El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

sábado, 28 de noviembre de 2009

SOLOS, HASTA EN LAS DESPEDIDAS

Imagen "120 km/hr" de Jan Saudek

¿Qué le voy a decir si se va?
¿Qué vuelva?
¿Que no?
Que voy a ausentarme en la noche
para que no duela más
Que voy a mirar ese techo
que voy a pintarlo de gris

Me estás arañando la piel
por dentro
por fuera
de garras azules turquesas
de pocas palabras del fin

No cuento mis dedos desnudos
por no acordarme de vos
(“Despedida” de Lisandro Aristimuño)

Corre sin parar. Desesperado. Las piernas duelen, pero el deseo de llegar es más fuerte. Corre sin parar. El corazón escala por su pecho y quiere salir expulsado por la boca, pero la caída al piso acaba con el movimiento. Tiene tierra en la cara. Tierra que se le pega a sus lágrimas saladas. No llegará. Se levanta, sacude la tierra del pantalón que se rompió en las rodillas al caer y limpia su cara desesperanzada. El tren se le va. Mete las manos en los bolsillos y sólo encuentra el boleto estéril y un par de pelusas del pasado. Perdió su única chance de irse.

Había logrado irse del hospital. Llegó a su casa y encontró todo tal como lo dejó antes de partir. La mujer deja caer el bolso y llora viendo el pasado que no se hizo presente y que jamás conseguirá ser futuro. Llora sola. No quiso que nadie la acompañara. Mucho menos él, que meses atrás decidió no estar y la dejó sola. Se para frente al espejo y ve los efectos en su cuerpo. Sus pechos están inflamados. Tiene leche, pero nadie a quién alimentar. Su hijo murió en el parto. Su vida estuvo en riesgo. Los médicos decidieron extirparle el útero. Ya no será madre. La leche se derramará de sus pechos, como las lágrimas desde sus ojos.

En sus ojos veía esos más de veinte años de pareja. Años de complicidad, de alegrías y tristezas compartidas. Mucho tiempo sorprendiéndose de ver crecer al otro y sentirse reflejados en ese crecimiento. Toda una vida, juntos. Años memorizando qué le gustaba desayunar, cuál era su comida preferida, las películas que podían compartir en una noche lluviosa de viernes. Y ahora, a borrar todo… ¿sería eso posible? Ya había firmado el divorcio. Pero todavía no podía separarla de su mente. Le era inevitable abrazar la almohada al dormir, ahora que ya no estaba ella.

Ella no estaba esperando a todos en la puerta, como siempre. Algo pasaba en el colegio. No entendía bien qué. Había mucho revuelo. Cursaba el quinto grado de la escuela primaria. Muchos padres preguntaban cómo había sido, qué había pasado, cuándo retornarían las clases. Él estaba solo con su delantal blanco y su mochila que pesaba la mitad de su peso. Se metía entre la gente buscando llegar al foco de la noticia. Se sentía asfixiado entre tantos señores y señoras altas. En medio de ese entrevero de personas, escuchó la noticia. Quedó estupefacto unos minutos. Luego salió corriendo junto a sus lágrimas. Llegó a la placita a la que tantas veces había ido a jugar al fútbol. Sacó de la mochila las flores que había robado del jardín de la vecina, las tiró con bronca al piso y las pisó. Su señorita, esa maestra de la que estaba enamorado, se había accidentado y había muerto.

Muerto, así se sentía. No podría viajar. No podría escapar. Tendría que volver hacia ese sitio que ya lo había expulsado. Volver a recibir las humillaciones, a vivir sin esperanza, a conformarse con seguir sobreviviendo en un plano de mediocridad, de alegrías abortadas, intrascendentes. Volvería a estar rodeado de la familia, de los amigos, de las soledades tremendas que, por las noches, le impedían respirar.

Respirar le dolía. No podría amamantar. No podría ser mamá. Tendría que reformar nuevamente la habitación. Sacar todos los adornos celestes, las cortinas, la cuna, los osos de peluche y la ropita con olor a bebé. Su bebé olía a muerte y estaba enterrado en un cajón. Su útero también empezaba el proceso de putrefacción. Y su cuerpo estaba tan lleno de vida que parecía burlarse de su mente, de su vida, de su departamento decorado para el niño que, finalmente, nunca vendría.

Ella no vendría a decirle que extrañaba sus abrazos. No podría abrazar. No podría ser el hombre que la acompañe en las noches hasta que alguno de los dos muriera. Ya no llegarían a ser ese par de ancianos que caminarían juntos por la plaza, tomados de la mano, viendo como el sol se oculta tras los cerros en el atardecer. Ya no serían los abuelos que recibirían juntos a los nietos. Ya no podría dar la receta de tantos años juntos, sin traiciones. Con las firmas del divorcio, daba muerte a su ideal.

Ideal, ése día iba a ser ideal. Él le daría las flores y le diría que de aquí a diez años volvería a pedirle casamiento. Pero ya no podría entregar las flores robadas. No podría crecer, como él quería, y llevarla hasta el altar. Ya no valía la pena ser el mejor alumno. Ya no quería aprender más matemáticas. Tampoco quería saber nada de ciencias, ni de lengua, ni de nada. Se imaginó que ella lo llamaba, desde esa calle en donde murió, y él no podía ir porque estaba atado a esa plaza con su delantal blanco, su mochila pesada, las flores bajo su pie derecho y sus lágrimas que no encontraban consuelo.

