El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

domingo, 19 de marzo de 2006

LO MEJOR ES SIEMPRE ENEMIGO DE LO BUENO (Carta para Miriam)


Por supuesto que recuerdo esa charla y también aquel día; no te equivocaste al caracterizar mi memoria (iba a escribir “elogiar”, pero a veces creo que tener buena memoria no es una virtud). Y tan buena memoria tengo, que aún hoy, experimento esos nervios cuando los recuerdos me trasladan a aquellos asépticos pasillos. Todavía siento esa expectativa, esa ansiedad, esa adrenalina llevando fuego por mis venas, y una mezcla extraña, pero familiar, de miedo y deseo. Me acuerdo del sonido del silencio paralizándolo todo (hasta mi habitual locuacidad). También recuerdo mi respiración limitada por el barbijo y mis manos cubiertas de un desagradable látex. Recuerdo las miradas cargadas de dolor y resignación que volaban... sí, pese a que pesaban una tonelada, y, como mariposas negras, se posaban en mi pecho oprimiéndolo todo, hasta el límite de lo tolerable.

Pero también me acuerdo de vos y de esa incomodidad compartida ante las presentaciones inútiles, ya que para ellos no les importaba nuestra existencia porque temían demasiado por la propia.

Esa fue una gran experiencia, una que no me olvidaré. Te agradezco por esa huella en mi memoria porque sé de tu responsabilidad en convertir una remota posibilidad en un espejo de nuestra propia soledad.

También recuerdo ese encuentro casual en el mundo virtual, no sé si vos te acordarás, y esa charla de palabras escritas en la que me hiciste sentir orgulloso. No seré aquel que se anima a robar un libro de la librería, pero puedo llegar a ser tan encantadoramente ridículo de sentarme en la mitad de la calle sin temor a la locura. Hacía mucho tiempo que no sentía orgullo por ser yo mismo, y esa vez me regodeé en mi propio narcisismo. Y lo hiciste de nuevo escribiéndome esa carta que muestro a quienes creen conocerme y que se sorprenden al leer que me conocés más que ellos.

Gracias por ver más allá que los demás, gracias por adelantarte en descubrir en mí lo que para otros no fue ni es evidente. Gracias por mirarme, por permitirte ver en mí esa “carita de tristeza, ese corazón de herida constante, esos pasos en el mismo lugar” y mi llamado a mi capacidad de resistencia. Gracias por no haberte quedado con eso, gracias por ver más allá y por descubrir que ya no soy el mismo.

También te agradezco por haberme permitido ingresar al mercado y deslumbrarme ante lo peor que hay en él. Freud decía que “Lo mejor es siempre enemigo de lo bueno”, y yo agregaría que lo peor siempre resulta ser lo más seductor. Gracias por instalar ese mercado en los intrincados pasillos de este laberinto; pasillos que seguramente también están lejos de ser lo mejor, puesto que nadie se atreve a visitarlos, excepto pocas personas y, entre ellas, estás vos, la maga o hechicera, la hija única o la generosa, la que tiene debilidad por los miserables.

Ya pasó algo de tiempo, conseguí ser profesor, ahora resta que me esfuerce por ser un profesor como vos. Eso significa dejar algo más que contenidos, eso significa poder mostrar libertad, independencia, crítica y el misterio que despierte la curiosidad, necesaria en todo aprendizaje. Espero que tu mirada no se detenga y que, algún día, puedas descubrir en mí tu autonomía y tu valor, porque cuando lo descubras te vas a complacer en saber que en eso, sin lugar a dudas, tuviste algo que ver.