Liberame, ese es mi deseo. ¿No ves que estoy perdido?, ¿no ves que no hay sentido?, ¿no ves que estoy vacío?
Dame lo que necesito, estoy cansado de esperar. Sino habito en tu memoria, si ya no pensás en mí, ¿para qué me querés aquí?, ¿por qué me dejás a mí? ¿Por qué quedarme acá? ¿Por qué más esperar? Si ya nada me retiene, si ya nada me sostiene.
Abrime las alas, si es que las tengo; no me hundas en la profundidad de mis recuerdos. Dejame ir, liberame.
Te conjuro más que a mis recuerdos, pero tu sordera es más grande que mis cegueras. Vení y llevame, por que he quedado reducido a ser un desperdicio de humanidad, a ser una vida que no late, un autómata que, como una hoja marchita de otoño, se deja llevar sin fuerzas por el capricho del viento y de los tiempos, hacia los recovecos de la nada, hacia la frialdad y la dureza de, una y mil veces más, estrellarme contra el cemento.
Tenés el poder en tus manos, aliviame la existencia entregándome a las puertas del adiós. Liberame de este cuerpo, arrancame las uñas que, contra mi voluntad, arañan un futuro irreal. Dejame de ilusionar, si ya sé que todo seguirá igual, y yo ya me cansé de soportar… y de esperar.
Me duele el mundo. Me duele el aire que nutre mis células vacías. Hasta me duele la música que tortura mis oídos, me duelen las palabras que se escapan, me duele la ignorancia, me duele la nostalgia.
Me arrojaste aquí sin preguntarme. Desnudo, desamparado y vulnerable, estoy condenado a esperar. He sido arrojado como si fuera un aborto de los cielos, pero el feto nació, creció, se desarrolló y hoy espera que se remedie aquel error.
Se que estás ahí, sé que sabés que estoy, y sin embargo no te acercás, no preguntás, no me tocás, no me mirás, no me besás, no me abrazás, no me consolás, no me cuidás. Dejame ir sino vas a quedarte. ¿Y es que no hacés siempre lo mismo? Pero estoy agotado de estar abandonado a mi suerte, a mi maldita suerte.
Te sigo esperando, estúpidamente, sé que sólo fui un gran error y mi vida es una continua confusión. Es que el mar ya me ha tapado, es que las aguas están heladas y hasta el deseo se congela; es que el cielo se me despedaza en el alma y escupe estas palabras cargadas del infierno que se expande por mis venas y que va quemando la esperanza.
Dame de beber de un veneno más amargo que estas lágrimas, para que le pongan fin al dolor de haber nacido, para que cierres ese hueco que se abre cada día más y que me absorbe.
Empeñate en no dejarme ni una sola palabra, ni una sola mirada, ni una sola esperanza. Acabame, de una vez, redimite dándome lo que nunca deberías haberme quitado: el no ser, el deambular entre las estrellas, el ser la nada que no piensa, que no siente, que no extraña, que no anhela, que no desea, que no sufre, que no está.
Dejame escapar, liberame del peso de este cuerpo, liberame del dolor, de la nostalgia, de la melancolía, de la ilusión, del creer en el amor, liberame de todo lo que me ata, liberame del pasado que me ataca.
Algunos le llaman eutanasia, yo le llamo mi esperanza. Es que no hacen falta enfermedades terminales, sólo saber que hay almas muertas como la mía, y cuerpos que, desde entonces, deambulan sin sentido.
Mi cuerpo tiene la savia, funciona como una perversa maquinaria. Mi cuerpo viviente contrasta con mi alma llovida una y mil veces. Es que tantas veces me he desangré en lágrimas, que ya ni una gota de ella me queda. Llevate lo que es tuyo, matame mil veces más, pero esta vez no dejes ni el cuerpo por que también tiene recuerdos, por que siente tanto como el alma, por que se me inunda de nostalgia.
Aliviame la existencia, llevate mi presencia, liberame…