Consuelo hubiese necesitado, pero nunca lo encontró. Llegó a su casa con el bolso intacto. Nadie preguntó nada. Reconoció el ruido ensordecedor del silencio. Se encerró en su habitación, una vez más, y miró el vacío a su alrededor. Todo era igual que antes. No, las cosas no cambiarían. Debería adaptarse o escapar. El tren ya se le había pasado, pero ya encontraría otra forma de huir. Se acostó en su cama y empezó a escribir esa última carta.

Leyó la carta que días antes le había escrito al hijo que pronto nacería. La hizo pedazos. Miró sus manos vacías. ¿Qué haría con todas las caricias que tenía para darle? Vio sus brazos que no sostenían nada ni a nadie, ni siquiera a ella misma. Sintió la piel tan fría que se estremeció de un escalofrío. No se despertaría en las noches a cambiarlo y alimentarlo. No le enseñaría a dar sus primeros pasos, ni estallaría en emoción al escucharlo decir sus primeras palabras. Se acostó en posición fetal sobre la cama, abrazó muy fuerte contra su pecho al primer oso de peluche que compró, y estalló en lágrimas.

Con lágrimas como únicas testigos de su dolor, se metió en la cama desértica. Sintió frío. Se tapó con todas las sábanas, frazadas y acolchados que encontró. Sintió miedo ante la inmensidad de la ausencia. Levantó las sábanas por encima de su cabeza, como cuando era muy chico y tenía miedo. Entre tanta oscuridad, no encontró a nadie, ni siquiera a él mismo. Volvió a llorar como cuando era niño.

El niño caminó desde la placita hasta su casa. Un nuevo escándalo esperaba. Había gotas de sangre en la vereda. El auto estaba abollado. Los policías se llevaban a su padre. No entendía por qué hasta que escuchó que había atropellado a una maestra y, atemorizado, escapó. El niño entendió todo. Golpeó el auto con toda su furia y salió corriendo, con lágrimas en los ojos, su guardapolvo blanco (ya no tanto) y su mochila gigante. No volvió en días. Cuando lo hizo, todo lo que pudo hacer fue llorar.

Ayer leí una entrevista que me dejó pensando.
El entrevistador pregunta: “¿Siente que siempre ha estado solo?”.
Allen Ginsberg responde: “Por supuesto. ¿Usted no? ¿No lo siente todo el mundo? Estamos solos. Morimos solos. En nuestro lecho de muerte, ¿cree que vamos con nuestros novios y novias, productores de Hollywood y abogados? Estamos en nuestro lecho de muerte todo el tiempo.”

viernes, 11 de septiembre de 2009

LA INSOPORTABLE LEVEDAD



"Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.
Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?"
(Milan Kundera, "La insoportable levedad del ser")

Tuve un sueño and I’m not Martin Luther King. En mí, todo se veía gris. Era como si cada molécula de plomo existente en el universo, se hubiese derretido y se adhiriera, viscosa, al mundo. No sabía qué era el plomo, sólo veía todo más sombrío. Yo no tenía cuerpo, era un par de ojos incapaces de ver los colores.

El café ingresaba en mi cuerpo. Sentía el líquido caliente, oscuro, negro, amargo, fijándose a mis dientes, tapizando mi lengua, deslizándose por todo mi interior. Yo era líquido, yo era el café que se derramaba pero que nunca cesaba de caer desde una taza agrietada por los años. Agua caliente que perdía las propiedades del agua. Eso era yo. No era incoloro, no era insípido, no era inodoro; anymore. Era agua transmutada en café, que se mezclaba con jabón, en el fondo de alguna taza usada por alguien para luego ser descartada.

No sé cómo aparecí acá. Sólo sé que estoy. Tal vez sólo sea un accidente del destino. ¿Y si la vida no fuera más que eso? Células que explotan, que se unen, se dividen, se vuelven a unir, se dejan transformar por el ambiente, hasta convertirse en formas variadas de vida: rosas, jazmines, sauces, enredaderas, cactus, hormigas, cucarachas, ratas, arañas, narcisistas, soberbios, deshonestos, crueles, cobardes. Makes me tired.

Pero yo no era nada de eso, o tal vez era una mezcla de todo. Yo era sólo un punto en medio del todo. Un punto sin lugar, que se desplazaba cada vez que algún extraño ser omnipresente respiraba. Y ese punto, chiquito, movedizo, era una gota de café que chocaba contra el jabón, para volverse una burbuja. Y mis ojos no tenían forma de ojos, sino de una película muy fina, transparente, incolora, que encerraba una esfera vacía y que flotaba en un mundo teñido con plomo.

Y allí estaban tus ojos, esos grandes ojos que miraban pero eran incapaces de ver, o por lo menos de verme. Y yo, que era un accidente, un encuentro fortuito entre café y jabón, flotaba errante e invisible, en medio de un día de lluvia. ¿De qué me escapaba? Del dolor. ¿De qué me era imposible escaparme? Del Dolor que, astuto, se había camuflado de plomo derretido. Y la tierra era finita, y así también mi posibilidad de desplazarme y de escaparme. No había posibilidad de pasar por la tierra sin sufrir, era como meterse a nadar en el mar y pretender no salir mojado.

