El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

domingo, 22 de julio de 2007

LA APUESTA


Soy pobre. He apostado demasiado. La ruleta, perversa, siempre gira en mi garganta hecha pedazos; deja caer la bola, de nudos y de sangre, en ese lugar que jamás hubiera imaginado. Tantas veces he perdido, que ya no sé lo que es ganar, pero siempre fui un estúpido, siempre volví a apostar. Creer es un acto sublime de imbecilidad, y yo creí en mí y creí en vos, y eso me convirtió en el mayor de los idiotas.
Apareciste un día de verano. Trajiste tu mirada, proyectada como un sol, desde esos grandes ojos de miel. Me diste tus lágrimas, tus labios y esas sonrisas, tu lengua y esos besos, tu cuello y esos sabores, tus piernas largas y sus abrazos, tus bucles suaves en mis manos, tu espalda de algodón bajo mis labios y cada célula de tu cuerpo explotando las del mío.
Me diste aquello que desconocía, eso que luego redujiste a la mera compañía. Me hiciste sentir importante, yo lo necesitaba y vos lo sabías. Me trajiste las palabras que yo deseaba escuchar, y me acariciaste de mejor manera, de lo que mi piel pudiera imaginar. Me besaste, como nadie lo había hecho, con esa mezcla de ternura y de pasión que, en vos, encontraban equilibrio. Así fue como te recubriste de oro ante mis ojos. Fuiste la mayor de las fortunas que quise conquistar, fuiste la mayor de las derrotas que tengo que pagar. Por vos volví a apostar, por vos volví a perder, por mí tendré que dejar de soñar.
Aposté mi cuerpo, para que lo usaras a tu antojo. Ya no es mío, por que no puedo ser dueño de sus actos. Pero no me di cuenta que ni si quiera este resabio de piel y huesos te podían entibiar. Vengo a este juego con mi sombra que se arrastra herida en su orgullo. Te traigo como monedas, mis ojos con sus lágrimas secas pero siempre dispuestas a estallar. Ofrezco mis labios desgarrados, descarnados, lastimados, esos que dicen lo que no quiero y que callan lo que deseo; esos que te dijeron “te quiero”, y que no pudiste escuchar. Te doy mis cabellos, podés usarlos como lazos para ahorcarme; pero desearía que los arranques, uno a uno, y que silencies con ese dolor, éste que grita desde mi alma disecada. También apuesto mis manos, las mismas que incendiaban tu piel al tocarte y que hoy sólo parecen apagarte. Te las doy, por que lloro cuando las veo buscar en el vacío los vestigios de tu cuerpo. Me apuesto en cuerpo y hasta en el alma vendida al diablo, sólo por volver a tenerte, por que valías más que mi cuerpo lastimado, más que mis palabras vomitadas, más que mi mente enmarañada.
Me ofrezco en esta apuesta que te tiene como premio. Tomás lo que te doy, bebes mi sangre y mi saliva, y los restos de la savia perdida. Pero he perdido el gusto para tu lengua, mi piel te parece vacía y ya no encontrás en ella nada de tu placer. Me mirás. Yo también te miro. Sé que ya no me ves aunque me esfuerce en mirarte. Es que tus ojos me atraviesan y aletean como cuervos en un cielo oscuro. Recuerdo que te detenías en mis ojos, que eran tu espejo; en mi boca, que era tu elixir, en mi rostro que era tu refugio en las tormentas. Ahora sólo queda mirar el techo, que parece más atractivo que mis manos sembrando flores por tu cuerpo.
Pero es que volví a apostar y es que volví a perder. Es que cada vez estoy más pobre y más vacío y ya nada me queda para dar. Te perdí y me perdí. Y ya no nos volveremos a encontrar. Me enojo contra el destino, el azar o todos los nombres que se le quieran dar. Desearía saber por qué siempre se trata de perder, por que me está vedado el ganar. Pero la vida es una cadena enroscada en mi cuello, en mis tobillos, en mis muñecas y hasta en mi lengua. La vida es una cadena de pérdidas sucesivas que nos sujetan y que nos impide volar.
Este fue el último juego, esta fue la última apuesta por que no tengo nada que ganar. La ruleta gira nuevamente. El azar, una vez más interviene, pero esta vez ya no gira una bola blanca, sólo se marea una bala dorada. ¿Jugaste a la ruleta rusa?, yo sí; ésta es mi última apuesta, sólo me queda disparar.

