El laberinto está compuesto por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre e impedir que encuentre la salida. En el laberinto habitaron el Minotauro, Teseo, Dédalo e Ícaro. “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. A veces soy híbrido entre instinto y lenguaje, otras héroe griego, algunas arquitecto de mi encierro y, otras tantas, libertad en caída libre.

sábado, 24 de marzo de 2007

CARTA DEL NUNCA MÁS


Imagen: de Wife of Cain by Witkins

Madrid, 24 de Marzo de 2.007
Mi Querido Ernesto:

Aquí me tenés rendida en esta carta, cubriéndome de palabras. Te escribo pese a que no desearía hacerlo. Te escribo deseando que no tuvieras que leerme. Pero soy una mujer valiente, una mujer que batalló durante más de treinta años con sus fantasmas, aunque hoy sienta que haya perdido la guerra.
Creo que debo hacerlo, estoy convencida de ello. Sé que no podrás entender la decisión que he tomado, que se escapa de tus manos. Sabés que hemos tenido una relación especial. Quiero decirte algo que no sé si alguna vez te dije. Quiero que sepas que siempre te amé pese a que nunca pude demostrártelo de la manera que hubieses deseado. Hoy es tarde. Hoy siento que nunca más podré escaparme, siento que debo entregarte una verdad. Es que aunque duela, sólo mientras haya verdad el nunca más podrá ser real.
Sabés que nos escapamos de Argentina por todo lo que allá sucedía. Me acuerdo que me preguntabas por que me entristecía en cada Marzo, me acuerdo que una vez me sorprendiste a la noche llorando. Hoy sabés que nunca más pude salir de aquella celda lúgubre, húmeda, y tapizada con los gritos que nacían de las más crueles y aberrantes torturas.
Nunca imaginé tanta monstruosidad en el hombre, pero no importaba que no pudiera imaginarla puesto que desde entonces, la padecí día a día. Si supieras cuán insoportable me resulta, tal vez podrías entenderme y perdonarme. Pero no sé si podrás hacerlo. Sólo tenés que saber…, aunque duela, tenés que saber.
Por las noches, sigo escuchando los mismos gritos que desgarran mis oídos, que me extirpan el alma, que se me clavan en las pupilas dilatadas desde que vivo sumergida en la oscuridad de aquellos recuerdos.
Yo estaba embarazada de seis meses cuando nos llevaron, pero a ellos no les importaba. Me golpearon igual. Me agriaron la leche que esbozaban mis pechos huérfanos. Es que la angustia lo invadía todo, y las lágrimas eran más caudalosas que la sangre, que la leche y la esperanza. Querían quitarme lo único que todavía podría dar, querían quitarme el alimento que nutría mis sueños a futuro.
Hacía un mes que nos tenían ahí. Estábamos en celdas separadas pero yo escuchaba sus gritos cuando lo torturaban. Querían saber. Él no quería hablar, él era fuerte…, pero yo no lo sería.
Yo tenía su hijo nadando en mi vientre, yo tenía la piel quemada, los ojos marchitos, y los oídos arañados por la perversidad de aquellas picanas. Y el miedo…, y el miedo me invadía, me envolvía, me extenuaba, me desesperaba, me quebraba. Sabía cuándo vendrían por mí y temblaba, lloraba, y vomitaba. Me daba asco estar rodeada por mis desechos cada vez que se acercaban. Me daba asco el pozo de miseria en el cuál me enterraban. Los gusanos se alimentaban de mis esperanzas, de mis utopías, de mis sueños de justicia, de igualdad, de liberación, de revolución. En esa tumba todo se pudría y yo…, y yo estaba embarazada.
Hay algo que me tortura más que el recuerdo de la picana. Todavía el pasado se me transforma en presente cuando recuerdo esa noche de invierno en la que entraron sin que yo los esperara. Me despertaron arrastrándome de los cabellos. Me desnudaron y me arrojaron al piso con una patada en las piernas, que me quebró el alma. Me mojaron con agua helada y se burlaron de mi cuerpo pálido y pequeño que tiritaba de terror y de frío en el gris de aquel piso de cemento.