Si hubiese tenido pies, hubiese caminado hacia vos. Pero sé que las piernas se me derrumbarían antes de llegar. Yo no sirvo para finalizar nada de lo que emprendo. También sé que la tierra se volvería arenas movedizas y que con cada paso me hundiría más en ese pozo sin fondo. Por eso ya no camino, por eso vuelo sin rumbo, deseando posarme alguna vez en tu nariz, para que me tengas frente a tus ojos. Es que creo que sólo así tal vez puedas darme el lugar que siento que no tengo. Es que necesito apoyarme en tu deseo para encontrar los pasos que me indiquen un rumbo. Es que necesito regenerar mis piernas arrancadas y poder caminar acompañado, sabiendo que voy a algún lado, que ya no camino sin sentido, que ya no vivo trazando círculos. I don't know where it comes from, where to go, when the rains come…

Pero tus ojos no me veían. Yo era demasiado transparente, insípido y frágil. Y todas las mentiras también se cubrían de plomo y caían en el fondo del pozo. Y yo no era inteligente, ni era bueno, ni era simpático, ni era lindo, ni especial, ni era el novio perfecto, ni las demás cosas que, como consuelo, me decían. Era una esfera vacía que flotaba a la deriva. Era el deseo de ser alguien para alguien, de no estar muerto para todos. Yo ya no quería ser un fantasma que pasaba por la vida de los otros sin que nadie se enterara. Yo quería que mis pasos dejaran una huella, un camino a seguir para que pudieran encontrarme. Yo quería ser la botella errante en el mar que alguien encontrara.

Y no pude más con tanto vacío e invisibilidad. Quise encontrar algo que me retenga, que me de entidad, que me permita encontrar mi lugar. Quise abandonar la insoportable levedad de mi ser. Y vi tus manos suaves. Tus labios partidos por el frío. Tu sonrisa sencilla. Tu inocencia no interrumpida. Y quise ser emperador de tus lunares, piel bajo tus manos, labios sobre tus labios, besos sobre tus lágrimas. Y creí que el viento jugaría en mi favor (ya era hora que lo hiciera). Y así, por azar, por iniciativa propia, por iniciativa tuya, por variables que no busco comprender, yo, convertido en una burbuja, me acerqué cada vez más hasta tus manos. Y creí. Creí en vos, creí en mí, creí en el lugar, creí que el deseo propio bastaba. Pero yo era/soy muy frágil. Y en el mismo instante en el que sentí que con tu vida me tocabas, exploté como si nada y desaparecí de tu mirada.

Me desperté del sueño y, como si se hubiese reventado una burbuja en mi cara, sentí una gota de lágrima que por mi piel se derramaba.

miércoles, 8 de julio de 2009

PREGUNTAS COBARDES

Imagen: Mirando el Lago San Roque




“Dicen que su deseo, su pasión, su propósito o su sueño es “relacionarse”. Pero, en realidad, ¿no están más bien preocupados por impedir que sus relaciones se cristalicen y se cuajen?”
(Zygmunt Bauman, en “Amor Líquido”)


Cuando el fuego se extinguió sin si quiera poder parir cenizas, pues nuestros cuerpos no llegaron a incendiarse; se despliega ante mí un rutinario panorama: mi yo, ausente en la noche, frente a mi cama infinita y superpoblada de soledades oscuras. Y es allí, entre silencios que me envuelven, donde no hago otra cosa más que pensarte, que extrañarte, que invocarte, que desearte con todos mis sentidos, hasta que la piel se me eriza y la paz sólo es posible con tu roce.

And I see you
Hiding your face in your hands
Flying so you wont land
You think no one understands
No one understands

Ya sé. No soy tan necio. Bueno, tal vez sí, si soy. Hay muchos “no se debe” aplastando los “sí, se quiere”. Pero…, ¿qué pasaría si me volviera un transgresor? Ya siento las arcadas en mi boca invitándome a vomitar la cobardía ¿Y si me animara a atravesar con mi deseo tus sábanas de miedos? Y si me aventurara a dejarme caer en el vacío, teniendo como posibilidades el que me sostengan tus labios o el golpearme como nunca antes me he golpeado (y eso que he caído tanto que, para mirar el suelo, me basta con levantar la vista al cielo); ¿qué pasaría?

So you hunch your shoulders and you shake your head
And your throat is aching but you swear
No one hurts you, nothing could be sad
Anyway you’re not here enough to care

¿Y si te animaras a que te fracture el alma con un abrazo y luego vuelva a unirla con la mezcla extraña de la saliva y del fuego que me hace nacer tu cuerpo? ¿Y si me apropiara de tu espalda y decidiera colonizarte, y aniquilar esa raza de soledades que ha infectado mi cama cavernosa? ¿Y si te animaras a mirarme y ver mas allá de las distancias, de los no, y de los miedos compartidos? ¿Y si una vez mas, ni vos ni yo, quisiéramos quedarnos con el “qué hubiera pasado si…”?

And you're so tired you don't sleep
at night
As your heart is trying to mend
You keep it quiet but you think you might
Disappear before the end

¿Qué pasaría si dejáramos que no sólo el pasado doloroso nos uniera? ¿Y si le diéramos una oportunidad al presente? ¿Y si de tanto hacer el amor engendráramos ese futuro, por los dos, soñado? ¿Qué pasaría si te llevara el desayuno a la cama en la mañana? ¿Qué harías si al cocinar mi abrazo te sorprendiera por la espalda? ¿Que pasaría con tu cocina vacía, tus lágrimas estériles y mis manos fuertes pero vacías?

And it's strange that you cannot find
Any strength to even try
To find a voice to speak your mind
When you do, all you wanna do is cry

¿Qué sería de vos si al llegar al departamento ya nunca más te encontraras con la nada? Si en la mesa de luz encontraras que te traje los alfajores que te gustan; si bailáramos abrazados y embriagados hasta caer rendidos en algún colchón, por nosotros, maltratado. ¿Qué pasaría si te llenara de luz los días grises?

