El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

jueves, 11 de mayo de 2006

FRÍO EN LA CIUDAD EN DONDE YA NO ESTÁS



Día nublado, como todos. El otoño se hace sentir hasta en la médula, anunciando la mortandad del invierno. Las hojas anaranjadas de los árboles deambulan llevadas por la brisa, para estrellarse finalmente en la frialdad, la dureza y el gris de la calle.

Hoy hace frío y, aunque me guste esa sensación en mi piel, no todos los “fríos” son iguales. Hay fríos que invitaban a mirar tras el ventanal empañado, a dejarse embriagar por el olor de una taza de café caliente. Hoy es uno de esos días.

Hoy hace otro tipo de frío. Es ése frío que te llega hasta el alma, es el que congela las lágrimas en el borde de los ojos de vidrio. Es ese frío que paraliza los latidos. Es el que siento calar hondo en mis viejos y jóvenes huesos. Es el que siento cuando ya no te siento. Es la eternidad hecha mortal, es el futuro que se equivocó y se anticipó en el presente. Es un presente que se arrastra herido hacia el pasado. Es un pasado que todavía no está pisado. Es un pasado que, espectral como el invierno, siempre vuelve.

Y el pasado, como todo lo que hay en mi vida, se parece a vos, es un fantasma que vuelve por las noches para descargar la pesadez del mundo en el pecho en el que todavía estás, incendiar mi garganta, desbordar mis ojos y dejarme vacío de mis mares de sal.

Te maté, te velé, te enterré, te resucité, te amé, te volví a matar, pero yo sé que sos inmortal. Todavía estás. La presencia de tu ausencia siempre está. Tu existencia siempre llega para colmar el vacío que hay en esta ciudad.

Camino por la ciudad en la que ya no estás. Las venas abiertas y llenas de hojas anaranjadas, me transportan sin sentido hacia las plazas que te invocan. Por la perversidad del destino, llego hacia aquel bar de la primera vez. Me asomé a la ventana y busqué esa mesa inmortal, pero ya no está más. Sin embargo yo, más que nadie, sé que el estar o no estar no dice nada. Se puede no estar y estar más presente que nunca. Esa es tu definición: no estás pero estás, estás pero no estás.

El bar ya no tiene mesas, está en ruinas, cayéndose a pedazos y transformándose en espejo de mí penuria. El bar está vacío, pero vos estás en mi interior, tomando esa taza de café. Desearía desterrarte, pero sos parte de quién soy, ya no hay manera de exiliarte.

Soy el viudo que sigue amando pese a que pasen los años. Soy el que se aferra y no te deja ir. Soy el que intenta seguir adelante, pero que intuye que no hay adelante, sino mera repetición. Soy el que siempre vuelve atrás, soy el que no quiere dejarte ir, pese a que ya te fuiste.