ese manto blanco creyendo que era nieve. Pero ya sabemos como es esto, el enfermo no se podía enfriar, el doctor había dicho que no podía salir a disfrutar. El niño quedó encarcelado tras cuatro paredes, tras cuatro letras que lo separaban del mundo y lo enfrentaban a su soledad. Ese día supe del poder de las palabras, ese día supe que la soledad era mirar a mi lado y ver que nadie está.