El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

miércoles, 21 de enero de 2009

ENTONCES NO HAY ESPERANZAS

Imagen: "Myself dead as a clown" by Joel - Peter Witkin

- Tal vez no haya nadie que lo note…
- No. Nadie se ha percatado del alumbramiento de mis lágrimas ácidas, paridas por éste par de ojos castrados. Nadie vino a visitarlas a mi pesebre abandonado. Es que todos se han empeñado en hacerlas bastardas, para poder negar aquello que las causa.
- Quizás te hayas vuelto invisibles para la mirada de los otros...
- No. Todos pueden ver que estamos irremediablemente solos, aunque ésta sea una verdad que nos empeñemos en negar. Aunque día a día levantamos semblantes para taparla. Algunos se engañan más que otros; pero las ficciones siempre se quiebran como cristales que terminan clavándose en los ojos.
- O puede ser que todos hayan partido ya…
- No. Tengo la certeza de que todos seguimos cultivando pasos ausentes en la misma tierra estéril de siempre. Ojalá hubieran partido, pues harían bien en irse lejos y ahorrarse el momento de presenciar mi decadencia; que invoque aquella que también habita en sus cuerpos.
- ¿Y si las huellas sirvieran de lazos?
- No. Lo cierto es que los lazos son puentes de azúcar que se desploman ante el salvajismo de los años. Pues son artificios que intentan cubrir lo que nos falta.
- Tal vez, a través del sexo nos unamos…
- No. Nada nos une a nadie. Ni siquiera en la carne hay ligazón entre los seres. El sexo es una ilusión, una cumbre de felicidad que se levanta, imponente como una gran ola, durante el roce de los cuerpos; y que se desploma en el segundo después, cuando las almas caen separadas, y nos fragmentamos tanto, que nos volvemos arena.
- Entonces no hay esperanzas
- Entonces no hay esperanzas. Si he de brotar cubierto de pétalos negros, tal vez sea mejor marchitarme. Perderlo todo hasta vaciarme del dolor que late en mis venas, y recluirme en mí mismo hasta convertirme en una semilla de piedra.
- Tal vez no haya nadie que lo note… Se repitió a sí mismo, mientras contemplaba su imagen , desprovista de toda máscara, frente al espejo de esa habitación gris.

jueves, 8 de enero de 2009

MASTURBACIÓN

Imagen por David Nebreda

Gracias a Anuar por su colaboración con este texto

La noche es el refugio de todos los que han sido condenados al ostracismo durante el día. La lluvia, que cae persistente sobre el tejado, no lava las heridas que abre la luz del sol sobre las pieles sedientas de castigo. La luna, ante ese panorama, está llena de miedos y se esconde entre nubes infinitamente amorfas.
Está en su habitación, solo. La cama está destendida desde hace semanas. En la mesa de luz hay cinco platos diminutos y tres vasos sucios y vacíos. Restos de comida se pudren en ellos y, por las noches, las cucarachas encuentran en ellos su alimento. Él come una vez al día, cuando la náusea del vacío le ordena saciar su estómago.
Son las dos de la mañana. Está desnudo. La piel parece estar siendo devorada por un musgo viscoso. Enciende un porro y mira al techo cubierto por telarañas. Los huesos y las venas parecen querer salir de ese cuerpo habitado por cuatro demonios. El olor de la marihuana esta vez no lo calma. Aspira buscando encontrar un placer solitario que lo haga huir del dolor. Pero no hay escapatorias. Llora como si fuera un niño, y no sabe por qué. Las lágrimas se deslizan por su cuerpo como ríos sin represas. La angustia llena de huecos el sentido.

Prende el televisor. Va al canal de siempre. Está la misma rubia de la semana pasada succionando un pene erecto. Otro hombre la penetra, con furia, por detrás; mientras una morocha le muerde los senos. Él saca su miembro de la ropa interior que no ha cambiado en días. El órgano no le responde. Lo golpea. Nada. Abre el cajón de la mesa de luz y saca una pastilla azul.
Una hora después, tímidamente, el falo cobra vida. La rubia ya no está en la pantalla, pero no importa, ahora hay una filipina lamiendo la vagina de una europea. Empieza a masturbarse. Tira una y otra vez de la carne que le duele. Lo hace con cada vez más fuerza.
Recuerda a su última novia diciéndole que se vaya, que ya no quiere verlo nunca más. Y sigue tirando de su pene con vehemencia. También acude a la mente la supuesta mejor amiga de su chica, bajándole el cierre del pantalón. Y ahora aprieta fuerte su miembro, como lo hacían los labios de esa mujer disfrazada, por él, de tentación.
Agarra sus testículos con furia y ve nuevamente la cara de su última novia mirándolo en el balcón, mientras una versión posmoderna de Lilit le practicaba sexo oral. Sigue masturbándose con violencia y rapidez. No quiere acabar. El semen se escapa; no así las lágrimas. Insiste. Ese hijo de puta tiene que vaciarse para dejar de lastimarlo. El falo parece bañarse en ácido y le arde, pero el dolor le es dulce.
Los dientes se clavan en su mano izquierda. El esperma cae y también la sangre. Muerde aún más su mano y siente el sabor dulzón del líquido escarlata que se le escapa por la comisura de sus labios. Súbitamente, agarra su miembro teñido por un blanco mezclado con rojo, y tira de él hasta sentir que lo arranca. Ahora sí ha acabado.