Well maybe you should cry

Y si el fuego se encendería de nuevo, ¿qué pasaría si me permitieras ser parte de tu cuerpo y latir al ritmo de tus respiros? Si pudiera acariciar tu pelo y naufragar justo arriba de tu ombligo. Si con mis manos sujetase las tuyas mientras te cubro de pétalos el cuerpo, con mis labios. Si con tu lengua vas saboreando la ternura de la piel que se derrite ante tu fuego ¿Qué pasaría si me cerraras los ojos con tus besos para que deje de mirar el lago y, trepado en tus pies, me anime a cruzar el charco?

And I see you hiding your face in your hands
Talking bout far-away lands
You think no one understands
Listen to my hands

¿Qué sería de todos los “no debo” si dejáramos multiplicarse los “sí, quiero”? ¿Qué pasaría si nos animáramos a dar respuestas a estas preguntas viudas? Si nos desnudáramos de miedos y nos expusiéramos al deseo ¿Qué sería de nosotros si nos miráramos de nuevo y empezáramos de cero?

And all of this life
Moves around you
For all that you claim
You're standing still
You are moving too
You are moving too
You are moving too
I will move you


Letra y música intercalada: "Song for you" de Alexi Murdoch

viernes, 8 de mayo de 2009

21 GRAMOS DE VACÍO

Imagen de la película 21 Gramos


Cubro de mostaza el pan. A algo le tengo que encontrar sabor, ¿no? Hoy, domingo familiar, almuerzo panchos. Ahora que lo escribo me acuerdo de esa navidad de 2.001, donde el corralito de Cavallo nos había aproximado a comer panchos como menú navideño. El 2.002 fue el año de la gran debacle. Todo empezó a caer y nosotros caímos con todo.

Ahora estamos sólo mamá y yo. Solos. Antes, los domingos almorzábamos con toda la familia. Pero la familia también cayó y ahora sólo quedan lazos de sangre desarticulados por silencios varios.

La escena me parece patética. Se me caen unas lágrimas tímidas; mamá no las ve o finge no verlas, no sé. Ella debe tolerar el silencio un poco menos que yo, y empieza a hablar. Me cuenta de la gripe porcina, de la gente que muere. Yo la escucho y pienso que esas personas tuvieron suerte. Habla de la Ministra de Salud de Chaco, que tal vez tenga dengue. Yo asiento, mientras como el segundo y último pancho.

Papá se fue a almorzar afuera. Yo creo que papá se fue hace muchos años. Nadie aguanta aquí demasiado tiempo sin morirse de a poco.

Lavo los platos usados por mamá y por mí. Ella seca una cuchara. Le digo que ya voy a secar yo, y ella me dice algo en lo que tiene razón: "dejalos, ya se van a secar solos". La frase me retumba en la cabeza. Así pasó con nosotros, ¿no?, nos dejaron y ahora nos secamos solos.

Ayer hablé con amigos. Hablar es una manera de decir, no hablé, chateé. En estos días no hablé con nadie. No tengo nada nuevo que decir. Siempre es lo mismo, sé que soy un cassette (sí, cassette y no CD, además soy anacrónico). El cassette repite siempre el mismo lamento. Soy los sonidos que giran en mi garganta una y otra vez. Mis amigos no entienden por qué necesito que me quieran. Acudo buscando cariño, pero obtengo juicios en los que el veredicto siempre es el mismo: “culpable”. No necesito que me den mas sentencias de las que ya me he dado. Lo sé, sólo necesito un abrazo, aunque sea virtual. Siempre buscando cariño… ¿por qué?: si sé.

Me acuerdo de esa vez, cuando tenía trece años. ¿Qué me detuvo?: familia. Me frenó el sentir que me querían y que les haría mal mi decisión (o tal vez sea mi eufemismo para no decir que fue la ya habitual cobardía). Necesito que me quieran para que me aferren a la vida. Es tan fácil caerse de ella. Es muy difícil mantenerse de pie cuando se camina por el borde todo el tiempo.

Mi habitación está a oscuras. La única luz que alumbra es la de este monitor. En este fin de semana he dormido más que en toda la semana. 21 gramos acaba de terminar en la pantalla. Me di cuenta que me sobran 21 gramos de vacío.

Pienso en “Closer” y en decir siempre la verdad ¿Acaso no es mejor la peor de las verdades que la más satisfactoria de las mentiras? Quiero que me escupan las verdades en la cara, aunque en el camino se transformen en balas que destrocen mi cerebro... o tal vez, justamente por eso.

Me duele la cabeza de tanto escuchar mis ecos, quiero que alguien frene todo esto. Sino me vas a querer, si me vas a degradar, si me vas a ignorar, sino me vas a aferrar a la vida, apuntá y dispará, ayudame a perder mis 21 gramos de vacío.

lunes, 20 de abril de 2009

CONFESIONES DE OTOÑO




Tengo ganas de llorar. Ni si quiera sé bien por qué. Sólo sé que pasa de vez en cuando, más de en cuando que de en vez. Sólo sé que las paredes parece que me apretaran tanto que no me dejan respirar. Y es justamente en esos días cuando me aparecen estas ganas de que exista una navecita espacial que me deje abandonar la tierra por unos días, semanas, meses, años o vidas. No sé. Algo que me de paz.

Últimamente me estoy sintiendo demasiado bueno para nada. Asisto a mi caída con un silencio cómplice de mis fracasos. Me hundo sin saber dónde. Si por lo menos supiera eso, podría gritar que alguien venga a sacarme. Pero todo es igual, o tal vez no, pero yo no puedo ver las diferencias que se ocultan detrás de tanto gris oscuro.

Ya tiré las semillas. Dejé que cayeran en la tierra, esperando ver nacer nuevos tiempos. La tierra era estéril. Las semillas se secan bajo el sol y nada nace. Me pudro y pudro.