Se agradece la musicalización a Lolo, quien gentilmente sugirió la melodía y la subió a Imeem



martes, 10 de julio de 2007

LA ESPERA


Imagen: Ura (2) by Denis Grzetic

La espera tiene el sabor de la felicidad del suicida que no muere, de la sonrisa soleada y vacía de los ricos, del deseo de esclavitud irónico del oprimido. Es que la espera es lo imposible, es ver cómo se muere el tiempo y como uno se va ahogando en los silencios. Es que esperar es morir, por que sólo por ella aguardamos, aquellos que caminamos perdidos y sin rumbo, por este infierno al que llamamos vida.

I am lost
So I am cruel
But I'd be love and sweetness
If I had you

La espera es el fantasma adueñándose del cuerpo, ese espíritu responsable de que mis ojos se paseen impacientes sobre el techo que cruje con el frío. Esperar es sentir el aturdimiento del silencio, capaz de hacer explotar y desangrar los oídos que no escuchan más que el paso del tiempo. La espera es ver cómo se deshojan mis manos, cuando se quedan vacías, sin el tacto. Es ése fantasma que marchita mi lengua de a poco, y que la hace gritar doliente en la tumba de mis labios.

I'm waiting
I'm waiting for you
I'm waiting
I'm waiting for you

El cielo se oscurece bajo el recuerdo. El mundo vomita dolor en cada uno de sus recovecos. El laberinto se cierra, se vuelve más pequeño, las paredes me aplastan los ojos, el gusto y el tacto. Es que cuando espero veo pasar ese ejército de sesenta y más hormigas, que marchan sigilosas sobre mi vientre y sus gusanos. Miro el reloj y el calendario, y puedo sentir la garganta que se fragmenta con cada uno de sus pasos. Esperar es transformar saliva en telarañas, en donde siempre queda atrapada mi esperanza.

I am weak
But I am strong
I can use my tears to
Bring you home

Sobre la espina dorsal se desbordan ríos de lava y agujerean mi piel, con cada lágrima derramada. Esperar es sentir la ira crecer desde los pies hasta el orgullo, es la tristeza por la inocencia suicida; es darse cuenta que ya todo está perdido por que siempre que se espera, se desea lo imposible. Y es que lo imposible sos vos, soy yo, somos todos cuando deseamos.

I'm waiting
I'm waiting
I'm waiting for you.

