El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

miércoles, 7 de marzo de 2007

¿DÓNDE VAN LOS BESOS DE VERANO CUANDO LAS FLORES MARCHITAN EN OTOÑO?


Para L.

Todavía no es otoño, pero parece que yo no lo sé. No es otoño, pero siento que marchito en los recuerdos de aquello que me falta. Todavía no es otoño pero las flores se deshojan en recuerdos, y quedan marchitas en mi cuerpo.

Te extraño. Lo sabés. Te lo dije…

Es que te recuerdo con la mayor de las nostalgias, como si te hubieras ido de aquí hace años y desde entonces no supiera nada de vos. Te recuerdo como si no te hubiese visto en esa ciudad de intelectuales, de revolucionarios y de grandes shoppings comerciales, que te retiene y que te aleja de esta ciudad pequeña, inculta y pasiva.

No sé si te extraño. Lo sabés. Te lo dije…

Es que no sé qué es lo que anhelo, si serán tus besos, tus caricias, tus olores y tus abrazos fuertes y desesperados, tus abrazos de huesos rotos, de ojos vacíos y de palabras que mueren antes de ser dichas. Es que ¿cómo no anhelar esos abrazos de desprotegidos, de náufragos sin sentido, de soledades que se acompañan en su silencio? No sé si añoro todo aquello que me dabas o si te necesito a vos dándome todo eso que no tengo y que no sé si tuve. ¿Y es que se puede separar lo que me das de lo que sos? A veces creo que sí, otras veces siento que no.

Te recuerdo. Lo sabés. Te lo dije…

Es que recuerdo esos momentos en los que traías el sol en mis días lluviosos de Enero. Te recuerdo esperándome en esa plaza, que se apropia de mi cuerpo y que me llama por las noches, desde que no te tengo; pero es que… ¿alguna vez te tuve o fue sólo un lindo sueño?

Recuerdo mis pasos inciertos acercándome a tu cuerpo. Recuerdo cuando me viste, recuerdo cuando te vi, recuerdo tu sonrisa y también recuerdo la mía. Me gustaría descubrirte de nuevo, acercarme por detrás y estrecharte entre mis brazos, mientras tapo tus ojos con mis manos y palabras, y beso tu cuello con mis labios y nostalgias.

Me quiere… No me quiere… Me quiere… No me quiere…

Tengo una flor en el pecho, una flor nacida en el verano, una flor que es fruto de tu boca y de la mía estrellándose en mil besos. El pétalo de la flor, nacido como una imagen de la memoria, se marchita y se prepara para caer: Estás frente a mí, en el primer piso de esa confitería que mira a esa otra plaza que se disfraza con fachadas coloniales. Recuerdo tu sonrisa al mirarme y recuerdo mi mirada buscando escaparse del peligro de tu seducción, por la ventana. Vos sabés jugar, y el juego en la seducción lo es todo. Los dos supimos ese día que no habría escapatoria, que la ruleta estaba girando y que la bola caería donde habías esperado. ¿Es que es posible no quererte hasta la sangre, hasta la miel y hasta los huesos?

Me quiere… No me quiere… Me quiere…

Un nuevo pétalo cae y un nuevo recuerdo se arrastra por el piso: Nos veo nuevamente en el balcón de ese patio donde las almas se congregan en la magia de una noche que se despierta tras la lluvia. Veo como tus ojos se llenan de lágrimas mientras mis palabras acariciaban tus oídos. Nos veo mirándonos de cerca, descubriéndonos, y te escucho nuevamente diciéndome que me querés besar. Y no hicieron falta más palabras, por que nuestros besos las ahogaban.

Me quiere… No me quiere…

Y otro pétalo se va y otra imagen se oscurece: Ahora estamos nuevamente sentados en un bar en una noche de verano. Estamos rodeados de amigos. Vos me pedís que me siente a tu lado, que me quede con vos, vos me das un lugar, un lugar que nunca tuve y que ya no tengo.

Me quiere…

Y ese pétalo vuela con el viento y se me lleva un nuevo recuerdo: Es una noche oscura y la ciudad, debajo de aquel cerro, descansa a nuestros pies. La ciudad está iluminada pero nuestras esperanzas ya se apagan. Llega a su fin tu estadía, llega a su fin mi escapada de la rutina. El cielo se vuelve nuevamente gris, el laberinto se cierra y yo quedo adentro y vos te vas afuera.

Te quiero… No te quiero… Te quiero…

¿Vos tenés la misma flor? ¿Vos te preguntás lo mismo que yo? Y un nuevo pétalo cae y por fin me doy cuenta: Qué manía compartida, ésta la de revivir a los muertos. Te encontré lejos de aquí para que nuevamente me dejes ir.

Te quiero… No te quiero…

Cuando quedan dos pétalos de esta flor, solo puedo contestarme y contestarte que nos veo nuevamente juntos, fundidos en nuestros abrazos desesperados…, desesperanzados. Me duermo sobre tu cuerpo y cuando me despierto te siento. Estás ahí, mirándome dormir. Perdonás que el cansancio pueda más que la película, y nos besamos, y jugamos a seguir durmiendo juntos, pero no podemos dejar de saber que no podemos seguir jugando.

Te quiero…

Y el último pétalo cae, y un nuevo recuerdo florece: Me hacés volar a bordo de tu bicicleta, la montamos juntos y paseamos por las calles principales de aquella ciudad tan grande. Desplegás mis alas con tus manos, y vuelo seguro mientras sueño a tu lado. Te recostás sobre mis piernas y yo acaricio tu rostro y tus cabellos. Me sumerjo en tus bucles y me enredo en tu cuerpo. Jugamos a que soy tu psicoanalista y que mis piernas son tu diván. Pero no tengo curas, no tengo soluciones y no sé qué te pasa, ni mucho menos qué me pasa. Nos quedamos en silencio, y es que tal vez ya esté todo dicho, o tal vez todavía no nos hayamos dicho nada. Te veo, te siento, te acaricio, te intuyo. Tu gata sin nombre juguetea entre mis piernas y luego lame mi mano. Tu gata sin nombre, percibe mi dolor y me alivia con su beso, por que aunque me tenga celos, sabe que te quiero.

Siento esa revolución familiar en mi garganta que ya derroca el poder de mis ojos. Mi mirada necesita huir, volar lejos para no verme sufriendo en tus ojos sufrientes. Tu mirada también vuela, y las dos alcanzan el techo; se encuentran allí, lejos nuestro porque sólo podemos mirarnos si deseamos correr el riesgo. Y una lágrima con sabor agrio se escapa de mis ojos prisioneros, y recorre los dulces surcos que excavaron tus manos en mi rostro. Y a esa lágrima la sigue otra, y otra, y aletean juntas sobre mi piel, como si fueran mariposas oscuras que precipitan un final. Y tu boca las recibe y te bebés mis lágrimas y las convertís en besos. Pero yo sé cuál es el efecto de una gota que cae en una laguna, yo sé de los ecos de tristeza que se deslizan en tus mares. Me abrazás, me mirás, te miro, y no nos hacen falta palabras, sólo todos los besos del mundo que en días más me empezarán a escasear.

Ya estoy de vuelta, ya te quedaste y yo me fui, ¿será realmente así? Te contenés y marcás la sabia y aconsejable distancia. Sé que es por tu bien, pero más es por el mío. Pero ¿pensaste que tal vez yo no quiera contenerme?; tal vez yo no necesite más distancias. Yo sólo necesito saber,

¿Dónde van los besos de verano cuando las flores marchitan en otoño?