Tengo miedo. Me tengo miedo. Te tengo miedo. Les tengo miedo. Nos tengo miedo ¿Qué hago mas que matar todo antes que nazca? Voy por la vida abortando mi vida. Y vos, ¿vos qué? Vos también me tenés miedo; ¿quién no me tiene miedo?

Quiero escribir por que las palabras extinguen los actos. Pero no puedo escribir ni tampoco puedo actuar. Soy un muerto, una pausa constante, un embalsamado que no gana respeto.

Nunca voy a ser un buen escritor, sino mirá lo que hay acá. No, no te ilusiones, tampoco seré buen psicólogo, buen profesor, buen hijo, buen padre, buen nada. Soy como un auto viejo que se queda a mitad de camino. La fuerza siempre se me acaba antes de llegar.

No, no lloro, y no sé qué es peor. Las lágrimas ya no me sirven de nada. No hay guías ni recetas. Nunca sabré qué es lo que hago bien y qué es lo que hago mal; por que algo mal hago, por que algo bien, no. Por que no sé llegar, por que golpeo puertas en casas inhóspitas. Y hoy, hoy llegó el otoño, con su primer día frío, y estoy afuera de todo y adentro de nada, sintiéndome cada vez más solo.


domingo, 15 de marzo de 2009

LA INICIACIÓN

Imagen: "Grandmother's sofa # 17" by Igor Amelkovich

La computadora se enciende. El vacío del navegador de internet empieza a sentir los latigazos de las letras que martillan huellas sobre los mismos pasos. Entra al chat. Una vez más, los adolescentes no la esperan. Como buena cazadora, estuvo explorando el terreno antes. Hasta ahora no hizo nada. Esta noche buscará su primera presa.


El adolescente, de tan sólo dieciséis años, disfruta del silencio que invadió el departamento en el que vive. Sus padres duermen. En la noche solitaria, el hogar le pertenece. Enciende la computadora. Va a la misma página de siempre, y entra al chat. Una vez más busca conocer una mujer caritativa, que quiera iniciarlo en los placeres de la carne. Él, al igual que los que vendrán, no la espera.

- ¿Edad? – Le pregunta una mujer que lleva por nick “Felina”
- 17 – miente él
- Me gustan los jovencitos… sobre todo si son vírgenes, ¿vos lo sos? – Pregunta ella sin un mínimo atisbo de timidez
- Jajaja, sí… pero con ganas de solucionarlo… jajaja – contesta él esperando que ella acepte la propuesta.

La mujer hace honor al sobrenombre que emplea. Realmente es una felina, que hace del olfato y de la seducción sus mejores armas. Cuando una gota de sangre cae al agua en donde habitan las pirañas, el olor del fluido les excita el apetito. Esta felina ha detectado su presa con unas cuantas palabras. Es que el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo. Ella, con sus treintaicinco años, no es para nada vieja; pero, en algunos terrenos, tiene más experiencia que la suma de varias mujeres de ochenta años. “Felina” escribe algunas oraciones más y una sonrisa de satisfacción se dibuja en su rostro. Retira el cigarrillo de sus labios, dejándole impresa la huella de su rouge, y lo aplasta contra el cenicero. Tiene hambre, pero también tiene la satisfacción de saber que hoy cenará.


A él, las palabras le llegan a sus ojos como la tierra le llega a un navegante que desde hace días se cree perdido en el mar. No podía contenerse. Le sudaban las manos. El corazón le galopaba en el pecho como caballos que se escapan buscando su libertad. Recuerda la foto. Ojos verdes. Labios rojos. Cabello negro y lacio. Piel infinitamente blanca y lisa, como un paisaje nevado. Pómulos altos y una mirada extraña, que condensa tristeza, sensualidad, tentación y desparpajo. Su pene se hincha. Esta noche él la tendrá, ella se lo ha dicho. Él todavía cree.

Dos de la madrugada. El adolescente llega al lugar del encuentro. Se queda mirando la puerta de aquella vieja casa. Teme que se abra, pero su deseo es tan fuerte que podría romper candados sin tocarlos.

Golpean a su puerta. Ella la abre, y un halo de luz proveniente de afuera ilumina el rostro divino de la mujer. Ahí está él. Con voz sensual, la mujer felina, le dice a su joven ratón que entre. La puerta se cierra y todo se torna oscuro. El adolescente no sabe lo que hace. Camina a tientas, tratando de escuchar los pasos de su anfitriona para que lo guíen. Ella sí sabe lo que hace.

La mujer sirve un vaso de whisky y lo lleva a la boca del joven. Él, obedientemente, bebe, aunque no le guste, aunque no acostumbre a tomar alcohol, aunque se le incendie la garganta. Dos segundos después están sentados juntos en el sofá. Ella desliza sus dedos como serpientes por la cabellera adolescente. El muchacho experimenta una erección. El escote de ella, le incendia la entrepierna. Ella lo sabe, sonríe sensual y desliza su lengua por su labio superior.


Algo de whisky se derrama por la comisura de los labios del adolescente. Ella lo limpia con su lengua y donde antes hubo alcohol, ahora hay saliva. La mujer juega a ser diosa, se pone de pie y con su mano guía al adolescente a que se arrodille ante su presencia. Deja caer su vestido. Y el adolescente mira, con vergüenza y por primera vez, el cuerpo de una mujer real desnuda.


La mujer aplasta el cráneo del adolescente contra su pubis. Él abre la boca y, como un cachorro que tiene miedo y ganas de jugar, empieza a lamer. La mujer le arranca la remera, haciéndola jirones. El joven queda estupefacto y no sabe cómo hará para justificar ante sus padres el volver al hogar con su ropa rasgada. Pero no tiene tiempo de pensar. Ella está sacándole de un solo tirón los pantalones y la ropa interior. Ahora él cree que están en igualdad de condiciones: completamente desnudos. Sin embargo no es así, pues la mujer no desnuda todavía aquello con lo que goza.