Letra intercalada: "Milk" de Garbage


domingo, 1 de julio de 2007

SILENCIOS


Imagen: "Cavalier" de Dariusz Klimczak

Marcos se relamía en la tumba que, con sus uñas, desgarraba de la tierra. Buscaba con sus manos, entre el estiércol ajeno, el rumbo de su propio deseo. Pero el agua se le escapaba por los dedos, y su vida fluía por cauces que le resultaban extraños, lejanos, como el mundo. Todo en su vida se trataba de un gran desencuentro y nada parecía cambiar, todo siempre se repetía. Y una vez más sucedería...
Él sentía que su vida ya estaba signada, que todo se le escapaba… todo, menos Luciana. Ella era un cuerpo sujetado con lágrimas que, como alfileres, fijaban los recuerdos y lastimaban la carne. Luciana era la certeza de la presencia constante; ella estaría con él, aunque la escupiera o la besara; con lo que él no podía ver de sí, la tenía sujetada. Ella leía en sus palabras, en sus miradas, en sus caricias, en sus abrazos, en sus sonrisas, lo que necesitaba.
Esa tarde, Luciana le ofrendó sus palabras. Quiso llenar de luz sus oídos diciéndole, por primera vez, que lo amaba. Pero él la había mirado como lo hacía siempre, sin prestarle demasiada atención, y le preguntó si le había gustado el cuadro que le había regalado. Ella lo miró como una gacela cazada, antes de morir: herida y con la bronca que no afloraba de sus pútridos labios. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, pero el orgullo las retenía. La ira estallaba en la garganta que se despedazaba bajo el sismo del silencio. Los castillos de arena que ella construía, eran arrastrados por el mar de la indiferencia. Ella se desnudaba, se entregaba, se sacrificaba, se exponía y él no podía escucharla. Marcos estaba demasiado ocupado en encontrarse, en revelarse, en gritar y en romper sus propias redes de silencios. Marcos vivía en su propia torre, y se incendiaba en su propio infierno.
Pero, esa tarde, ella había querido ser su fantasma, traspasar sus muros, llegar a él, abrazarlo hasta deshacerse entre sus brazos, besarlo hasta que crecieran cerezas en sus labios. Había roto sus uñas tratando de abrir un túnel en las paredes de tristeza que lo escondían. Pero él se defendía de todo, hasta de lo que pudiera salvarlo. Es que Marcos sólo creía en una salida, y ella le abría la puerta contraria. Luciana se desesperaba por saber cómo se resucitaban los muertos, cuando se rehúsan a seguir viviendo, pero las respuestas se escapaban con el tiempo. Había creído que su amor podría infundirle sangre por las venas, pero sentía que él sólo tenía semen para ella.
Marcos la vio salir agonizante. Vio como dejaba vacía esa, su casa; la misma que ella tantas veces había llenado con música. Recordó el instante en el que la conoció, cuando estaba sentada sola, leyendo ese libro, que casualmente, era su preferido, en ese viejo bar de nostalgias. Sintió nuevamente la sonrisa de ella, su perfume, su mirada y el cuello que él tantas veces había explorado. Volvió a pensar. La escuchó nuevamente diciéndole que lo amaba. La vio nuevamente indefensa, herida cuando él la alejaba con su indiferencia. Se arrepintió de su silencio. Él también la amaba, pero tenía demasiado pasado encadenado a sus pocos años. Había creído que no era el momento indicado, que él necesitaba encontrarse, que él necesitaba escuchar su propia voz en los labios, que necesitaba encontrar su deseo entre la paja ajena. Pero ahora Marcos sentía cuánto necesitaba lo que ella le daba. Ella lo podría cuidar, ella lo podría curar, ella lo podría salvar. Pero él había sido demasiado cobarde, él no había querido arriesgarse. Él había tenido miedo a ganar por que era lo mismo que perder.
Luciana se fue, llevándose consigo su cuerpo vacío de palabras que, hubiese deseado, la abrigaran de los fríos que crujían la sangre y sus silencios. Y es que, ¿cómo no irse, si allí no encontraba lo que buscaba? Luego, mientras caminaba, alejándose, pensaba que nunca se encontraba lo deseado y, que tal vez, debería volver. Sabía que él la llamaba, aunque hiciera lo imposible por alejarla. Sabía que la cuidaba, aunque la lastimara. Decidió volver. Y su cuerpo hizo carne la orden, y empezó a correr pese a que hiciera frío y el viento lastimara. Y las carpetas, con los expedientes, se le iban cayendo mientras se apresuraba en llegar. Y el orgullo se arrastraba como una sombra que no podía nunca alcanzarla. Ya nada le importaba, ni la oficina, ni los jefes, ni los compañeros, ni las causas, ni los casos; ella sólo quería volver.
Marcos estaba pensando en ella, no podía dejar de hacerlo. Quería llamarla, pedirle perdón, decirle que él también la amaba, pero que tenía miedo, decirle que se arriesgaría, que intentaría la epopeya, que derribaría sus propios muros hasta alcanzarla.
Habían pasado dos horas. Él todavía seguía dudando. El teléfono sonó sin que él lo esperara, por que nunca se espera lo que nos cambia la vida. Escuchó a Ana, la mejor amiga de Luciana, mientras lloraba. Le contó que encontraron a Luciana a dos cuadras del departamento. Un auto la había atropellado. El conductor había escapado. Luciana había muerto sola y sin palabras; y parecía que la vida se trataba de eso, de perder constantemente lo amado cuando se estaba cerca de alcanzarlo.
Un año después de aquel trágico día, Marcos estaba frente a la tumba de Luciana diciéndole en silencio, lo que había callado. Los cielos oscurecían. El mismo viento fuerte lo asfixiaba. La soledad se hacía presente en el descampado del cementerio. Sólo se escuchaban los silencios de los muertos. No había por paisaje mas que las tumbas del vacío. Y el alma era ese dolor triste y seco. Todo remitía a la ausencia. Todo lo envolvía. Todo lo aplastaba. Todo lo extenuaba. Era la primera vez que se atrevía a ir al cementerio, a donde sabía, no estaban los muertos. Es que Marcos la tenía en la piel, la tenía en su departamento, en su música, en los libros, en el bar, él la tenía en su propia tumba que no coincidía con la de aquel campo inmenso de silencios. Marcos se preguntaba qué hubiera pasado, si él se hubiese animado, si él no hubiera callado. Pero ya estaba todo perdido. La había dejado ir, sin saber que ese sería un eterno partir. Y ahora él estaba pensando en ese último desencuentro, mientras una hoja de otoño se desprendía de un viejo árbol y se llevaba una lágrima ensangrentada, que se perdía en esa boca con gusto a silencios.