- Tal vez no haya nadie que lo note…
- No. Nadie se ha percatado del alumbramiento de mis lágrimas ácidas, paridas por éste par de ojos castrados. Nadie vino a visitarlas a mi pesebre abandonado. Es que todos se han empeñado en hacerlas bastardas, para poder negar aquello que las causa.
- Quizás te hayas vuelto invisibles para la mirada de los otros...
- No. Todos pueden ver que estamos irremediablemente solos, aunque ésta sea una verdad que nos empeñemos en negar. Aunque día a día levantamos semblantes para taparla. Algunos se engañan más que otros; pero las ficciones siempre se quiebran como cristales que terminan clavándose en los ojos.
- O puede ser que todos hayan partido ya…
- No. Tengo la certeza de que todos seguimos cultivando pasos ausentes en la misma tierra estéril de siempre. Ojalá hubieran partido, pues harían bien en irse lejos y ahorrarse el momento de presenciar mi decadencia; que invoque aquella que también habita en sus cuerpos.
- ¿Y si las huellas sirvieran de lazos?
- No. Lo cierto es que los lazos son puentes de azúcar que se desploman ante el salvajismo de los años. Pues son artificios que intentan cubrir lo que nos falta.
- Tal vez, a través del sexo nos unamos…
- No. Nada nos une a nadie. Ni siquiera en la carne hay ligazón entre los seres. El sexo es una ilusión, una cumbre de felicidad que se levanta, imponente como una gran ola, durante el roce de los cuerpos; y que se desploma en el segundo después, cuando las almas caen separadas, y nos fragmentamos tanto, que nos volvemos arena.
- Entonces no hay esperanzas
- Entonces no hay esperanzas. Si he de brotar cubierto de pétalos negros, tal vez sea mejor marchitarme. Perderlo todo hasta vaciarme del dolor que late en mis venas, y recluirme en mí mismo hasta convertirme en una semilla de piedra.
- Tal vez no haya nadie que lo note… Se repitió a sí mismo, mientras contemplaba su imagen , desprovista de toda máscara, frente al espejo de esa habitación gris.
- No. Nadie se ha percatado del alumbramiento de mis lágrimas ácidas, paridas por éste par de ojos castrados. Nadie vino a visitarlas a mi pesebre abandonado. Es que todos se han empeñado en hacerlas bastardas, para poder negar aquello que las causa.
- Quizás te hayas vuelto invisibles para la mirada de los otros...
- No. Todos pueden ver que estamos irremediablemente solos, aunque ésta sea una verdad que nos empeñemos en negar. Aunque día a día levantamos semblantes para taparla. Algunos se engañan más que otros; pero las ficciones siempre se quiebran como cristales que terminan clavándose en los ojos.
- O puede ser que todos hayan partido ya…
- No. Tengo la certeza de que todos seguimos cultivando pasos ausentes en la misma tierra estéril de siempre. Ojalá hubieran partido, pues harían bien en irse lejos y ahorrarse el momento de presenciar mi decadencia; que invoque aquella que también habita en sus cuerpos.
- ¿Y si las huellas sirvieran de lazos?
- No. Lo cierto es que los lazos son puentes de azúcar que se desploman ante el salvajismo de los años. Pues son artificios que intentan cubrir lo que nos falta.
- Tal vez, a través del sexo nos unamos…
- No. Nada nos une a nadie. Ni siquiera en la carne hay ligazón entre los seres. El sexo es una ilusión, una cumbre de felicidad que se levanta, imponente como una gran ola, durante el roce de los cuerpos; y que se desploma en el segundo después, cuando las almas caen separadas, y nos fragmentamos tanto, que nos volvemos arena.
- Entonces no hay esperanzas
- Entonces no hay esperanzas. Si he de brotar cubierto de pétalos negros, tal vez sea mejor marchitarme. Perderlo todo hasta vaciarme del dolor que late en mis venas, y recluirme en mí mismo hasta convertirme en una semilla de piedra.
- Tal vez no haya nadie que lo note… Se repitió a sí mismo, mientras contemplaba su imagen , desprovista de toda máscara, frente al espejo de esa habitación gris.