Ella lo besa, y con su lengua escribe excitación en los dientes. Le arroja los restos de whisky en el cuerpo y luego empieza a lamerlo. El cuerpo adolescente se derrumba arrastrándola a ella hacia la cama. A la felina no le gusta estar abajo, rápidamente lo hace girar y se sienta sobre él. Sujeta el pene y, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, empieza a introducirlo en su cuerpo. Abre la boca y cierra los ojos, mientras acomoda sus paredes aterciopeladas para envolver la carne de su presa. El adolescente no puede creer lo que está sucediendo. Siente a la mujer en todo su cuerpo. La ve disfrutar aleteando sobre él como si fuera una mariposa. Observa los pechos de ella moverse libres y siente como su pene se tapiza de la humedad femenina. Está adentrándose más profundamente en ella, con cada segundo que pasa. Él no puede creer lo que está sintiendo. La mujer lo sabe, ella es la experta y empieza a columpiarse sobre él con violencia.

El adolescente ve a su diosa contornearse, poseída, sobre su cuerpo. El rostro femenino bien podría haber sido un cuadro que represente la conjunción entre placer y misterio. Y de repente, como si nada hubiese ocurrido, ella se levanta violentamente, dejando el miembro adolescente rodeado de vacío. Él, confuso, sonríe y no entiende bien lo que ella le dice cuando le escupe un “vestite y andate”.


- ¿Cómo? – Dice él, tímidamente.

- Eso pibe, ya está, ya acabé, andate que quiero estar sola.
- Pero… ¿y yo?
- ¡Andá a tu casa y terminá solito, como hacés siempre, ya te di bastante material para que tu imaginación tenga de dónde fantasear! – grita ella, histérica.

El adolescente, sorprendido, confuso, con miedo, rápidamente se viste y abandona la casa. Ella lo ve irse y sonríe divertida al recordar su rostro.

Esto fue un ensayo. Ella seguirá afilando sus métodos para disfrutar cada vez más de su venganza. Uno a uno caerán adolescentes sobre su cama, como ella lo hizo en la cama de aquel hombre que, siendo ella muy jovencita, la enamoró y usó su cuerpo como un mero receptáculo de semen.


Sirve otro vaso de whisky y se desparrama sobre el sofá. Agarra el portarretratos que tiene la fotografía de ese hombre, que era su padrastro, y la recorre con su dedo. Recuerda su primera vez y percibe nuevamente el perfume del adolescente que acaba de echar. Prende un cigarrillo, se excita y comienza a tocarse sola en el sofá, recordando como disfrutó la iniciación.



jueves, 5 de marzo de 2009

EL EXILIO



Exilio. Al decidir renunciar al estado amoroso, el sujeto se ve con tristeza exiliado de su imaginario.
Trato de arrancarme a lo Imaginario amoroso: pero lo Imaginario arde por debajo, como el carbón mal apagado; se inflama de nuevo; lo que había sido abandonado resurge; de la tumba mal cerrada retumba bruscamente un largo grito
(Roland Barthes, "Fragmentos de un discurso amoroso")

See you later, alligator


Abro la valija vieja, esa que recorrió muchos lugares pero que no supo quedarse en ninguno. Encuentro en ella los recuerdos de las noches sin luna, de la lluvia que nos seguía hacia todos los lugares a los que íbamos, del sol que bajo el agua perseguíamos. Palpo el vacío, que se ha vuelto una masa asfixiante, extranjera y exiliada de mi cuerpo. Estoy arrodillado, al lado de la cama, frente a esta vieja valija, dejándome abrazar por el tedio que respiro, mientras constato, una vez más, que ya no me miras.
Una a una voy tomando las prendas, llevándolas a mi nariz para despegarles el perfume de tu piel y quedarme con algo que realmente te pertenezca. Los recuerdos me acorralan, me torturan, pero no hicieron el favor de matarme antes que me mataras. Y siento como una vez más, las lágrimas me derraman sobre mi propio charco de sombras. Voy sintiendo, lentamente, la textura de las telas que lastiman, como espinas pequeñas, mis incendiadas manos. Nunca aprendí que no hay que jugar con fuego si no se quiere terminar quemado. Vuelvo a los días en los que esas ropas caían, apresuradas, sobre el piso para dejarnos desnudos, frente a frente, labio a labio, mano a mano, vientre a vientre. Abro los ojos y veo que es de noche y llueve, pero ya no estamos semidesnudos en el auto.
Guardo todo. Voy viendo como, de a poco y con paciencia, intento cubrir el vacío de la valija, que coincide con los bordes porosos de mi propio vacío. Pienso nuevamente en lo injusto que es el destino, en como se comporta como agua de río, que en un segundo te deja un regalo y otro segundo después te lo arranca de la piel. Transpiro desesperanzas, mientras veo que no hay otra opción más que ésta que tanto duele. Tengo que permitirnos esto. Tengo que dejarnos ir. Debo acatar las consecuencias de los riesgos que no tuve miedo en tomar. Tengo que perder, una vez más, lo que ya he perdido. Tengo que cerrar este libro que nunca fue escrito. Ahora sé que tengo que rendirme y que debo que acatar los “tengo que…”
La valija ya está hecha, y no queda lugar para que guarde allí todo el rosario de recuerdos. Voy viendo cómo las paredes del cuarto se recubren de una enredadera de soledad que crece ilimitadamente. Veo tus ojos y ya no puedo leer más nada. Soy un analfabeto que se ha extraviado en los márgenes de tu cuerpo. Te has vuelto un misterio que, esta vez, no me empecinaré en descifrar. Sólo así nos permitiré partir, dejando de cavar huellas sobre huellas hasta enterrarme en una tumba hecha con pasos no dados.
Tomo el equipaje y abro la puerta. Somos de mundos tan diferentes, que sólo por eso están destinados a oponerse y complementarse. Nuevamente, hay que cruzar el gran charco. Pararnos otra vez en las veredas de enfrente. Pero ahora habrá que dar la vuelta y caminar ignorando a dónde, pero sabiendo que ya no volveremos a encontrarnos. Allá afuera espera el frío. Acá adentro, las baldosas rotas por las raíces de la tristeza constante. Nos miramos una vez más. Tal vez sea la última. Quiero creer que no, pero sé que sí; que luego de esta vez ya no habrá más veces. Tomo tu mano y la acaricio. La llevo al encuentro con mis labios que la besan como el mar cuando roza la arena. Me arrojo sobre el vacío de tu pecho y nos quebramos en un último abrazo. No hay nada que decir. Pongo la valija en tus manos, veo como traspasas la puerta, me lamo las heridas y te dejo ir para siempre hacia mi exilio.

