El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

sábado, 18 de marzo de 2006

LA VENGANZA


Según el dicho popular, la venganza es el placer de los dioses y es un plato que se sirve frío. Hace años él se convirtió en uno de esos dioses, hace años me sirvió ese plato que todavía estoy vomitando. Yo no fui el único que lo hizo sufrir, éramos varios, pero por alguna razón en especial él me eligió a mí.

Yo tampoco sé porqué lo elegí a él, había tantos para atacar, todos teníamos defectos que resaltar, todos teníamos heridas en las cuáles se podía hurguetear. Todos somos Aquiles, todos tenemos ése maldito talón. Yo también lo tenía, aunque los demás daban por entendido que mi talón eran mis anteojos, mi poca estatura, o mis grandes ojos que le daban un aspecto ridículo a mi cara. Sólo él sabía cuál era mi verdadero talón y, como buen vengador, allí atacó.

Todo había empezado el año anterior a ese día que cambió mi vida para siempre. Me acuerdo que me gustaba humillarlo, me gustaba insultarlo públicamente sin que él pudiera defenderse, sentía placer cada vez que veía su rostro empalidecerse cuando abría su carpeta y encontraba el peor de los insultos escritos de manera imborrable en lo que era su tesoro.

Necesitaba atacar en él algo que era mío. Era él o yo, o me atacaba a mí mismo o lo atacaba a él y, encima, él se dejaba. Nunca sospeché que era algo tan grave, pensé que para él era un problema pasajero al igual que para mí. Sin embargo, aparentemente no era así, para él era algo importante, él llevaba a cabo su propia pelea.

Entre él y yo pudimos, fuimos los dos los que lo empujamos al borde del abismo. Él me responsabilizó sólo a mí, pero yo sé que fuimos los dos. A él también le convenía, él obtenía un beneficio.

Nadie lo vio así, sólo lo hice yo, que me ataco todo el tiempo por pensar de esa manera. La herida está abierta para siempre, no hay manera de cerrarla. Todo lo que hago o digo me termina llevando a mí mismo y a esos días. Siento que su fantasma me atormenta por las noches, siento su presencia erizándome la piel. Veo su mirada entristecida, veo su labio temblar, veo su rostro emblanquecerse, siento sus latidos agitándose en mis oídos, siento su respiración entrecortada quitándome la mía.

Sus ojos fueron los ojos de todos los que me miraban de manera acusadora, ¿cómo no acusarme si él así lo decía?, ¿cómo no acusarme si todos los que antes estaban conmigo ahora decían que yo lo había empujado?, ¿cómo no acusarme si todos empezaban a “recordar” ahora, cuánto lo martirizaba? Nadie se acordó de su complicidad para conmigo, nadie se acordó cuánto disfrutaban mi acecho continuo, nadie se acordó que no lo defendieron de mí. Pero a partir de ese día, todas las miradas se posaron en mí.

Todo había sucedido después de la clase de Educación Física de ese Martes. La clase había terminado a las 7:30 de la tarde y todos habíamos abandonado el colegio, o por lo menos eso pensábamos. Todos nos fuimos menos él, él ese Martes se quedó. Aparentemente, cinco minutos antes de que la clase terminara él dijo que iría al baño y sólo salió de allí cuando los inmensos patios del colegio le pertenecían.

El Miércoles, cuando llegamos al colegio en la mañana, nos dijeron que no podíamos entrar. Había policías y una ambulancia, y tanto ruido de sirenas me habían despertado. Yo estaba contento, ese día no tendría clases y podría dormir toda la mañana.

Entonces la ví a ella llorar, se acercó corriendo y me dijo que lo habían encontrado ahorcado en el primer piso del colegio. Había usado su cinto y se había colgado desde la baranda del balcón.

Me quedé shockeado, el día anterior lo había visto, el día anterior lo había humillado. Sentí veneno corriendo por mis venas, sentí el amargo gusto de la muerte en mi boca y vomité apenas llegué a casa. El plato ya había sido servido...

Llegué a mi casa todavía algo confundido, algo shockeado, algo incrédulo. Sólo se cree en lo que es asimilable, lo que no puede ser soportado no debería existir, pero existió.

Los días siguientes fueron tormentosos, decretaron duelo en el colegio y se hizo una misa por su alma en pena. Todos me miraban mal, todos susurraban cuando me veían, todos insinuaban, todos sospechaban, todos sentenciaban.

La presencia de su ausencia me era insoportable, su ausencia me era más intolerable que su presencia. Pero todo se agravó, todo se empeoró el martes siguiente cuando ví en el folio de mi carpeta de Inglés ese sobre. No tenía ninguna anotación..., lo abrí. Reconocí su letra, mi piel se erizó y las lágrimas estallaron en mis ojos. Me decía que era un hijo de puta, que me odiaba, que su vida era un martirio por mi culpa, que le había arruinado su futuro. Y también estaba la condena, recuerdo con exactitud esas palabras “la culpa que vas a sentir por el resto de tu vida te va a martirizar tanto como vos me martirizaste a mí”. Así fue durante estos años, y por eso estoy escribiendo esta carta explicándoles porqué lo hice. Aunque él ya esté muerto, mi suicidio también es venganza.