El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

domingo, 15 de marzo de 2009

LA INICIACIÓN

Imagen: "Grandmother's sofa # 17" by Igor Amelkovich

La computadora se enciende. El vacío del navegador de internet empieza a sentir los latigazos de las letras que martillan huellas sobre los mismos pasos. Entra al chat. Una vez más, los adolescentes no la esperan. Como buena cazadora, estuvo explorando el terreno antes. Hasta ahora no hizo nada. Esta noche buscará su primera presa.


El adolescente, de tan sólo dieciséis años, disfruta del silencio que invadió el departamento en el que vive. Sus padres duermen. En la noche solitaria, el hogar le pertenece. Enciende la computadora. Va a la misma página de siempre, y entra al chat. Una vez más busca conocer una mujer caritativa, que quiera iniciarlo en los placeres de la carne. Él, al igual que los que vendrán, no la espera.

- ¿Edad? – Le pregunta una mujer que lleva por nick “Felina”
- 17 – miente él
- Me gustan los jovencitos… sobre todo si son vírgenes, ¿vos lo sos? – Pregunta ella sin un mínimo atisbo de timidez
- Jajaja, sí… pero con ganas de solucionarlo… jajaja – contesta él esperando que ella acepte la propuesta.

La mujer hace honor al sobrenombre que emplea. Realmente es una felina, que hace del olfato y de la seducción sus mejores armas. Cuando una gota de sangre cae al agua en donde habitan las pirañas, el olor del fluido les excita el apetito. Esta felina ha detectado su presa con unas cuantas palabras. Es que el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo. Ella, con sus treintaicinco años, no es para nada vieja; pero, en algunos terrenos, tiene más experiencia que la suma de varias mujeres de ochenta años. “Felina” escribe algunas oraciones más y una sonrisa de satisfacción se dibuja en su rostro. Retira el cigarrillo de sus labios, dejándole impresa la huella de su rouge, y lo aplasta contra el cenicero. Tiene hambre, pero también tiene la satisfacción de saber que hoy cenará.


A él, las palabras le llegan a sus ojos como la tierra le llega a un navegante que desde hace días se cree perdido en el mar. No podía contenerse. Le sudaban las manos. El corazón le galopaba en el pecho como caballos que se escapan buscando su libertad. Recuerda la foto. Ojos verdes. Labios rojos. Cabello negro y lacio. Piel infinitamente blanca y lisa, como un paisaje nevado. Pómulos altos y una mirada extraña, que condensa tristeza, sensualidad, tentación y desparpajo. Su pene se hincha. Esta noche él la tendrá, ella se lo ha dicho. Él todavía cree.

Dos de la madrugada. El adolescente llega al lugar del encuentro. Se queda mirando la puerta de aquella vieja casa. Teme que se abra, pero su deseo es tan fuerte que podría romper candados sin tocarlos.

Golpean a su puerta. Ella la abre, y un halo de luz proveniente de afuera ilumina el rostro divino de la mujer. Ahí está él. Con voz sensual, la mujer felina, le dice a su joven ratón que entre. La puerta se cierra y todo se torna oscuro. El adolescente no sabe lo que hace. Camina a tientas, tratando de escuchar los pasos de su anfitriona para que lo guíen. Ella sí sabe lo que hace.

La mujer sirve un vaso de whisky y lo lleva a la boca del joven. Él, obedientemente, bebe, aunque no le guste, aunque no acostumbre a tomar alcohol, aunque se le incendie la garganta. Dos segundos después están sentados juntos en el sofá. Ella desliza sus dedos como serpientes por la cabellera adolescente. El muchacho experimenta una erección. El escote de ella, le incendia la entrepierna. Ella lo sabe, sonríe sensual y desliza su lengua por su labio superior.


Algo de whisky se derrama por la comisura de los labios del adolescente. Ella lo limpia con su lengua y donde antes hubo alcohol, ahora hay saliva. La mujer juega a ser diosa, se pone de pie y con su mano guía al adolescente a que se arrodille ante su presencia. Deja caer su vestido. Y el adolescente mira, con vergüenza y por primera vez, el cuerpo de una mujer real desnuda.


La mujer aplasta el cráneo del adolescente contra su pubis. Él abre la boca y, como un cachorro que tiene miedo y ganas de jugar, empieza a lamer. La mujer le arranca la remera, haciéndola jirones. El joven queda estupefacto y no sabe cómo hará para justificar ante sus padres el volver al hogar con su ropa rasgada. Pero no tiene tiempo de pensar. Ella está sacándole de un solo tirón los pantalones y la ropa interior. Ahora él cree que están en igualdad de condiciones: completamente desnudos. Sin embargo no es así, pues la mujer no desnuda todavía aquello con lo que goza.


Ella lo besa, y con su lengua escribe excitación en los dientes. Le arroja los restos de whisky en el cuerpo y luego empieza a lamerlo. El cuerpo adolescente se derrumba arrastrándola a ella hacia la cama. A la felina no le gusta estar abajo, rápidamente lo hace girar y se sienta sobre él. Sujeta el pene y, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, empieza a introducirlo en su cuerpo. Abre la boca y cierra los ojos, mientras acomoda sus paredes aterciopeladas para envolver la carne de su presa. El adolescente no puede creer lo que está sucediendo. Siente a la mujer en todo su cuerpo. La ve disfrutar aleteando sobre él como si fuera una mariposa. Observa los pechos de ella moverse libres y siente como su pene se tapiza de la humedad femenina. Está adentrándose más profundamente en ella, con cada segundo que pasa. Él no puede creer lo que está sintiendo. La mujer lo sabe, ella es la experta y empieza a columpiarse sobre él con violencia.