Ellos eran tres y se relamían su poder. Uno de ellos bajó su pantalón y su calzoncillo hasta las rodillas y se me acercó. Los otros dos me sujetaron. Me empezó a tocar mientras yo gritaba desesperada. Uno me susurraba melosamente al oído que dependía de mí evitar todo aquello. Dijo que yo podía salvarle la vida a mi hijo, que yo podía salvar mi propia vida, que podía salir de esa cárcel de angustia, de terror, desolación, denigración, de odio, de maldad y desesperación. Me abrieron las piernas, me taparon la boca, mientras uno apretaba mi cuello entre sus manos sucias y bañadas en sangre. Dijeron que de mí dependía frenar aquel horror. Yo les creí, yo lo hice.
Me preguntaron sus nombres, qué papel desempeñaban, cómo los había conocido, en dónde militaban y en dónde se ocultaban. Declaré y los condené. Sabía que los matarían y también sabía que sus muertes me salvarían. Cuando terminé de hablar, todavía desnuda, mojada y vestida de lágrimas, dijeron que se apiadarían. Me dieron ropa de prostituta para burlarse de la “zurdita reventada” y me dieron wishky para que mi cuerpo entrara en calor. No podía pensar en nada, sólo apuré el vaso de wishky que incendiaba mi garganta. Vomité tantas veces esa noche que terminé totalmente debilitada, y me dormí rodeada de ese charco de repulsión. Nunca más toleré el olor del alcohol.
Horas después, en mi celda, con esa ropa de prostituta, con ese whisky que calcinaba mi garganta, con las lágrimas que no cesaban, con los vómitos que me deterioraban, con el terror a mis palabras, y la culpa que me devoraba el alma; escuché sus gritos…
¿Te imaginás lo que sentí? Eran mis amigos, eran mis hermanos de lucha, los que me habían recibido cuando mis padres me expulsaron de la vida burguesa que llevaba. Eran mis amigos y yo los traía a mi funeral, no para asistir a mi entierro sino para compartir con ellos mi lecho… Nunca más pude tener amigos.
Y él…, él era mi amor. Él era el hombre que me convertiría en madre. Él era la fuente de la más intensa idealización, de mi terrible admiración. Pero yo no podía ser heroína, yo no sabía que salvarnos en aquel momento era condenarme a una vida de tormentos.
¿Sabés lo que se siente? No hay una sola noche, en la que no recuerde el desgarro lastimando sus voces. Todavía siento el olor de sus carnes carbonizándose, todavía los imagino mientras los arrojaban a ese mar por el cuál nunca más quise volar.
No pude volver por que no sólo tengo la frente marchita. No pude volver, por que Argentina se volvió el nombre del peor de mis recuerdos, la invocación de un pasado que me abortó el presente. No pude volver por que no puedo caminar por esas calles, de las que antes nos adueñábamos cuando protestábamos y peleábamos por la Revolución.
Cumpliste 30 años en Agosto del año pasado. Todavía me cuesta mirarte y ver en tu rostro los gestos de tu padre. Intento mirarte por un tiempo prolongado, te juro que trato, pero tu cara se me desfigura y se me aparece el rostro de tu padre torturado, reprochándome la traición, aunque supiera que no tenía otra opción.
Hoy se cumplieron 31 años desde que se oficializó el horror. Y yo no puedo mirarte a la cara, no puedo decirte que por vos y por mí, pero más por mí que por vos, te quité a tu padre.
Desde hace 31 años que vivo sumida en el miedo. Me dejaron exiliarme pero yo sigo enterrada en esa tumba. Yo todavía siento mi alma torturada. Yo todavía escucho las voces y sonrisas de mis amigos, deformándose en gritos y en lágrimas. Todavía veo el rostro del único hombre al que amé como hombre y que me mira recriminándome por su muerte y la de la revolución. Desde entonces nunca más viví.
Y hoy…, hoy sólo me queda pedirte perdón por quitarte a tu padre, por traicionarme, por escaparme. He pagado una larga condena, he vivido 31 años de remordimiento, de soledad, de desilusión, de devastación. Y esa vida hijo, esa vida no es vida. Hoy más que nunca no puedo mirarte a la cara. Sólo me queda morir para no vivir nunca más. Te ama hasta siempre,

Tu mamá