martes, 17 de febrero de 2009

DE PERDER Y ESTAR PERDIDO


No sé cuántos años tenía. Si sé que era un niño. Sólo recuerdo que me trepé a un banquito y que llegué hasta el último estante del armario. Creo que estaba solo en la habitación, pero no estoy seguro. Nunca pude estar seguro de nada. Siempre estuve perdido. Lo que si sé es que me había escapado de la vista de los demás; o tal vez, ya por entonces, ellos me habían expulsado de sus ojos. No sé por qué lo hice. Tiré todo. Nada hizo ruido. Decenas de remedios se extendían ante mí. Me senté, empecé a abrirlos uno por uno y tragué pastillas y bebí jarabes. Ni todas esas drogas anestesiaron los dolores que vendrían años más tarde. Me dieron de tomar leche pura, caliente; justo como a mí no me gusta. Esa noche vomité.

Soy un caballo. Un caballo blanco, que no es el de San Martín, ni el de nadie. Un animal que corre como si su vida dependiera de ello. El viento es atravesado por mi cuerpo. Mis cuatro patas rasguñan la nieve y la arrojan detrás de mis pasos galopantes. Me duelen las piernas pero sigo corriendo. Más y más. Muchos caballos me siguen, pero no pueden alcanzarme. Les llevo muchos metros de ventaja. Algo se rompe en mí. Todo se rompe cuando es frágil. El dolor me sube desde una de mis patas. Va transportándose por todo mi cuerpo, mientras siento la dureza del camino estrellándose contra mi pecho. Me caí. El dolor se vuelve sangre y coloniza cada una de mis células. Todos los caballos pasan por arriba de mi cuerpo blanco llenándolo del lodo que se esconde debajo de la nieve. Soy sólo una mancha blanca, perdido entre tanta nieve, lleno de pisadas; que ve como todos los demás caballos me van dejando atrás.

Estamos en un hotel alejamiento lujoso, pero tus sentimientos hacia mí son pobres. No pasó nada. No hay nada. No habrá nada. No. No. No. Estamos llenos de vacío y de silencios. ¿Qué tenemos en común más que la soledad que nos separa? Miramos, una vez más, al techo. Tus manos arman un nudo de lágrimas en mi garganta comprimida. Tus dedos tocan sobre mi cuerpo los acordes de mi melodía más triste. Mis labios se marchitan sin la humedad de los tuyos. Reís. Nunca sé de qué te reís. Tal vez si lo supiera dejaría de compartir con vos el lecho. Me invitás a dónde sabés que no voy a acompañarte. Lo hacés sólo para que, una puta vez en la vida, pueda decirte “no”. Sé que vas a continuar lo que interrumpiste conmigo. Me duele saberlo. El preservativo se desenrolla, se hace un nudo y se arroja a la basura. El preservativo sin semen, perdido en la basura, una vez más, soy yo.


Toco tu puerta. Estás en la cama y me cuelo entre tus brazos. Te abrazo fuerte. Muy fuerte. Más fuerte. Quiero deshacerme entre tus brazos. Quiero dejar de ser hielo y convertirme en el agua que lave las heridas de tu cuerpo. Quiero que me bebas, pero no podés pues soy agua contaminada. Soy un líquido tóxico, viscoso, que penetra por las venas causando dolor hasta ser vomitado en forma de lágrimas. Te hago mal. Lo sé. Ayer quise sembrarte pétalos en los ojos. Hoy excavé en ellos hasta destruir tus napas de agua subterránea. He perdido la batalla. Perdón, nunca quise que lloraras con mis lágrimas.