El adolescente ve a su diosa contornearse, poseída, sobre su cuerpo. El rostro femenino bien podría haber sido un cuadro que represente la conjunción entre placer y misterio. Y de repente, como si nada hubiese ocurrido, ella se levanta violentamente, dejando el miembro adolescente rodeado de vacío. Él, confuso, sonríe y no entiende bien lo que ella le dice cuando le escupe un “vestite y andate”.


- ¿Cómo? – Dice él, tímidamente.

- Eso pibe, ya está, ya acabé, andate que quiero estar sola.
- Pero… ¿y yo?
- ¡Andá a tu casa y terminá solito, como hacés siempre, ya te di bastante material para que tu imaginación tenga de dónde fantasear! – grita ella, histérica.

El adolescente, sorprendido, confuso, con miedo, rápidamente se viste y abandona la casa. Ella lo ve irse y sonríe divertida al recordar su rostro.

Esto fue un ensayo. Ella seguirá afilando sus métodos para disfrutar cada vez más de su venganza. Uno a uno caerán adolescentes sobre su cama, como ella lo hizo en la cama de aquel hombre que, siendo ella muy jovencita, la enamoró y usó su cuerpo como un mero receptáculo de semen.


Sirve otro vaso de whisky y se desparrama sobre el sofá. Agarra el portarretratos que tiene la fotografía de ese hombre, que era su padrastro, y la recorre con su dedo. Recuerda su primera vez y percibe nuevamente el perfume del adolescente que acaba de echar. Prende un cigarrillo, se excita y comienza a tocarse sola en el sofá, recordando como disfrutó la iniciación.



jueves, 5 de marzo de 2009

EL EXILIO



Exilio. Al decidir renunciar al estado amoroso, el sujeto se ve con tristeza exiliado de su imaginario.
Trato de arrancarme a lo Imaginario amoroso: pero lo Imaginario arde por debajo, como el carbón mal apagado; se inflama de nuevo; lo que había sido abandonado resurge; de la tumba mal cerrada retumba bruscamente un largo grito
(Roland Barthes, "Fragmentos de un discurso amoroso")

See you later, alligator


Abro la valija vieja, esa que recorrió muchos lugares pero que no supo quedarse en ninguno. Encuentro en ella los recuerdos de las noches sin luna, de la lluvia que nos seguía hacia todos los lugares a los que íbamos, del sol que bajo el agua perseguíamos. Palpo el vacío, que se ha vuelto una masa asfixiante, extranjera y exiliada de mi cuerpo. Estoy arrodillado, al lado de la cama, frente a esta vieja valija, dejándome abrazar por el tedio que respiro, mientras constato, una vez más, que ya no me miras.
Una a una voy tomando las prendas, llevándolas a mi nariz para despegarles el perfume de tu piel y quedarme con algo que realmente te pertenezca. Los recuerdos me acorralan, me torturan, pero no hicieron el favor de matarme antes que me mataras. Y siento como una vez más, las lágrimas me derraman sobre mi propio charco de sombras. Voy sintiendo, lentamente, la textura de las telas que lastiman, como espinas pequeñas, mis incendiadas manos. Nunca aprendí que no hay que jugar con fuego si no se quiere terminar quemado. Vuelvo a los días en los que esas ropas caían, apresuradas, sobre el piso para dejarnos desnudos, frente a frente, labio a labio, mano a mano, vientre a vientre. Abro los ojos y veo que es de noche y llueve, pero ya no estamos semidesnudos en el auto.
Guardo todo. Voy viendo como, de a poco y con paciencia, intento cubrir el vacío de la valija, que coincide con los bordes porosos de mi propio vacío. Pienso nuevamente en lo injusto que es el destino, en como se comporta como agua de río, que en un segundo te deja un regalo y otro segundo después te lo arranca de la piel. Transpiro desesperanzas, mientras veo que no hay otra opción más que ésta que tanto duele. Tengo que permitirnos esto. Tengo que dejarnos ir. Debo acatar las consecuencias de los riesgos que no tuve miedo en tomar. Tengo que perder, una vez más, lo que ya he perdido. Tengo que cerrar este libro que nunca fue escrito. Ahora sé que tengo que rendirme y que debo que acatar los “tengo que…”
La valija ya está hecha, y no queda lugar para que guarde allí todo el rosario de recuerdos. Voy viendo cómo las paredes del cuarto se recubren de una enredadera de soledad que crece ilimitadamente. Veo tus ojos y ya no puedo leer más nada. Soy un analfabeto que se ha extraviado en los márgenes de tu cuerpo. Te has vuelto un misterio que, esta vez, no me empecinaré en descifrar. Sólo así nos permitiré partir, dejando de cavar huellas sobre huellas hasta enterrarme en una tumba hecha con pasos no dados.
Tomo el equipaje y abro la puerta. Somos de mundos tan diferentes, que sólo por eso están destinados a oponerse y complementarse. Nuevamente, hay que cruzar el gran charco. Pararnos otra vez en las veredas de enfrente. Pero ahora habrá que dar la vuelta y caminar ignorando a dónde, pero sabiendo que ya no volveremos a encontrarnos. Allá afuera espera el frío. Acá adentro, las baldosas rotas por las raíces de la tristeza constante. Nos miramos una vez más. Tal vez sea la última. Quiero creer que no, pero sé que sí; que luego de esta vez ya no habrá más veces. Tomo tu mano y la acaricio. La llevo al encuentro con mis labios que la besan como el mar cuando roza la arena. Me arrojo sobre el vacío de tu pecho y nos quebramos en un último abrazo. No hay nada que decir. Pongo la valija en tus manos, veo como traspasas la puerta, me lamo las heridas y te dejo ir para siempre hacia mi exilio.