El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

martes, 1 de mayo de 2007

INERCIA DE NOCHES Y NOSTALGIAS


Nyx, la hija del caos, ya envuelve los cielos. Hace frío y, luego de la larga jornada, estoy llegando a casa. Ese hogar castigado por el tiempo, se vació de sonrisas y se tapizó de silencios. Los que allí habitamos, ya ni si quiera nos miramos, nos hemos vuelto absolutamente extraños.
La cama se ofrece ante mis ojos como una gran promesa, como un bálsamo capaz de aliviar cansancio, frío y esa fatídica suma de realidades cotidianamente adversas.
Me envuelvo entre las sábanas, como cuando era niño, tenía miedo y pensaba que debajo de ellas nada sucedería. Apago la luz. Escucho el silencio. El frío en mis pies escala hasta el alma. Los ojos se cierran. La mirada se desliza sobre ásperos recuerdos. Hoy, los dioses no me quieren en su lecho.
El celular que, por capricho del azar quedó encendido, empieza a vibrar junto a mi cama. Su luz tenue se cubre de las tinieblas nostálgicas con las que me visto. Leo el mensaje y me sorprende que sea tuyo. Tus palabras me llegan como piedras arrojadas para romper en pedazos mi cuerpo de cristal que se derrumba en mil fragmentos. Es que no sólo estás en mis recuerdos, sino también en los sueños, o en mis intentos.
No contesto tu mensaje, ya te lo dije todo y no escuché nada. Tu silencio, tu ausencia, tu indiferencia son gritos más sinceros que cualquier otra respuesta.
Mis pies siguen fríos, deambulando entre las sábanas. Buscan inútilmente los tuyos, dibujan en el colchón el hueco en donde ya no estás. La cama me queda grande y sólo puedo perderme en ella sin alcanzar el descanso prometido. Ese vacío a mi lado me aturde con sus gritos que denuncian que no estás. Esa capacidad, tan mortalmente mía, de adelantarme hacia el futuro, me asegura que tampoco estarás, que te fuiste y que no volverás.
Escucho los perros que ladran afuera, el viento los ha despertado. Los árboles se mueven y abanican los silencios noctámbulos que llueven del cielo. La noche se me pasa como se me escapa la vida, lentamente y sin darme cuenta. No puedo dormir, ni tampoco soñar. Es que ese hueco invernal que está a mi lado, me envuelve, me atrae, me toma de los pies y con su fuerza centrífuga, me arrastra hasta su centro. Allí no hay nada, sólo este pecho abierto y vacío que se llena de recuerdos.
Respiro, ese es mi castigo. La soledad se cuela en mi nariz y me ahoga al llegar a mis pulmones. Se fuga una lágrima, cae como si fuera una hoja de otoño que, junto con las que vendrán, forman un manto anaranjado en mi rostro por el que ya no caminan tus manos. Los ojos se incendian. Las lágrimas explotan por la combustión de los recuerdos. Los ríos de lava siguen los cauces que escarbaron tus manos en mi piel. Me estoy desangrando, y cada gota que se fuga de esta cárcel de nostalgias me transporta hacia el pasado. Mi boca se llena de sal y del recuerdo del sabor de tu piel. Puedo ver tu mirada triste inundándose con mis palabras. Puedo oler tu perfume escapándose de mis poros. Puedo sentir la tibieza de tu cuerpo contrastando con la frialdad de mis infiernos. Estás aunque no estás. Tu recuerdo fantasmagórico circula por mis venas que se abren con la ausencia.
La noche se escapa. Ha dejado en mi cama sus hijas bastardas, las penas, la angustia y la muerte. Una luz entra por la ventana. No he dormido nada. El día se me va, ante de empezar. Hoy, como nunca y como siempre, te volveré a extrañar, pero todo será igual. Hoy me volveré a matar, y nada va a cambiar...