No aguanto más. El dolor se vuelve omnipresente. Días sin bañarme, sin animarme a salir de la cama. Arrastro mi cuerpo hasta el baño. Las lágrimas, viejas compañeras, llegan antes que la lluvia de la ducha. Me mojo con mi sal. Y todo vuelve a empezar. Me acuesto en la bañera en posición fetal. Cierro los ojos mientras siento como el agua cae tan fuerte sobre mi cuerpo, que es como si la vida me estuviera pegando patadas en el piso. El mundo me aplasta los hombros. No sé dónde está el mundo. No sé dónde estoy yo. Estoy perdido. He gritado silencios que nadie ha escuchado. Mi voz está desgarrada. Me retuerzo de dolor, como lo hace una babosa cuando se desliza sobre un manto salado. La respiración es una ola que me viene y que se va. Estoy cansado de que el dolor ya no me entre en el cuerpo. Lo libero de mis venas. El piso de la bañera se cubre de rojo.

miércoles, 21 de enero de 2009

ENTONCES NO HAY ESPERANZAS

Imagen: "Myself dead as a clown" by Joel - Peter Witkin

- Tal vez no haya nadie que lo note…
- No. Nadie se ha percatado del alumbramiento de mis lágrimas ácidas, paridas por éste par de ojos castrados. Nadie vino a visitarlas a mi pesebre abandonado. Es que todos se han empeñado en hacerlas bastardas, para poder negar aquello que las causa.
- Quizás te hayas vuelto invisibles para la mirada de los otros...
- No. Todos pueden ver que estamos irremediablemente solos, aunque ésta sea una verdad que nos empeñemos en negar. Aunque día a día levantamos semblantes para taparla. Algunos se engañan más que otros; pero las ficciones siempre se quiebran como cristales que terminan clavándose en los ojos.
- O puede ser que todos hayan partido ya…
- No. Tengo la certeza de que todos seguimos cultivando pasos ausentes en la misma tierra estéril de siempre. Ojalá hubieran partido, pues harían bien en irse lejos y ahorrarse el momento de presenciar mi decadencia; que invoque aquella que también habita en sus cuerpos.
- ¿Y si las huellas sirvieran de lazos?
- No. Lo cierto es que los lazos son puentes de azúcar que se desploman ante el salvajismo de los años. Pues son artificios que intentan cubrir lo que nos falta.
- Tal vez, a través del sexo nos unamos…
- No. Nada nos une a nadie. Ni siquiera en la carne hay ligazón entre los seres. El sexo es una ilusión, una cumbre de felicidad que se levanta, imponente como una gran ola, durante el roce de los cuerpos; y que se desploma en el segundo después, cuando las almas caen separadas, y nos fragmentamos tanto, que nos volvemos arena.
- Entonces no hay esperanzas
- Entonces no hay esperanzas. Si he de brotar cubierto de pétalos negros, tal vez sea mejor marchitarme. Perderlo todo hasta vaciarme del dolor que late en mis venas, y recluirme en mí mismo hasta convertirme en una semilla de piedra.
- Tal vez no haya nadie que lo note… Se repitió a sí mismo, mientras contemplaba su imagen , desprovista de toda máscara, frente al espejo de esa habitación gris.

jueves, 8 de enero de 2009

MASTURBACIÓN

Imagen por David Nebreda

Gracias a Anuar por su colaboración con este texto

La noche es el refugio de todos los que han sido condenados al ostracismo durante el día. La lluvia, que cae persistente sobre el tejado, no lava las heridas que abre la luz del sol sobre las pieles sedientas de castigo. La luna, ante ese panorama, está llena de miedos y se esconde entre nubes infinitamente amorfas.
Está en su habitación, solo. La cama está destendida desde hace semanas. En la mesa de luz hay cinco platos diminutos y tres vasos sucios y vacíos. Restos de comida se pudren en ellos y, por las noches, las cucarachas encuentran en ellos su alimento. Él come una vez al día, cuando la náusea del vacío le ordena saciar su estómago.
Son las dos de la mañana. Está desnudo. La piel parece estar siendo devorada por un musgo viscoso. Enciende un porro y mira al techo cubierto por telarañas. Los huesos y las venas parecen querer salir de ese cuerpo habitado por cuatro demonios. El olor de la marihuana esta vez no lo calma. Aspira buscando encontrar un placer solitario que lo haga huir del dolor. Pero no hay escapatorias. Llora como si fuera un niño, y no sabe por qué. Las lágrimas se deslizan por su cuerpo como ríos sin represas. La angustia llena de huecos el sentido.

Prende el televisor. Va al canal de siempre. Está la misma rubia de la semana pasada succionando un pene erecto. Otro hombre la penetra, con furia, por detrás; mientras una morocha le muerde los senos. Él saca su miembro de la ropa interior que no ha cambiado en días. El órgano no le responde. Lo golpea. Nada. Abre el cajón de la mesa de luz y saca una pastilla azul.
Una hora después, tímidamente, el falo cobra vida. La rubia ya no está en la pantalla, pero no importa, ahora hay una filipina lamiendo la vagina de una europea. Empieza a masturbarse. Tira una y otra vez de la carne que le duele. Lo hace con cada vez más fuerza.
Recuerda a su última novia diciéndole que se vaya, que ya no quiere verlo nunca más. Y sigue tirando de su pene con vehemencia. También acude a la mente la supuesta mejor amiga de su chica, bajándole el cierre del pantalón. Y ahora aprieta fuerte su miembro, como lo hacían los labios de esa mujer disfrazada, por él, de tentación.
Agarra sus testículos con furia y ve nuevamente la cara de su última novia mirándolo en el balcón, mientras una versión posmoderna de Lilit le practicaba sexo oral. Sigue masturbándose con violencia y rapidez. No quiere acabar. El semen se escapa; no así las lágrimas. Insiste. Ese hijo de puta tiene que vaciarse para dejar de lastimarlo. El falo parece bañarse en ácido y le arde, pero el dolor le es dulce.
Los dientes se clavan en su mano izquierda. El esperma cae y también la sangre. Muerde aún más su mano y siente el sabor dulzón del líquido escarlata que se le escapa por la comisura de sus labios. Súbitamente, agarra su miembro teñido por un blanco mezclado con rojo, y tira de él hasta sentir que lo arranca. Ahora sí ha acabado.